Intangibles

El Tratado de Versalles y la hiperinflación

JORDI ALBERICH

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Parece ya indiscutible que la salida de nuestra crisis pasa por una reorientación profunda de la línea seguida hasta hoy por la Unión Europea, es decir, por Alemania. Sin ello, todo lo que podamos hacer servirá de muy poco. La prueba es evidente: no cesamos de asumir los dictados de la ortodoxia y los resultados están a la vista. Pero otorgar este cometido a Alemania no puede servir en ningún caso para disimular nuestra propia responsabilidad en el monumental embrollo en que nos hallamos.

Para entender la posición alemana, se dice que el recuerdo de la hiperinflación de los años 20 pervive en su mentalidad y conforma sus actitudes. Entiendo ese recuerdo, que se asocia con la consiguiente debacle social y económica que condujo al nazismo, y el horror ante un posible descontrol de la inflación. Pero también deberíamos, todos, recordar que gran parte del desastre que condujo a la segunda guerra mundial proviene de las condiciones que, previamente a la hiperinflación, los vencedores de la primera guerra mundial impusieron, en Versalles, a Alemania. Aquello tuvo mucho de lección moral, de ajuste de cuentas histórico. Las condiciones resultaron insoportables para los ciudadanos alemanes, que no entendieron el porqué de tanto castigo.

Hoy, los perdedores en la batalla del euro somos los meridionales. Y la actuación de los países del Norte no siempre se guía por la racionalidad, el interés común o, incluso, sus propios intereses. Les domina, en parte, una vocación moralizante. Y, en el Sur, una gran parte de la población, que no tuvo nada que ver con la fiesta, sufre unas consecuencias desproporcionadas, incomprensibles y, en parte, evitables.

Por cierto, hasta hace pocos meses, una parte de nuestras elites, no solo políticas, bendecía la seriedad y rigor de la nación alemana. Supongo que con la voluntad de desgastar al Gobierno, demostrar su ilustración y creer que, en su momento, entre gobiernos serios, el problema se solventaría. No ha sido así y, hoy, muchos de ellos son los primeros en criticar duramente la posición alemana. Han pasado de otorgar todas las culpas a los excesos del Estado del bienestar a otorgárselas a Alemania. Y se han quedado tan tranquilos.

Si fuéramos capaces, unos y otros, Gobierno y oposición, en España y los países sureños, de compartir un discurso, la negociación y la influencia sería distinta.

Pese a todo, personalmente aún confío en nuestros gobernantes. De lo contrario, solo nos cabe confiar que el edificante Norte considere las repercusiones de una ruptura económica cuyas consecuencias, también políticas y sociales, no serían menores para ellos. En cualquier caso como nos espera un otoño muy preocupante, mejor aprovechar las vacaciones y olvidarnos por unos días de la pesadilla de la austeridad. Buen verano.