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Patton y la lluvia de las santas

Las nubes cargadas casi son un clásico de la Mercè. Los elementos siempre son clave

La jornada 'castellera' de la Mercè del 2011, suspendida por un aguacero.

La jornada 'castellera' de la Mercè del 2011, suspendida por un aguacero.

ELOY CARRASCO

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El general Patton fue un militar poco corriente hasta para morirse. Sus días acabaron en Alemania unos meses después de que el fuego ya hubiese consumido a los nazis, tras un confuso accidente de tráfico urdido por algún servicio secreto, con un posible tiro de gracia y hasta un envenenamiento posterior en el hospital -tan duro de pelar era-, según la teoría conspiranoica que se consulte. Historiadores como Antony Beevor lo pintan como irascible, intuitivo y cínico, indudablemente carismático. Desde luego, hizo un buen resumen de lo que son las guerras. «El objetivo en el campo de batalla -dijo- no es morir por tu patria, sino que el cabrón que tienes enfrente muera por la suya».

En diciembre de 1944, los alemanes tramaban con sigilo la gran ofensiva que se convertiría en la batalla de las Árdenas. Constituyó el todo o nada de Hitler, que por suerte ahí empezó a palmar con todo el equipo. Transcurrían aquellos negros días de hace casi 71 años y Patton ardía por avanzar y aplastar a los alemanes, frente a la petulante pasividad del británico Montgomery, comido por los celos de la popularidad del yanqui. Pero la que no estaba entre los aliados era la meteorología. Diluviaba día tras día, había barrizales por caminos y la aviación carecía de la visibilidad necesaria. Armado de fe y no poco pragmatismo, Patton acudió al capellán castrense James O'Neill con una pregunta desconcertante: «¿Tiene alguna plegaria eficaz para cambiar el tiempo?». El religioso digirió su asombro como pudo y redactó una oración que -resumiendo- imploraba al Señor que se llevase las nubes a otro sitio para que el buen soldado norteamericano acabase con la «opresión y perfidia» del Tercer Reich. La rezaron 250.000 hombres, leída en otras tantas octavillas, y, anticiclón o milagro, la cuestión es que dejó de llover y los aeroplanos aliados consiguieron barrer mucho más a gusto la resistencia del enemigo.

Los elementos, siempre decisivos. Aunque las soflamas y seguramente también muchas plegarias vuelan en estos días de promesas y embustes, en Barcelona vivimos tiempos de paz y la inquietud por lo que venga del cielo cabe circunscribirla a las molestias para los celebrantes de la Mercè. Como el ayuntamiento de Ada Colau suprimió la misa del programa oficial, si han de caer chuzos de punta no habrá Dios que lo impida. Y los meteorólogos, vaya, avisan de que viene lluvia. En el fondo, los paraguas abiertos forman parte con frecuencia del paisaje de la ciudad que decidió hacer coincidir la fiesta patronal con el inicio del otoño. El titular periodístico «La lluvia desluce la Mercè» es casi un clásico, notario de aguadas sesiones de castellerscorrefocs y demás solemnidades al aire libre.

Torturas y langostas

Es conocida la fábula en torno a Santa Eulàlia, copatrona barcelonesa a la que se rinde homenaje festivo en fechas meteorológicamente más hostiles, el frío febrero. Desprovista del favor en exclusiva de los conciudadanos, sus apenadas lágrimas serían la lluvia que remoja las calles cuando no toca, que todavía vamos todos en manga corta.

No se puede reeditar con dos vírgenes el pulso testosterónico Montgomery-Patton, pero habría que ver los méritos de una y otra para acabar llevándose la medalla. Según una leyenda, quizá la más extendida -como toda leyenda, cuanto más cruel, más crece-, la niña Eulàlia sufrió 13 martirios, tantos como años tenía, por atreverse en aquel siglo III romano a protestar ante el gobernador de Barcino por la persecución de los cristianos. Las torturas que le infligió el alcalde Daciano habrían dado ideas a Hitler.Nuestra Señora de la Mercè también destacó por la lucha en favor de la cristiandad, pero de un modo digamos más político. En el siglo XIII -leyenda dixit, y así lo recoge el programa de la fiesta-, la virgen se apareció al rey Jaume I, a san Pere Nolasc y a san Ramon de Penyafort y les instó a crear una orden de monjes para rescatar a los correligionarios cautivos de los sarracenos. Por si fuera poco, en 1687 Barcelona sufrió una plaga de langosta, elevó sus rezos a la Mercè y la santa acabó con los bichos.

¿Eulàlia o Mercè? En todo caso, si llueve igual es cosa del otoño.