Messi sí quiere la Liga

La estrella del Barça deja otro monumental gol de falta (lleva 7 y 4 de penalti) y brilla en su doble rol en otro partido único

Messi y Alves felicitan a Suárez tras el 2-0 del uruguayo.

Messi y Alves felicitan a Suárez tras el 2-0 del uruguayo. / periodico

MARCOS LÓPEZ / BARCELONA

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Igual el cuentakilómetros, ese por el que los atrevidamente ingenuos miden el inclasificable fútbol de Messi, no avanzó demasiado en el derbi. Tampoco hace falta medir lo que corre Leo. Mientras él camina, procesa el fútbol a una velocidad inalcanzable para el resto de los mortales. Ya pueden ser los demás atletas de cuerpo esculpido en horas y horas de gimnasio. Cuando el balón llega a los pies de Messi, todo fluye hasta hacerse mágico.

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A él le hicieron la falta previa en el gol. Ni 10 minutos se llevaban de partido. Y como pasa en el colegio, cogió la pelota, dispuesto a demostrarle a Pau López, el agresivo portero del Espanyol, que no hay peor tortura que provocarle. Agarró el balón con tanto mimo que el Camp Nou entendió al instante que estaba preparando algo descomunalmente bello. Por la curva, exquisita, precisa, lenta, casi a cámara lenta, que dibujó el balón para ir alejándose de Pau López. De falta directa ha marcado Messi mas goles (7) que de penalti esta temporada (4). Y a cada cual más bello. Sorteó la barrera del Espanyol con delicadeza viajando hacia el rincón izquierdo de la escuadra de Pau. Un golazo, se mire como se mire. Por la distancia, por el golpeo, por el vuelo y, sobre todo, por la importancia del 1-0.

LIDERAZGO CON LA PELOTA

Abierto el partido, Messi no tenía bastante. Lleva inoculado el gen culé en esos antiguos derbis que jugaba contra el Espanyol cuando transitó a velocidad de vértigo por las categorías inferiores del Barcelona. Por eso, y aunque no lo diga abiertamente, estaba estimulado por la necesidad de ganar para acercarse a la Liga y, además, silenciar el universo perico. Llevaba seis faltas el equipo de Galca en apenas un cuarto de hora y Messi, en su primer agarrón, vio como Gil Manzano, el árbitro extremeño, le enseñó la primera cartulina amarilla del partido.

  A partir de ahí, arrancando desde la banda derecha, en ese rol que asumió desde la llegada de su amigo Luis Suárez al eje del ataque, Messi ejerció ese liderazgo que no miden las máquinas. Pidió el balón con la autoridad que le provoca ser el mejor del mundo, aunque tenga que ver la final de la Champions por la televisión. Si es que la ve, claro, competitivo como es, dolido por perderse esa maravilloso escaparate. De ahí que se tome cada partido, y si es en un derbi mucho más, como si fuera el último de la temporada. Para él, lo es realmente.

 Llevó el partido con el balón en las manos y el mapa en la cabeza, desdoblándose como si fuera el Messi de Guardiola, ejerciendo de falso nueve, pero por detrás siempre de Suárez, al tiempo que asumía su nuevo rol de asistente, instalando su campamento en la banda derecha. Con un look nuevo, algo inédito en el Camp Nou, barba pelirroja, cuidadosamente descuidada, asistió a Suárez en el 2-0. Cuando firmó el imponente 1-0, o una falta convertida en obra de arte, miró hacia un rincón del gol norte del Camp Nou y se lo dedicó a Manel Vich