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Mercè 2015: Los señores de la pólvora

Una imagen del 'correfoc', en la Via Laietana, ayer.

Una imagen del 'correfoc', en la Via Laietana, ayer.

CARLES COLS

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En francés hay una expresión perfecta para entender el magnetismo del correfoc. En el país de aquí al lado hablan a veces a l'appel du vide, la llamada del vacío, para referirse a ese antinatural placer que comporta el riesgo. Los vascos, si se celebrara en su tierra, dirían que bailar bajo las lenguas de fuego que escupen una sesentena de colles de diables y bestias de cartón piedra es una bilbainada, o sea, la cúspide de la osadía. Pues eso, que a caballo de la bilbainada y de l'appel du vide Barcelona celebró anoche su trigesimosexto correfoc. Éxito de público, como es costumbre.

Los antecedentes de esta celebración son, sin exagerar, milenarios. El primer texto escrito que menciona un Ball de Diables lleva la fecha de 1150. Fue con motivo del enlace matrimonial entre Ramon Berenguer IV y Petronila, una boda, por cierto, algo rarita, pues al cónyuge le ofrecieron la que iba a ser su esposa cuando esta tenía solo dos añitos de edad. Tuvo al menos la paciencia y decencia de esperar a que tuviera 13 para celebrar la ceremonia.

Pero aquella tradición de disfrazarse de diablo y asustar a las criaturas y a las viejas del siglo XII era una chiquillada al lado de lo que Barcelona se inventó en 1979, ansiosa como estaba la ciudad entonces por celebrar una fiesta mayor que rompiera con el tedio del franquismo. Lo que se les ocurrió a los responsables del área municipal de festejos fue reunir a las pocas colles de diables que sobrevivían en Catalunya y que salieran en un único pasacalles. Al grupo teatral Comediants le gustó tanto aquel disparate que hasta se sumó con una colla propia. La mecha del entusiasmo prendió. Hasta hoy.

Que el correfoc tiene algo de rito iniciático para la juventud es bastante incuestionable. Se supera el reto, lo que no siempre sucede a la primera tentativa, cuando literalmente se baila bajo el paraguas de fuego que portan los diables.

Los suministradores

Pero cuando se está ya algo talludito no está de más antes preguntar un poco, porque, por ejemplo los castellers, otra bilbainada, van a veces de gira por el mundo, pero el correfoc, al menos del modo en que lo celebra Barcelona, es inexportable. Las normas de seguridad de otros lares lo prohibirían. Así lo cuenta, cinco horas antes de que comenzara ayer la infernal fiesta en la Via Laietana, Mario Igual, hermano de Isidre, ambos juntos los señores de la pólvora, pues su empresa, de fama intercontinental, es la que suministra a los Azazel, Belcebú, Lucifer y Mefistófeles de turno el cóctel químico indispensable para el correfoc. «Las carretillas y los surtidores queman pólvora negra», explica. Pero si solo fuera eso, sería muy fácil.

Durante los primeros años de la Mercè moderna, la receta de la pólvora incluía una dosis indispensables de aluminio. Su misión era que la combustión proporcionara unas chispas de un blanco cegador. El problema es que la temperatura a la que arde el alumino es muy alta. No es que aquello fuera un imprudencia y que el público pudiera arder como si fuera la Antorcha Humana de Marvel, pero las salpicaduras le recordaban a uno, bajo la cascada, de qué estaban hechos los valientes, de carne y miedo. «Desde hace 10 años hemos sustituido el aluminio por titanio, con el que el efecto es el mismo, pero la temperatura es menor», prosigue Igual. Eso tranquiliza. También el currículum de la empresa, que suele estar detrás de la pirotecnia de las grandes ocasiones (mundiales de fútbol, celebraciones de Año Nuevo...) y que, como lo suyo va viento en popa, anda ahora metida en la búsqueda de fuegos artificiales que ardan sin humo. La repanocha.

Tras las explicaciones técnicas de Igual, ir al correfoc parecía ayer menos irresponsable. Contribuyó después a esa sensación asistir como público, antes del anochecer, al correfoc infantil. Es un espectáculo desconcertante este de ver a niños que tal vez no han empezado ni la primaria vestidos como exige el sentido común de la fiesta, es decir, encapuchados, con gafas de piscina o de esquí y con un pañuelo de atracador de bancos del Far West. Muchos huían a la carrera a la que se acercaba el primer diable, pero varias decenas superaron el reto.

La ciudad invitada

La cuestión es que, incluso así, parecía que faltaba un empujón final para meterse de cabeza en el averno. Tal vez una mirada externa que le pusiera épica al reto. Ahí apareció entonces, entre la multitud, Hernán Lombardi, ministro de Cultura del gobierno autónomo de Bueno Aires, ciudad invitada de la Mercè 2015, corresponsable, por lo tanto, de la apetitosa programación de este año. «Conocí el correfoc durante la Mercè del año pasado. Me fascinó. En una ciudad que destaca por su sofisticada vida intelectual, esta expresión de primitivismo, en el buen sentido de la palabra, es extraordinaria». Total, que enardecido por las palabras de Lombardi, muy resumidas, todo hay que decirlo, no queda más destino que sumergirse en la trigesimosexta edición de este pandemónium único en el mundo. Fuego, baila conmigo. Que sea lo que Satanás quiera...