Análisis
Todos son víctimas de la ocupación
Joan Cañete Bayle
Subdirector de EL PERIÓDICO.
Periodista y escritor. Transición digital y audiencias. Entre otros trabajos, ha sido corresponsal en Jerusalén y Washington DC. Autor de las novelas 'Expediente Bagdad' (junto a Eugenio García Gascón) y 'Parte de la Felicidad que Traes', y del ensayo sobre el conflicto palestino-israelí 'Muros, bosques, tumbas: Un periodista en Jerusalén'
JOAN CAÑETE BAYLE
Asistimos desde Occidente a la enésima «espiral de violencia» en Israel y Palestina y movemos la cabeza con incredulidad y nos lamentamos como quien ve un tsunami, como si lo que allí sucede tuviera la inevitabilidad y la arbitrariedad de un desastre natural. Y no lo es, casi nada es natural ni normal (si por normal nos referimos a los estándares democráticos occidentales entre los que se incluye la que se denomina la única democracia de Oriente Próximo) cuando hablamos de Israel. No es normal haber detenido a más de 400 personas y haber matado a una decena que nada tienen que ver con el secuestro de los tres adolescentes asesinados en Hebrón desde que empezó su búsqueda. Tampoco es normal aceptar como algo natural que se destruya la casa de las familias de unos implicados contra los cuales no se ha presentado ninguna prueba. Ni lo es el castigo colectivo a millones de personas, el uso recurrente de la venganza como sinónimo de justicia, una retórica inflamada desde el propio Estado. Tampoco es normal que para nuestro hipócrita estupor occidental una vida en Cisjordania no valga lo mismo dependiendo de si es palestina o israelí. Comparen, si no, las estadísticas de víctimas entre los dos mal llamados bandos del conflicto con la repercusión mediática y política.
Grandes tragedias
No, no es natural lo que allí sucede cuando no queremos mirar, cuando nos declaramos aburridos de oír hablar de legalidad internacional y de derechos humanos, cuando teorizamos sobre el eterno proceso de paz que ni es proceso ni es de paz porque no habrá paz sin justicia. Es cuando tres palestinos muertos no merecen ni un pestañeo y las grúas construyen colonias sin parar cuando se gestan las grandes tragedias. Para Israel, el asesinato de los tres jóvenes justifica la ocupación, cuando es justo lo contrario: son tan víctimas de la ocupación y sus consecuencias como los muertos que ha habido y habrá en Gaza. Tal vez Occidente deba dejar de mover incrédulo la cabeza y aceptar las causas de tanta muerte (saberlo, ya lo sabe). Y hacer algo.
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