Festival de cine de San Sebastián

David Trueba y Javier Cámara La revolución de la bondad

El director y el protagonista de 'Vivir es fácil con los ojos cerrados' disertan sobre la búsqueda de la felicidad en un mundo que aplasta los sentimientos

David Trueba, en la foto de arriba, y Javier Cámara, ayer en San Sebastián.

David Trueba, en la foto de arriba, y Javier Cámara, ayer en San Sebastián.

OLGA PEREDA

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David Trueba hace en su última película algo tan revolucionario hoy en día como reivindicar la bondad. Vivir es fácil con los ojos cerrados demuestra que la cultura, la educación, la nobleza de espíritu y los buenos sentimientos -los cínicos pueden dejar de leer no vaya a ser que se les revuelva el estómago- son lo único que puede salvar un país hundido. Recibida con un atronador aplauso en el pase de público de San Sebastián, la película nos habla de un hombre bueno (Javier Cámara) que se recorre media España para cumplir un deseo: conocer a John Lennon, que está rodando una película en Almería. Son los años 60 y los españoles son gente aplastada. Pero siguen soñando. Trueba y Cámara están sentados en una terraza. Decenas de adolescentes gritan «¡Javier, Javier, un autógrafo!». El actor se levanta y las complace.

-David Trueba (D.T.) A mí no me aclaman, no. Levo años sin que nadie grite mi nombre. Salvo mi vecina del segundo cuando me pide que baje la música.

-Javier Cámara (J. C.) Pues deberían aclamarte. Sobre todo ahora que Ronaldo se ha puesto las gafas que tú llevabas en la facultad.

-D. T. Pero las suyas son sin graduar. ¿Te imaginas que Ronaldo ha descubierto la lectura y lee por las tardes? Yo tenía un amigo que fue futbolista del Real Madrid y leía mucho. Y su entrenador le decía: «como te vuelva a ver leyendo no juegas. Basta ya de libros».

-Hablemos de cine. Vivir es fácil con los ojos cerrados es una película sobre gente aplastada que sueña.

-D.T. Efectivamente. Es un homenaje a esa generación que lo perdió todo o que no ganó nada porque nacieron durante la guerra o después de la guerra. No tenían nada que pedir ni reclamar. Sin embargo, soñaban, tenían ilusiones y peleaban. Y estaban convencidos de que sus hijos tendrían una vida mejor.

-J. C. Eso lo dijo Juan Antonio Bayona el otro día en su discurso del Premio Nacional de Cine.

-D. T. Los dos venimos de familias que no tenían nada. Mi padre era pobre como una rata y siempre le he oído una frase: «El dinero me da asco». Era una declaración de principios.

-J. C. Mis padres también la pasaron canutas para educarme a mí. Mi dos hermanas trabajaron desde muy jóvenes. Y con sus sueldos me pagaron los estudios. Al leer lo que dijo Bayona el otro día pensé que a los españoles se nos olvida de dónde venimos.

-D. T. No hay una época mejor o peor. En todas ha habido gente que lo pasa bien y otros mal. Personas brillantes y ejemplos de superación los ha habido siempre. Pero, quizá, lo que falta en los últimos años es saber valorar las cosas, qué es importante y qué no. Toda España tiene que conocer al hijo de Isabel Pantoja y nadie sabe quién es el cirujano más experto en trasplantes de riñón. Mis padres sabían quién era Severo Ochoa. Pero es que salía en la tele. Ahora esas personas ya no tienen escaparate.

-La película desprende kilos y kilos de buen rollo. Pero hoy lo moderno es ser cínico.

-D. T.  Sobre todo en el cine.

-J. C. Yo, como Blanche DuBois [personaje de Un tranvía llamado deseo], confío en la bondad de los desconocidos siempre. Claro que a veces me las llevo dobladas. Pero, vamos, la bondad es un bien escaso, sí.

-D. T. Nos hemos envuelto en una oleada de cinismo. La gente no quiere exhibir rasgos de debilidad porque le da pánico que los demás se rían. Hablemos de cine, por ejemplo. Lo más políticamente incorrecto es criticar la violencia. Decir que un filme es demasiado violento está mal visto. Y, sin embargo, está bien visto asegurar que una película es cursi.

-El personaje de Javier Cámara se desvive por dos jóvenes desconocidos que se encuentra en el camino. Habrá quien le reproche ser excesivamente bueno.

-J. C. Ya, es que ahora lo que se valora en el cine es lo grandilocuente y las explosiones. David, este es el mejor trabajo de tu carrera, el más maduro. ¿Sabes por qué? Por la falta de pudor. Me gusta que la gente se emocione con esta historia. Además, que quede claro: mi personaje no es feliz. Ahí le tienes, solo en su casa cocinando alubias. Pero tampoco es un amargado.  Él lucha por buscar sus pequeñas felicidades. Y quiere conocer a su gran ídolo, John Lennon. No es feliz, pero pelea por su felicidad.

-D. T. No nos hacen falta rayos que nos iluminen. Yo no le pido a nadie que sea perfecto. Pero si un tío hace teatro y lo hace bien, si otro hace periodismo y lo hace bien, si otro conduce su camión y lo hace bien... Ya me vale con eso. No necesito saber que además son socios de Médicos Sin Fronteras y operan niños enfermos. Hacen bien su trabajo y ya está. No hace falta tener héroes.

-J. C. Esta sociedad está llena de gente así. Si no ¿cómo coño se mantiene este país? Si no es por enfermeras que están en huelga y te atienden en urgencias... Eso no es bondad. Es, simplemente, que la gente hace su curro y lo hace bien.

-El guion está plagado de guiños a su vida familiar, señor Trueba. ¿Su padre fue policía, como aparece en el filme?

-D. T. Sí. Tuvo muchos empleos a lo largo de su vida. Y uno de ellos, policía armada. Un gris.

-Y uno de sus hermanos también se escapó de casa porque no quería que le cortaron el pelo.

-D. T. Estuvo tres o cuatro días fuera. Yo acababa de nacer y mi madre no paraba de llorar. Mi padre se fue a buscarlo porque un señor le llamó y se lo contó. Y ese día se perdió la comunión de mis hermanos.

-J. C. Tus hijos también salen en pantalla. No sé si lo quieres contar, David.

-D. T. La película está plagada de cosas que me motivan a seguir en este oficio: que me digan que algo no se puede hacer y que me digan que a tal actor no le puedo contratar. Me gusta seguir trabajando con gente que admiro.

-J. C. ¿Qué admiras de mí? Bueno, quizá me tenga que ir para no escucharlo.

-D. T. Tienes esa rara virtud de ser moderno y preparado y, al mismo tiempo, conectas muy bien con el actor tradicional español muy expansivo y nada reprimido en su forma de hablar y moverse. Te puedo imaginar en una película de Fernando Fernán Gómez y no se notaría que eres de otra época.

-Los dos vienen de hacer cine de guerrilla. Trueba con Madrid, 1987. Y Cámara, con Ayer no termina nunca, de Isabel Coixet.

-D. T. Eso es de cine de guarrilla (risas).

-J. C. Lo dices por Candela Peña, ¿verdad? Entonces hablamos de Torremolinos 73 (risas). A ver, ahora en serio, los presupuestos están adelgazando, sí. Y es lo peor que nos puede pasar. Me encantaría que en este país se tuviera más en cuenta a la cultura y que no se la castigara tanto por parte de este Gobierno de derechas.