Diez años de la cita de las culturas (4)

Un barrio en construcción

El proyecto del Fòrum rehabilitó una zona degradada pero está lejos de alcanzar su potencial ciudadano

Diagonal Mar golea a las demás zonas en valoración

Un joven ciclista, en la zona del Fórum, la semana pasada.

Un joven ciclista, en la zona del Fórum, la semana pasada. / JOAN PUIG

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INMA SANTOS HERRERA

Hay cosas que no se ven, que se huelen. Desde el principio, lo del Fòrum de les Cultures como sucedáneo de una exposición universal olía a que no iba a acabar de funcionar. Diez años se cumplen mañana del 9 de mayo del 2004, el día en que el Fòrum abrió sus puertas, y la intuición se convirtió con el paso del tiempo en una certeza: de la convocatoria cultural con hechuras planetarias no queda prácticamente ni un recuerdo en la memoria emocional de los barceloneses. La vinculación de la ciudad con la palabra Fòrum es geográfica: el escenario del Besòs que se bautizó con ese nombre. Esa es la piedra angular de la última gran transformación urbanística de Barcelona, a la que se destinaron casi 2.000 millones de euros y que ha dejado un territorio que es una certeza, un fracaso y una promesa. Se ha mejorado mucho lo que había –amplias zonas verdes junto al mar en lugar de un solar insalubre–, pero después de 10 años siguen sin solucionarse carencias graves y se han incumplido promesas urbanísticas y sociales. Y aun así, casi nadie niega el potencial y atractivo de la zona. La Barcelona alrededor del Fòrum es, ante todo, un barrio en construcción, que varía como de la noche al día de un sector a otro, de una calle a otra, según constatan los vecinos que han participado en el debate abierto por EL PERIÓDICO.

La certeza: la mejora tras la renovación urbanística del Fòrum es innegable si se tiene en cuenta que lo que había antes era un cenagal séptico dominado por la depuradora del Besòs. «Se ha convertido en la mejor zona de Barcelona: calles amplias, edificios modernos, luminosidad y zonas verdes, además del privilegio de tener la playa cerca», destaca Francisco Alen (comercial, 55 años). «Los que hemos vivido siempre en el barrio del Besòs, los que sabemos que Barcelona se acababa al final de la Rambla de Prim y que más allá solo había basura y cloacas, que donde está el Fòrum había un solar interminable, no podemos más que alegrarnos de que haya un sitio para pasear, donde los niños pueden jugar e ir en bici sin peligro», argumenta, tirando de veteranía, Jaime Pallars (administrativo, 46 años).

Ubicación privilegiada

Otros vecinos destacan su ubicación privilegiada –«La zona está muy bien: playa, modernidad, cerca del popular barrio del Poblenou...» (Eva Ribalta, administrativa, 50 años)– y su aprovechamiento de espacios al aire libre –«Es un espacio precioso con muchas zonas verdes para pasear, patinar, practicar deporte...» (Jordi Garcia Parés, asistente de sala, 28 años). Lo cual, siendo cierto, no oculta lo que falta, lo que no se hizo, lo que no se dijo que se iba a hacer, lo que se dejó a medias y lo que se ha estropeado con el tiempo. 

«Por mucho que se intente justificar la gran reforma urbanística que se realizó aprovechando el frustrado acontecimiento del Fòrum, los inconvenientes no compensan los beneficios que supuestamente aportarían las reformas», afirma Enrique Navarro, técnico especialista delineante de 60 años y vecino de la zona desde hace más de 30. Y es que 10 años después, es generalizada la idea de que se ha perdido la oportunidad de unir con el proyecto del Fòrum ese nuevo espacio urbano de Barcelona con Sant Adrià y, por extensión, con Badalona.

La plaza del Fòrum, que debería ser punto de encuentro, es hoy un territorio que nadie siente como suyo y en el que convergen cuatro barrios de realidades dispares. Del lado de Sant Adrià están la Mina marginal y la Ciutat Fòrum-La Gran Manzana, la de los pisos grandes, de nueva construcción. Y del lado de Barcelona, los altos pisos de Diagonal Mar, modernos, de lujo, frente a los bloques obreros de obra vista del barrio del Besòs. El Fòrum se presentó como una oportunidad de cambio y de acabar con el aislamiento de La Mina, pero eso está muy lejos de lo que ha acabado sucediendo en realidad. Y algunas de las medidas que se han llevado a cabo con este fin no han cuajado en la dirección adecuada y han calado en sus vecinos más como una amenaza a su seguridad que como una fórmula integradora.

«Este siempre ha sido un barrio de la periferia de Barcelona, de gente obrera, sí. Pero sigue habiendo un problema de drogas» (Neus Faustino, técnica logística, 44 años). Otros vecinos denuncian robos y la presencia habitual de gente buscando chatarra en los contenedores. 

Incivismo y transportes

«La mala imagen de esta zona se debe en parte a la cercanía al barrio de la Mina, al incivismo y también a la dejadez de la Administración en el mantenimiento, control y vigilancia de la zona. Todo ello la convierte en ocasiones en hostil para quienes vivimos en el barrio», apunta Armando Palencia (arquitecto, 41 años). Pero el incivismo no es solo cosa de ciertas zonas marginales. «Vivo enfrente de la explanada del Fòrum y la sensación que tengo es que lo han dejado solo para conciertos y fiestas de borrachera. Los vecinos padecemos los orines, las broncas, los vómitos y los actos vandálicos», afirma Andrés Casamayor (funcionario, 53 años). 

Ser zona de fiesta enfada. La carencia de infraestructuras y servicios cabrea. Y en este capítulo, el transporte se lleva la palma. Los vecinos denuncian su incomunicación con el centro de Barcelona ya que, en algunas zonas, la boca de metro más cercana queda a 15 minutos, y el tranvía no es solución. Además, la puesta en marcha de la red ortogonal de autobuses supuso la supresión del tramo final de la ruta de la línea 41, que pasaba por el Poblenou, el Front Marítim y Diagonal Mar y era la única que comunicaba a los vecinos con la estación de tren de Arc de Triomf, la plaza de Catalunya y la plaza de Francesc Macià. Ahora, deben hacer trasbordo.

En el otro lado de la balanza, a los vecinos no les pasan desapercibidas las grandes ventajas comerciales, ni que los edificios de oficinas y hoteles ayudan a la integración con el resto de la ciudad. Sin embargo, ni el gran centro comercial ni la oferta turística palían la falta de comercios y servicios de proximidad. «Demasiados bares y comercios ofrecen productos de escasa calidad», dice Margarita López, informática de 53 años. Como le sucede a su hermana mayor, la Vila Olímpica, en algunas partes de la zona del Fòrum se echa de menos el calor y ambiente de la vida de barrio. 

Por eso, no es extraño encontrar a vecinos que dudan de su potencial. Al fin y al cabo, diez años es un apreciable periodo de tiempo, y muchas cosas siguen igual. «Vivo enfrente del Port Fòrum. Tras más de dos años aquí, sigue sin haber comercios, las obras de la universidad se siguen retrasando, en Port Fòrum los locales siguen vacíos, se ha cancelado la construcción de una torre de oficinas, la llegada de un barco-hotel de lujo al puerto, el derribo del edificio Venus...», apunta Javier Acebo, gestor de compras de 33 años.

Desencanto

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Y de aquí al desencanto, un paso. Javier mira a su alrededor, hace balance y empieza a dudar de que el lugar que escogió para vivir sea el mejor para sus hijos. «La crisis y las decisiones por parte del Ayuntamiento y las empresas gestoras hacen que muchos vecinos decidan revender o alquilar sus propiedades porque este es aún un barrio incómodo, poco integrado y con pocas perspectivas de mejora a corto plazo», sentencia.

Y, sin embargo, tampoco es inusual encontrar a vecinos que dicen lo contrario: que mudarse allí ha sido su mejor decisión. Sobre todo en Diagonal Mar, que golea a los demás sectores en cuanto a satisfacción de los vecinos. Eso sí, unos y otros coinciden en quejarse del mal olor que generan la incineradora y la depuradora. Ya no se ven, pero se huelen.