EXPOSICIÓN IMPACTANTE

Weegee, el crimen como espectáculo

Foto Colectania reúne un centenar de imágenes del fotoperiodista que retrató el Nueva York más oscuro de los años 30 y 40

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NATÀLIA FARRÉ / BARCELONA

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"Aunque figure entre los enemigos públicos número uno de la lista del FBI, ningún malhechor alcanza su consagración hasta que yo lo he fotografiado". Así de contundente y seguro de la calidad de su trabajo se mostraba Weegee, el cronista del Nueva York más oscuro de las décadas de los 30 y 40. No solo eso. El fotoperiodista confiaba tanto en sí mismo y anhelaba tanto alcanzar el reconocimiento que, antes de que su nombre se encumbrara como una figura célebre, ya firmaba sus instantáneas con un sello que rezaba: 'Weegee, The Famous'.

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Logró alcanzar el éxito, tanto que su personaje fue inmortalizado por Joe Pesci en la película 'El ojo público'. Pero el filme de Howard Franklin no fue el único en mirar al reportero que dormía en su coche y revelaba sus fotografías en el maletero; Curtis Hanson, en 'L.A. Confidential'; Sam Mendes, en 'Camino a la perdición', y Dan Gilroy, en 'Nightcrawler', entre otros, también se inspiraron en su trabajo. Ahora, un centenar de sus imágenes, todas copias de época, lucen en Foto Colectania, hasta el 5 de noviembre, en una exposición, coproducida por la Fundació Banc Sabadell, que es tanto un homenaje al fotógrafo como a unos de sus mayores coleccionistas: Michel y Michèle Auer, que han prestado las obras para 'Weegee by Weegee', que así se llama la muestra.

Su nombre real era Arthur H. Felling (Zloczwe, Polonia, 1899- Nueva York, 1968), y el alias, cuenta la leyenda, era una deformación fonética de 'ouija', mote con el que le bautizaron por su supuesta capacidad para comunicarse con los muertos o, como mínimo, de encontrar a los que habían fallecido de forma violenta antes de que lo hicieran las fuerzas de seguridad. Para ello gozaba de un privilegio: tenía una radio de la policía (era el único fotoperiodista con ese derecho), además de muchas ganas de triunfar. "Venía de una familia muy humilde pero era muy listo, y desde el primer momento tuvo claro que no quería ser pobre y que quería ser alguien", explican los Auer, al tiempo que lamentan no haberlo conocido.

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La idea de ser fotógrafo la sacó viendo a uno de sus colegas trabajando en un parque, y la de especializarse en asesinatos, accidentes, incendios y toda clase de sucesos truculentos fue consecuencia tanto de observar lo que publicaban los diarios ("en las viejas casas de Brooklyn los papeles de periódico servían de papel higiénico", aseguran los coleccionistas) como de percatarse que los reporteros, de noche, dormían.

MUERTOS Y VIVOS

Así que decidió que Nueva York tras el crepúsculo era suyo. Y se instaló en su coche: "Se convirtió en mi hogar. Era un biplaza, con un maletero especial extra grande. Guardé todo allí, una cámara extra, los casquillos de las bombillas de flash, una máquina de escribir, botas de bombero, cajas de cigarros, salami, película de infrarrojos para disparar en la oscuridad, un recambio de ropa interior, uniformes, disfraces y zapatos extras y calcetines [...]. La radio de la policía era mi modo de vida. Mi cámara... mi vida y mi amor... era mi lámpara de Aladino", aseguraba Weegee en su biografía.

Él le puso ganas y los protagonistas de sus instantáneas se lo pusieron fácil. No en vano, el fotoperiodista, por origen o por empatía, congeniaba con los desheredados, y estos estaban "encantados en salir en sus instantáneas. Nunca hacía robados", asegura Michel Auer, que aprovecha para reivindicar la calidad de sus imágenes: "Buscaba hacer la mejor fotografía técnicamente posible. Aguantaba el flash encima de la cámara para conseguir una luz fotogénica". Y lo que obtenía eran duros contraluces que daban verismo y dramatismo a los retratos.

Fotografiaba cadáveres, sí, pero también a los vivos. A veces en actitudes desesperadas: durmiendo en la calle, huyendo de un incendio o detenidos por la policía, pero también disfrutando de la vida, ya fuera entrando en el teatro, bailando en una fiesta popular o tocando en un club nocturno. E incluso fotografió la luz del día: en una de sus instantáneas más icónicas se ve una multitud en la playa de Coney Island sonriendo y mirando a la cámara. "Fotografió la vida de Nueva York. A toda la sociedad, y lo hizo sin trampa", reflexionan los coleccionistas. En 1945, le llegó la fama con la publicación de 'Naked city', su primer libro, del que se hicieron tres ediciones en un año.

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CAMINO A HOLLYWOOD

El éxito le supuso encargos para revistas que "buscaban imágenes tipo Weegee", que es lo mismo que decir que "buscaban la autenticidad", a juicio de Irene de Mendoza, directora artística de la sala. Y también significó una invitación para ir a Hollywood. La meca del cine no entusiasmó al reportero, que consideraba a su personal demasiado esnob. Pero las fotografías que tomó allí, como otras más experimentales en las que distorsionaba las imágenes, también están presentes en la exposición que, de hecho, recorre los cinco primeros libros que publicó el fotógrafo.

Y si peliculera fue la vida del artista, no se queda atrás la manera en que Michel y Michèle Auer empezaron a coleccionar los trabajos de Weegee. Cambiaron una casa por 500 instantáneas. Tal cual. Hace 25 años el matrimonio tenía instalado en su apartamento de París al también fotógrafo Louis Stettner y su familia. Los Auer propusieron al artista venderle otra casa que tenían en la ciudad, pero como no había dinero, la estrechez de espacio se acabó solucionando con un trueque: las 500 imágenes de la colección de Stettner (que incluía a Weegee, pero también a otros creadores) por el piso. Y así fue.

Ahora la colección de fotografías M+M Auer es una de las más importantes del mundo, y suma 50.000 instantáneas, además de 24.000 fotolibros. Y es la que más piezas tiene de Weegee.