OPINIÓN

Hollande es el entendido

Los líderes del G-8 siguieron con diferente tensión el desenlace de la Champions

Cameron (brazos en alto) celebra el éxito del Chelsea junto a Obama, Merkel, Durao Barroso y Hollande (sentado), en Camp David.

Cameron (brazos en alto) celebra el éxito del Chelsea junto a Obama, Merkel, Durao Barroso y Hollande (sentado), en Camp David.

JOSEP MARIA FONALLERAS

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Ante la euforia musculosa de Cameron o la quietud prosaica y prusiana de Merkel, parece como si Hollande (incómodo con su americana algo estrecha, confuso aún con el tono de colonias de fin de semana de Camp David) pasara absolutamente del fútbol y de un partido tan trascendente como el de la final de la Champions. Estamos en la tanda de penaltis y tanto puede ser que Cech acabe de detener el de Olic como que haya desviado levemente el de Schweinsteiger. O también se puede dar el caso que Drogba haya marcado el gol definitivo ante Neuer.

El hecho es que Cameron y uno de sus asesores estallan de alegría, mientras los alemanes, desolados, contemplan como el fútbol se parece demasiado a la política. Ellos han tirado del carro y ahora ven como son los ingleses, tacaños, quienes recogen las ganancias. Para acabar de completar la escena, Durao Barroso tiene cara de árbitro, que es lo que trata de hacer en la vida real, en honor del compatriota que ha pitado el encuentro.

Angela Merkel, impávida. Mira con ojos de miope y con una contención absoluta. De hecho, el fútbol no le interesa demasiado -ni siquiera como metáfora de las relaciones internacionales- y, encima, su jugador predilecto (Schweinsteiger, esencia de la robusta patria) yerra en el momento culminante. La suya no es una cara de derrota sino de indiferencia. ¿También Hollande? Con la mano en la barbilla, el recién nacido presidente francés parece que piense más en la proclama a favor de la activación económica que en el estallido de una victoria esquelética.

Y no. Resulta que Hollande nos representa. No solo es la esperanza blanca continental sino que, como nosotros, mira el partido con displicencia porque sabe que, en Múnich,

debía haber jugado el Barça. No me atreveré a afirmar que Hollande es culé, pero sí es cierto que es un amante del fútbol y que, durante la campaña electoral, en una entrevista aFrance Football, dijo:«El Barça nos hace soñar a todos». Gran respeto, pues, para con Hollande:«No hay nada tan magnífico como un partido de fútbol». Es decir, que el socialista no tiene la pose de quien asiste a una conferencia sobre Descartes sino que contempla el desenlace con la distancia de quien, amando el fútbol, no puede amar al Chelsea. Es uno de los nuestros.

En una mesa desértica, sin cerveza ni aceitunas, Obama contempla el espectáculo de la resurrección londinense con la boca abierta de quien está acostumbrado a ver triples en el último segundo. Cuando los Colorado Rapids le regalaron una camiseta del equipo con el número 10, se rió y dijo que así ya era como Messi, el mejor. Lástima que ayer Messi no jugaba.