BARCELONEANDO

Los niños de la tienda de Apple

Los menores de entre 13 y 16 años quedan aquí, y que haya wifi es una de las razones

Adolescentes en el exterior de la tienda de Apple, en la plaza de Catalunya, ayer por la tarde.

Adolescentes en el exterior de la tienda de Apple, en la plaza de Catalunya, ayer por la tarde.

MAURICIO
Bernal

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Cambian los tiempos y las ciudades son el escenario, el termómetro de la metamorfosis. No hace mucho era incontestable que el Café Zúrich era el lugar donde la gente se encontraba, la esquina para esperar o ser esperado, y era incontestable de un modo paradigmático: el Zúrich era sinónimo de quedar y quedar era sinónimo del Zúrich. Una porción considerable de barceloneses asocian el café de la plaza de Catalunya con la imagen de gentío, de personas mirando el reloj u oteando el horizonte en busca de un rostro conocido, pero lo más probable es que de aquí a unos años, no muchos, el viejo Zúrich sea definitivamente eso, viejo, que los padres al pasar por allí les cuenten a los hijos que en esa esquina se encontraban con sus madres, y que como lugar para citarse quede congelado en los libros y en las fotos, que para entonces serán de época. Aún queda gente en el Zúrich, mucha gente, pero la decadencia ya se huele, y el olor a nuevo llega desde la esquina diametralmente opuesta de la plaza: la tienda de Apple.

Carece del halo romántico de quedar en un café, pero estos tiempos no son románticos: son tecnológicos. ¿Dónde, si no bajo la manzanita simbólica, van a encontrarse los que viven su égida con más comodidad? Menores de 13, 14, 15 años; alguno de 16. No se puede descartar que el famoso icono ejerza por sí solo un insuperable atractivo, y que bajo su sombra estos menores se sientan arropados, pero la concreción de ese sentimiento descansa en una palabra que antes de que nacieran no existía, que vino al mundo con ellos y que es parte natural de su rutina, de su día a día: wifi. En el Zúrich no solo no hay una manzanita regando el entorno con su luz sino que tampoco hay wifi; lo que se dice un lastre. Como los aficionados al fútbol que ven el partido en un bar cerca del estadio, para escuchar en vivo el rugido del gol, o los feligreses que sienten que una llama se les enciende al pasar cerca del templo, los niños de la tienda de Apple se arriman al lugar que les dice algo, donde se sienten mejor, más cómodos, como en casa. Que haya wifi no es sino la extensión práctica de esos significados, algo que estos menores ven como natural. Hay wifi. Obvio.

Como lugar de encuentro, el fenómeno roza cotas de esplendor los sábados, cuando decenas de adolescentes se citan en esta esquina, y quizá lo más interesante es que a veces se citan no para desplazarse hacia otro sitio, sino simplemente para estar aquí. Horas, dos, tres, cuatro, se pueden pasar apoyados contra la pared, sentados entre los nichos que dan al paseo de Gràcia, o junto a la boca del metro. Charlan, se ríen, se abrazan, se besan, miran pasar a la gente, tienen arranques de efusividad y se abrazan histéricamente, cosas así. Se toman fotos, naturalmente. Y entran y salen de la tienda, porque la tienda no es solo un lugar que irradia cosas. «Entramos, nos hacemos fotos con los móviles y nos las enviamos a nosotros mismos», resume una chica de 14 años. También entran sin un objetivo concreto, solo por entrar, así como han quedado solo por quedar. Es lo mejor de esa edad: que no todo tiene objetivo. «Estamos aquí, de buen rollo, ya está».

En inglés es pavoneo

Quedaría todo en eso, unos niños amigos de la tecnología que quedan en la tienda que representa esa tecnología, si no fuera porque, al parecer, no son unos niños cualesquiera. La gente que ha quedado y sigue quedando en el Zúrich no es más que eso, gente, pero estos menores, por detalles que tienen que ver con su forma de ser, de estar y sobre todo de vestir, han sido clasificados en un universo aparte: los swags. Una tribu urbana. Otra. Unos se definen como tales y otros rechazan la etiqueta, y señalan a los otros y dicen: eso, eso es un swag. Lo difícil es definir a un swag. Aparte de mencionar que van moderna, y a la vez pulcramente vestidos -lo que es pulcro a esa edad-, nadie es capaz de dar una definición concreta -tampoco es edad de definiciones-, y los diccionarios de tribus en la red -abundan- tampoco aportan demasiado. «Swagger -dice uno-: cómo se presenta uno ante el mundo. Manera en que una persona maneja la situación. También puede referirse al modo de caminar». «Swag soy yo», dice otra chica, exhibiéndose con desparpajo y con sonrisa, para la foto que nadie le va a hacer, antes de ir a posar para el enésimo selfie de la tarde. Swag es ella, sí, seguramente. En inglés, por si aporta pistas, swagger significa pavoneo.