PERIODISTA

Andrés Oppenheimer: «Exportando solo jamones, España no vencerá al paro»

Los noticiarios están cargados de declaraciones de políticos y futbolistas, pero este periodista, considerado por la revista ‘Foreign Policy’ como uno de los 50 intelectuales latinoamericanos más influyentes, cree que nuestro destino depende de la educación y la innovación.

El periodista Andrés Oppenheimer, a su paso por  Madrid, la pasada semana.

El periodista Andrés Oppenheimer, a su paso por Madrid, la pasada semana.

JUAN FERNÁNDEZ

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El editor y columnista de The Miami Herald, director del respetado espacio de la CNN Oppenheimer presenta, se dedica a desentrañar las claves de la actualidad política internacional que suelen protagonizar figuras como Obama, Maduro, Peña Nieto o Kirchner. Sin embargo, en ¡Crear o morir! (Debate), su último libro, Andrés Oppenheimer ha decidido poner el foco en algo tan alejado de la refriega política diaria como la educación de calidad y la innovación. Luces largas para conocer hacia dónde apunta el futuro y cómo nos conviene prepararnos para afrontarlo.

-¿Qué hace un periodista político como usted hablando de educación?

-Me he dado cuenta de que el destino de nuestros países, y estoy hablando de América Latina y también de España, no va a depender de quién gana las próximas elecciones ni de si fulano ha contestado no sé qué a las declaraciones de mengano, sino de que decidamos si nos metemos de lleno, o no, en el nuevo mundo de la economía del conocimiento.

-¿Cómo ha llegado a esa conclusión?

-Observando un hecho llamativo: los países que más han avanzado en las últimas décadas tienen ideologías muy diferentes. China es una dictadura comunista, Singapur es una dictadura de derechas, India es una democracia de izquierdas, Finlandia es una democracia de derechas e izquierdas, Israel es una democracia similar. Lo único que tienen en común estos países es que todos, en algún momento, decidieron convertir la educación de calidad y la innovación en una obsesión nacional. Deberían ser el ejemplo a seguir.

-¿Y lo son?

-Lamentablemente, no. España registró el año pasado 863 patentes internacionales. Corea del Sur, un paisito asiático que hace medio siglo era más pobre que la provincia más pobre de España, registró 18.000 patentes, las mismas que Alemania. Estados Unidos llegó a 159.000. Toda América Latina junta sumó 1.200 patentes. Así no podemos reducir la pobreza ni ser prósperos.

-En España la obsesión es bajar las listas del paro, no la innovación. 

-Pero no lo van a conseguir si no crecen, y no crecerán si no apuestan por la innovación. Podrán exportar muchos jamones, pero solo con eso no vencerán al paro en un mundo donde el trabajo manual vale cada vez menos y el intelectual, más. Kodak se fue a la quiebra con 140.000 empleados por no pasarse a la fotografía digital. Ese mismo año, Instagram, con solo 13 empleados, era vendida por mil millones de dólares. Apple vale hoy 720.000 millones de dólares, más que el PIB de varios países latinoamericanos juntos. Podemos cerrar los ojos, pero este es el mundo que viene.

-¿Qué significa convertir la educación de calidad y la innovación en obsesiones nacionales?

-Hace 15 años viajé a China y una de las cosas que más me impresionaron fue su extensa red de institutos nocturnos. En Pekín hay miles, son privados y están a rebosar. Pregunté a los estudiantes por qué estaban allí a las 9 de la noche después de llevar desde las 7 de la mañana en el instituto normal. Pensaba que iban mal en algunas asignaturas, pero resulta que todos eran buenos estudiantes. Estaban allí para sacar mejores notas y entrar en mejores universidades. La meritocracia que rige en ese país es admirable. Es una obsesión nacional y familiar. Nosotros tenemos otras.

-¿Cuáles?

-En nuestros países, los niños quieren ser Messi, no el próximo premio Nobel de Física, y eso hay que cambiarlo. A mí me encanta el fútbol, y Messi en particular, pero tenemos que crear una cultura de la innovación, y eso pasa por empezar a admirar a los científicos, a los emprendedores y a los innovadores como admiramos a los futbolistas. Hablo de un cambio que afecta a todos los ámbitos de la vida, incluida la prensa. Cuente cuántas páginas dedica su periódico a la política, la economía o los deportes y cuántas a la innovación y la educación. Seguramente, las mismas que el diario para el que trabajo.

-Ya sabe la respuesta. Pero, ¿con ese cambio sería suficiente?

-No, hay otro que me parece decisivo. En Silicon Valley, los emprendedores presumen de los fracasos que sufrieron en sus carreras antes de triunfar. Saben que la innovación es el último eslabón de una larga cadena de fracasos y están orgullosos de sus apuestas equivocadas, porque de todas aprendieron. En cambio, en los países hispanos crucificamos al que fracasa. No solo lo condenamos socialmente, también legalmente, con leyes de quiebras que te convierten en un paria si te van mal las cosas. Es urgente que promovamos una cultura de tolerancia social hacia el fracaso.

-Los tics culturales no se cambian a golpe de decreto.

-Cierto, pero se pueden cambiar, no estamos condenados a ellos, y la demanda ha de venir desde abajo. Por eso pienso que esta transformación deben liderarla los empresarios. No podemos dejarla en manos de los políticos, que solo ven hasta las próximas elecciones. Esto no da votos a cuatro años, porque sus efectos tardan dos décadas en notarse.

-¿Los empresarios? ¿Cuáles?

-Empezaría con los más importantes. Todas las grandes corporaciones, y España tiene ya unas cuantas, disponen de fundaciones con las que suelen hacer regalos y actividades muy loables. Deberían unirse para lanzar campañas de concienciación nacional que pongan la educación de calidad y la innovación en el centro de la agenda política. Ellos tienen los medios. Un día le pregunté a Bill Gates por qué no había surgido un tipo como él en Paraguay y se rio. A continuación me confesó que su secreto es que tuvo una excelente escuela secundaria.

-A modo de ejemplos inspiradores, en su libro cuenta la historia de 11 innovadores e incluye a cocineros y entrenadores de fútbol, como Gastón Acurio y Pep Guardiola. ¿Qué pretendía?

-La gente confunde innovación con tecnología, pero es algo que va más allá, tiene que ver con cambiar la forma de pensar. Acurio convirtió un oficio con poco prestigio en su país en un motor económico nacional y demostró que ahora es la innovación, y no las materias primas, lo que da dinero.

-¿Y Guardiola?

-Guardiola me parece relevante por un detalle: cuando era entrenador del Barça, después de ganar cinco o seis partidos seguidos, de pronto cambiaba su sistema de juego y sorprendía a sus rivales. Moraleja: hay que innovar cuando estás ganando, no solo cuando pierdes.

 

-Usted sostiene que hay ciertos lugares propicios para que se dé la innovación, que lo de Silicon Valley no fue casual. 

-Antes se pensaba que la gente creativa iba donde estaban las empresas que fomentaban la creatividad. Hoy son las empresas las que van donde está la gente creativa, y esta quiere vivir en lugares con onda, que se distinguen por tener diversidad étnica, ser tolerantes con los gais y aceptar a los que piensan diferente. Esto es un motivo de esperanza para España y América Latina.

-¿Por qué?

-Porque están llenos de ciudades que reúnen esos rasgos. Pocos lugares son percibidos en el mundo con más diversidad cultural, tolerancia y espíritu creativo que Barcelona. Si además apostara por la educación de calidad y por una cultura de admiración hacia los innovadores, no habría quién la parara.

-Para alcanzar ese ideal, ¿a Barcelona le convendría más formar parte de una Catalunya independiente o seguir en España?

-Catalunya debería aspirar a ser el Singapur del Mediterráneo, un centro de innovación avanzado. No soy un experto en política local catalana pero, visto desde fuera, creo que le interesaría más seguir en España para lograrlo. Poner el foco en la independencia es saltarse 20 etapas. Sin estar suficientemente informado, es lo que me dicta el sentido común.

-Si mantenemos esta conversación dentro de 15 años, ¿de qué estaremos hablando?

-Del impacto social que la robótica y la automatización estarán causando en la vida de las personas. Mi abuelo trabajó 80 horas a la semana para poder comer. Nosotros trabajamos 40. Pronto, quienes tengan trabajo, lo harán solo 20 horas a la semana. ¿Qué va a pasar con la gente que únicamente trabaje tres meses al año, o la que directamente no trabaje? Habrá más tiempo para las artes, la meditación y el cuidado personal, ¿pero cómo resolveremos el tema de la autoestima? Es una incógnita. El futuro se presenta interesante.