La otra cara de la barcelona de éxito turístico

El paisaje comercial tradicional del centro de BCN se extingue

CARLES COLS / BARCELONA

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

El 2014 comenzó con un premonitorio anticipo de lo que iba a ser el resto del año. El 5 de enero cerró la juguetería Monforte, de la plaza de Sant Josep Oriol de Barcelona. Llevaba allí desde 1840, lo cual, por situar las cosas, quiere decir que era más antigua que la fachada de la Catedral. Desde ese 5 de enero, el 2014 ha sido un goteo de malas noticias. La librería Documenta, un referente cultural, tuvo que dejar la calle del Cardenal Cassanyes y trasladarse en busca de alquileres más sensatos. De la galería Joan Prats de la Rambla de Catalunya solo queda la carpintería exterior y la arquitectura interior, de Sert. Ahora allí se vende ropa, con un outlet al fondo. La filatelia Monge ya no está donde todos la conocían. La camisería Deulofeu no sobrevivirá al 2014. Tampoco la chocolatería Fargas. Cerrará El Indio, en la calle del Carme. La quesería Simó, de la calle Comtal, también. A este año le quedan dos meses. Se acabó el goteo. Ahora el grifo está abierto.

La causa es ya de sobras conocida. El 31 de diciembre expira la prórroga que concedió la ley de arrendamientos urbanos de 1994 para actualizar los contratos de alquiler de renta antigua, firmados antes de 1985. Una opción periodística aquí y ahora sería redactar el obituario de todos los que perecerán en los próximos dos meses, pero aún es pronto. Algunos sobrevivirán contra pronóstico.

Este sería el caso de la pastelería La Colmena, postal irremplazable de la plaza del Àngel, que parecía condenada a renacer como restaurante para turistas y que se ha salvado como Kioto en la segunda guerra mundial. Esa ciudad estaba por delante de Hiroshima como objetivo para dejar caer la bomba, pero el secretario de Guerra Henry L. Stimson la tachó porque había pasado allí su luna de miel. Josep Maria Roig, dueño de La Colmena, explica que le pasó algo similar. El propietario del inmueble ha aceptado reconsiderar sus pretensiones por una cierta vinculación sentimental con el negocio. Es un final feliz en un distrito, Ciutat Vella, donde estos días hay que ir con tacto al preguntar qué futuro le aguarda a a tal o cual tienda. A veces la dependienta se echa a llorar. Tal cual.

Cada caso es particular. Por ejemplo, el destino de la Casa de les Sabatilles, de la calle Llibreteria, pende de un subapartado de aquella ley de arrendamientos de 1994. El negocio está aún a nombre de la mujer que firmó el contrato. Los clientes sabrán que ha fallecido porque cuando eso suceda, Joan Carles, el hijo, tendrá que entregar las llaves al dueño del inmueble. Dice que es una lástima, pues recuerda que él solo vende productos fabricados aquí, nada de piezas manufacturadas de cualquier modo en Asia.

La cuestión es que el darwinismo comercial en el que se halla inmersa la ciudad ha cruzado fronteras, incluso océanos. Esta semana, The New York Times dedicaba un amplio reportaje a esta transformación de Barcelona, que en EEUU causa estupefacción. El reportaje no descubría nada que ningún barcelonés preocupado por esta problema no conozca, pero incluía un párrafo que merece no ser pasado por alto. En él, el edil de Comercio de Barcelona, Raimon Blasi, explicaba que el ayuntamiento no puede decirle a los turistas dónde deben ir a comprar, que las leyes del mercado son las que son, y lo rubricaba con una confesión desconcertante, pues mencionaba el reciente cierre de la librería Canuda y apuntaba que, pese a haber pasado cientos de veces por delante, jamás había comprado allí un libro.

Entre los establecimientos amenazados de aquí al 31 de diciembre hay otra librería, esta especializada en libros de arte, Sant Jordi, en la calle Ferran, cuyos dueños, dos Josep Morales, padre e hijo, tienen algo que contar sobre Blasi. También les visitó como concejal del ramo. «Nos dijo que nos teníamos que modernizar, que esto de los libros de papel es el pasado». Los Morales andan estos días desnortados. Creyeron que cuando el Ayuntamiento de Barcelona anunció un plan de protección para las tiendas emblemáticas de la ciudad contra la burbuja de los alquileres se refería a otra cosa, no a que como mucho iba a preservar elementos decorativos de la tienda, con independencia de a qué actividad se dedique el negocio.

El esqueleto de la filatelia

De hecho, ese puede que sea uno de los sarcasmos en los que degenerará el actual cierre de tiendas en curso. Quedarán ahí los esqueletos de lo que alguna vez fue el centro de Barcelona. La carpintería de la filatelia Monge se reciclará para darle lustre al centro comercial que ocupará la esquina en la que hoy aún está abierta al público la chocolatería Fargas. Estarán los esqueletos, y también las lápidas. Algunas tiendas amenazadas de cierre lucen en la acera una placa que les reconoce su contribución al buen nombre de la ciudad. Se concedierona principios de los 90. Emporio Musical, preciosa tienda junto a la fuente de Canaletes, visita indispensable para todo melómano, tiene una. Cerrará en diciembre, pero la placa quedará ahí en el suelo tan absurda como la que está frente al número 72 de la Rambla. Antes estaba ahí la camiseria Bonet Hermanos. Hoy se venden porcelanas de discutible gusto.

Esas placas, en cierto modo, le darán un aire de camposanto a ese antiguo tejido comercial del centro de la ciudad que antes de fin de año perecerá, pero el balance de víctimas será en realidad muy superior al número de lápidas, porque cierran bastantes emblemáticas, efectivamente, pero también otras muchas más que no tienen esa etiqueta algo arbitraria y que muchos barceloneses echarán en falta cuando vayan de paseo y digan aquello de ¡oh, han cerrado!