LA PERSONALIDAD DE UN ARTISTA ESENCIAL

Cantaor y, aún más, creador

Enrique Morente fue un genio único en la historia del flamenco, transgresor y, a la vez, apegado a la más enraizada tradición. Si existiera un Nobel jondo solo Paco de Lucía se lo podría disputar

El cantaor Enrique Morente con Leonard Cohen en 1992.

El cantaor Enrique Morente con Leonard Cohen en 1992.

LUIS TROQUEL
BARCELONA

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Cualquiera que estuviera el pasado 23 de noviembre en El Molino sabía que estaba viviendo una ocasión única. De esas que no se olvidan. Presenciar en tan íntimo aforo todo un concierto de Enrique Morente a esas alturas de su carrera era un regalo del cielo. Pero lo que ninguno de los presentes hubiera podido imaginar es que, tristemente, se trataba de una noche todavía mucho más excepcional. La última actuación del maestro de maestros. De un genio único en la historia del flamenco, transgresor nato y, a la vez, siempre apegado a la más enraizada tradición.

Aún cuando más por derecho cantaba, siempre en algún tercio, en algún giro inesperado, exploraba formas inequívocamente personales. Del mismo modo, por aventurada y heterodoxa que fuera cualquiera de sus propuestas, los fundamentos no podían ser más jondos. Tomando una copa tras finalizar el concierto en El Molino, bromeaba diciendo: «Antes que lo que hacía era cante ortodoxo la crítica me pegaba un palo tras otro, y ahora, con todas las locuras que hago, me tratan de maravilla». Si existiera un premio Nobel del flamenco solo Paco de Lucía se lo hubiera podido disputar. El próximo día 17 el gobierno francés debía nombrarle Caballero de la Orden Nacional de la Legión de Honor. Y bueno, se supone que ahora le concederán la Llave de Oro del Cante con carácter póstumo, como a Camarón. Aunque hay que reconocer que en este caso nadie lo podía prever.

Ironía del destino

Tras una semana de súbita incertidumbre sobre su estado, ayer por la mañana, horas antes de confirmarse que había fallecido, la noticia que finiquitó esperanzas encerraba una amarga paradoja. «Enrique Morente en estado de muerte cerebral», rezaban los teletipos. Parecía una ironía del destino. Porque por encima de su condición de genial intérprete, estaba la de creador. Todavía más que la voz, era el cerebro. No hace ni un año, en una entrevista, uno no pudo reprimir preguntarle si se recordaría más su manera de cantar o su aportación al flamenco, su voz o su mente. Y tras pensarlo un rato contestó: «Yo creo que la mente, porque realmente yo soy un cantaor autofabricado». Aseguraba que no se encontró como artista hasta su larga estancia en México al principio de la década de los 70, con Manzanita acompañándole a la guitarra; porque para él aprender a cantar era dominar la inspiración, no saberse de carrerilla la baraja de palos jondos.

Y eso que ni los mayores detractores podían negarle su sabiduría al respecto. En lo que a flamenco y todos sus cantes se refiere, Morente sabía latín. Tanto que hasta se atrevió a hacer una misa flamenca y mezclar el martinete con el canto gregoriano. En la senda de lo que ya hiciera Enrique El Mellizo con la malagueña pero llevándolo al extremo formal. Y esa no fue, ni mucho menos, su apuesta más arriesgada. Desde cantar textos en prosa cervantina hasta acancionar el arte jondo, en el celebrado Sacromonte. Zambulló su cante en música clásica o étnica sin resultar por ello fusionero. Y, en los años 90, cuando las escena neoflamenca y la alternativa no podían vivir más de espaldas la una de la otra, su unión con Lagartija Nick en Omega (para cantar a Lorca y Leonard Cohen) marcó un antes y un después en el indie español.

Público minoritario

Sus obras conceptuales derivaban siempre en poliédrica amalgama, con tanta información por minuto que los hacía tan imperecederos como poco comerciales. Porque por más consenso intelectual que hubiera en torno a su figura, por mucho que su paso a la historia hiciera décadas que estuviera cantado, su público fue siempre minoritario. Si en determinados ambientes flamencos se le respetaba (sin más) es por lo que Camarón le admiraba. Cuentan que se acercó a él para aprender a afinar por cuartos de tono. Hoy todo el mundo hablará maravillas de él, y en su caso los habituales parabienes funerarios harán justicia a alguien tan noble en lo personal como en lo artístico. Incapaz de hacerse pasar por lo que no era.