ESTRENO TEATRAL

Una 'superwoman' en el Espai Lliure

Clara Segura despliega una actuación monumental en el monólogo 'Conillet', un intenso estriptís emocional

Clara Segura, en la obra de teatro 'Conillet'

Clara Segura, en la obra de teatro 'Conillet' / DAVID RUANO

JOSÉ CARLOS SORRIBES

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Descubrir la capacidad de una actriz como Clara Segura es ya una obviedad. Pero hasta los admiradores más acérrimos de la intérprete de Sant Just Desvern se quedarán boquiabiertos al verla en 'Conillet', el monólogo que estrena en el Espai Lliure, dirigida por Marc Martínez, a partir de un texto -'El conejito del tambor de Duracell' (2006)- de Marta Galán Sala. En una actuación de carácter casi 'performántico', demuestra que tiene más pilas que el animalillo del anuncio, ya todo un icono pop.

Solo al entrar en el Espai Lliure percibe el espectador que aguarda una Clara Segura distinta. Suena música house, ella calienta con estiramientos por toda la sala y también con un baile espasmódico. Luce, además, un 'look' de aire andrógino: chaqueta y pantalón negros, camisa blanca y pelo corto. A partir de ahí, se desata el estriptís emocional de una 'superwoman' de doble cara, la del personaje y la de la actriz.

UNA MUJER AL LÍMITE

Es 'Conillet' un texto sobre una mujer al límite en todas sus facetas: madre, esposa, ama de casa y trabajadora. Un retrato vital intenso, visceral, de ida y vuelta constantes, ambicioso y también disperso, con algunas ramificaciones forzadas y caídas de interés. De una mujer que, como explica, solo tiene 14 minutos al día para ella, para sus cosas. El resto son obligaciones de todo tipo. Un texto político, en definitiva, de una rebelión descarnada, muy del agrado de Martínez.

Segura, con ese material, despliega un catálogo interpretativo monumental. Por ejemplo, con un despliegue físico que la deja exhausta. Y con momentos de gran comicidad, como el rap que se marca sobre las tareas domésticas. Su demostración es tan hipnótica que supera, de largo, que el texto tenga lagunas que, con una actuación de menor excelencia, podrían alejar al público de lo que sucede y se dice en escena.

A que no se produzca la desconexión ayudan también una dirección ágil e imaginativa de Martínez y ua escenografía no menos ingeniosa. Lo preside un enorme agujero central que viene a ser como la madriguera por la que se escapa el 'conillet'. O donde Segura guarda el botellín de agua con el que se recupera de su brutal esfuerzo.