Editoriales

Baño de sangre en un Egipto que necesita diálogo

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Hace poco más de un mes, las calles de El Cairo se llenaron de decenas de muertos. Ahora, multiplicado, ha ocurrido de nuevo en uncrescendode violencia que nada bueno permite augurar en el país africano en un futuro inmediato. El pulso sangriento que mantienen el nacionalismo del Ejército y el fundamentalismo religioso de los Hermanos Musulmanes polariza más si cabe a Egipto, cuando lo que se necesita en esta dramática fase de la revolución es voluntad de diálogo, de negociación, de búsqueda de un mínimo común del que partir para construir un futuro. Derrocar a Hosni Mubarak, acabar con el pasado, resultó relativamente fácil. Lo más difícil es construir el futuro, y aún más hacerlo cuando quienes están llamados a esta tarea son parte integrante de aquel pasado.

La sociedad activa que protagonizó el fin del régimen con su protesta activa y firme en la plaza Tahrir o bien ha desaparecido apisonada por las dos fuerzas en litigio o bien ha dado su apoyo al Ejército. Este es el drama que vive Egipto: la falta de una tercera fuerza que rompa la dualidad existente. Cuando aparezca esta tercera fuera quizá sea demasiado tarde, porque mientras los militares van ocupando todos los espacios políticos. Como ejemplo, el reciente nombramiento de 18 gobernadores civiles, de los que 11 son generales del Ejército. La existencia de fuertes divisiones en el seno del Gobierno provisional entre civiles y militares también está jugando a favor de la estructura militar.