LA CONTRACRÓNICA

Egoísmo y altruismos

EMMA RIVEROLA

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¿Son reales el altruismo y el egoísmo? Esta es la pregunta que Conxi Hernández ha lanzado en su grupo de tertulias filosóficas. Acogida en casa de su madre después de haber cerrado su negocio y haber perdido su vivienda, conoce el profundo significado de ambos términos. Quizá también por ello desprecia a los políticos que «solo saben echar por tierra a sus rivales en vez de ayudar a la ciudadanía». Apunta que esta no ha sido la actitud de Albert Rivera en el encuentro, pero teme que pronto se contagie de la actitud belicosa imperante. No es la única que denuncia el egoísmo de la clase política. Laura Parrí enumera la corrupción, el fraude fiscal y la tolerancia, cuando no connivencia en provecho propio- de la burbuja inmobiliaria. «¿Dónde están los políticos que lo son por convicción?», se pregunta esta joven responsable de márketing de una empresa de construcción. Pere Toro evoca, no sin cierta añoranza, los debates entre algunos políticos de la transición en los que él cree recordar más argumentos y menos ataques personales. A este licenciado en Historia Antigua y Turismo, ahora con las manos puestas en el volante de un taxi, no le gustan las ruedas de prensa sin preguntas, ni los papeles escritos por asesores ni los mítines que se olvidan del programa y solo critican al contrario.

«Se tendría que hacer una política por encima del pin del partido», sentencia Jordi Higueras. Este estudiante de Administración y Dirección de Empresas, antes electricista, anima a tomar ejemplo de la generosidad de la gente. Son muchos los antiguos compañeros del sector de la construcción que han tenido que volver a vivir con los padres. «Por suerte, en Catalunya, la familia y la red social funcionan». Francisco Garrigol va más allá en sus reproches y lamenta que los partidos generen controversias que los ciudadanos no sienten pero que acaban pagando.

Propuesta innovadora

«El país no funciona. He votado siempre, pero ya no me los creo», confiesa Agustí Farrés. Arquitecto y profesor de dibujo técnico en un instituto, es un privilegiado observador de la sociedad. «La mitad del país está colgado por la vivienda y la otra mitad no podrá acceder nunca a ella. La crisis ha afectado a muchas familias y eso también se nota en sus hijos. El nivel de los estudiantes está bajando». Unas dificultades que también se reflejan en la universidad. Montserrat Ponsà, catedrática emérita de Biología celular en la UAB, contempla cómo los recortes están dilapidando años de trabajo. «Si tienes un programa de investigación parece que quieras despilfarrar dinero público. Los presupuestos han bajado drásticamente, también los sueldos y, encima, estamos bajo sospecha, como si fuéramos delincuentes».

Si Rivera no despierta pasiones antes del encuentro, su imagen personal sube enteros después. Mª Rosa Vidiella pasa de acusarlo de veleta a alabar su oratoria y ciertos aspectos de su discurso que no atribuye a Ciutadans. Pere Lleixà destaca su carácter escurridizo. Este informático y estudiante de filosofía critica la distancia entre el establishment político  y el pueblo. «Lo que viene no es la nueva política, sino la de verdad. La de ahora, conformada por dos bloques monolíticos a menudo cómplices, se ha demostrado incapaz de resolver los problemas». Núria Virgili se muestra esperanzada, cree que la multiplicidad de partidos hacia la que nos dirigimos resultará positiva. «Rivera presenta una propuesta innovadora que toma ideas de la derecha y de la izquierda. Creo que encajará en el nuevo sistema político. Aunque será más complicado ponerse de acuerdo, el pueblo estará más representado y los partidos se verán obligados a buscar puntos en común». Quizá entonces empiece la era del altruismo.