Europa, en su encrucijada

Hay que corregir el rumbo y rectificar errores. Aferrada a la ortodoxia, Europa apostó por la austeridad y eso se ha convertido en un lastre para la actividad económica y la cohesión social. Se imponen políticas expansivas y un uso más eficiente y transpar

Europa, en su encrucijada_MEDIA_1

Europa, en su encrucijada_MEDIA_1

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

En las últimas semanas las referencias al riesgo de una tercera recesión en Europa se han hecho frecuentes. Los datos sitúan bajo mínimos la evolución del PIB en la mismísima Alemania, así como en Francia e Italia, y algunos artificios del optimismo oficial en nuestro entorno más cercano van asimismo quedando en evidencia. La eurozona parece encaminarse a algo más que un flirteo con la deflación. En este contexto, una nueva Comisión Europa de laboriosa

-cuando no tortuosa- gestación inicia su mandato al tiempo que a principios de septiembre el Banco Central Europeo (BCE) lanzaba lo más parecido hasta ahora a una expansión cuantitativa tras advertir el gobernador Mario Draghi a finales de agosto en el simposio de Jackson Hole (Wyoming), una de las citas más emblemáticas del mundo económico y financiero, de la necesidad de una estrategia económica más completa y coherente.

Europa necesita corregir su rumbo y rectificar errores. En el Viejo Continente la polémica acerca del conflicto que planteaba la simultaneidad entre, por una parte, una contracción de la actividad económica que hacía aconsejables políticas económicas de estímulo, y, por otra parte, un sobreendeudamiento que requería recomponer solidez en los balances de familias, empresas, entidades financieras y administraciones públicas, se saldó con el más rotundo fundamentalismo priorizando la dimensión de la austeridad hasta convertirse en un indiscriminado lastre para la actividad económica y la cohesión social, con consecuencias de desafección política canalizada de forma diversa en cada país. Una primera esencial dimensión de rectificación es ahora sin duda encontrar un equilibrio más razonable al respecto. El mismísimo Draghi reconoció en Jackson Hole la necesidad de una mayor demanda agregada para superar unos problemas de desempleo, incluido el estructural, que atenazan a Europa. Esperemos que algunas declaraciones de intenciones del nuevo presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, en la línea de estímulos presupuestarios con un aire de keynesianismo europeo vayan en esa correcta dirección superando empobrecedoras ortodoxias.

Pero, con ser importante esa deseable rectificación en el tono general de las políticas macroeconómicas europeas, no sería suficiente si no se acompaña de novedades en sus contenidos, en sus concreciones. Así, cuando se habla de una política monetaria expansiva, no debemos volver a olvidar que la función que legitima social e históricamente la existencia de un sistema financiero es la adecuada captación del ahorro y su eficiente canalización hacia la inversión productiva. Y la autoridad monetaria debe velar por ello y garantizarlo, de tal manera que una alegada expansión monetaria que no acabe dando lugar de forma significativa a una mayor y mejor financiación de los proyectos de inversión productivos, especialmente de las medianas y pequeñas empresas, motor de la economía europea, no debe ser aceptada como la necesaria política monetaria (más) expansiva. Por poderosas y bien conectadas políticamente que pretendan ser las razones para desviar  los fondos hacia otras utilizaciones.

En el ámbito de las políticas fiscales, un tono más expansivo solo puede aceptarse como tal en la medida en que se destine de forma efectiva  a usos social y/o económicamente productivos. Tenemos  demasiados ejemplos cercanos de cómo los recursos públicos acaban en utilizaciones lacerantemente ineficientes y/o corruptas, a demasiados niveles de administración y de colores políticos en su gestión, al tiempo que se han venido reduciendo partidas relevantes para la eficiencia económica y para la cohesión social. No es solo cuestión de volumen sino de garantías de utilización adecuada con parámetros de transparencia superiores a los del pasado reciente. Y, naturalmente, por el lado de los ingresos públicos, es imprescindible superar la abrumadora percepción de amplios segmentos de la sociedad de que las cargas al respecto se distribuyen de forma significativamente alejada de cualquier noción razonable de equidad, especialmente en lo que hace referencia a la capacidad/facilidad para eludir impuestos de los segmentos de población de más alto poder adquisitivo.

Estas dos líneas económicas, un tono decididamente más expansivo de las políticas macroeconómicas junto a una composición orientada de forma mucho más rotunda y transparente a una utilización más eficiente en términos económicos y sociales de los recursos al respecto, constituyen un ingrediente esencial para que Europa recupere la esencia de un modelo que fue de éxito y que con la coartada de la ortodoxa gestión de la crisis se ha querido dinamitar: evidenciar la posibilidad de alcanzar de forma simultánea y complementaria un razonable crecimiento económico en un entorno de democracia y políticas sociales de alcance. Demostrar que esa simultaneidad sigue siendo  viable e ilusionante, superando la resignación contraria que conduce al desencanto, es el reto presente que trasciende, con mucho, de la coyuntura económica.