La victoria de la esperanza

05/11/2008. El diario saludó con entusiasmo la victoria de Barack Obama en las elecciones del 2008. Un presidente negro que levantaba ilusiones de acabar con el unilateralismo de su antecesor.

Un seguidor de Obama,emocionado en la fiestapor el triunfo, en Chicago.

Un seguidor de Obama,emocionado en la fiestapor el triunfo, en Chicago.

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El sueño del reverendo Martin Luther King se ha hecho realidad esta madrugada. Con la elección del senador Barack Obama como próximo presidente de Estados Unidos culmina el largo, penoso e histórico camino de liberación recorrido por la minoría negra desde que fue liberada de la esclavitud por el presidente Abraham Lincoln en 1863. El doctor King proclamó su sueño con el verbo encendido de un visionario: «Hijos de antiguos esclavos e hijos de antiguos dueños de esclavos estarán dispuestos a sentarse juntos en la mesa de la hermandad». Las urnas han ido más allá incluso de la esperanza depositada en el futuro por el premio Nobel de la Paz.

La victoria de Obama es también la confirmación de que, por encima de crisis concretas y periodos de incertidumbre, la sociedad estadounidense dispone de una gran reserva de dinamismo, capacidad de renovación y osadía democrática cuando interpreta que renunciar al cambio -y a sus incógnitas- puede aumentar los problemas. Así ha sucedido en anteriores ocasiones y así sucede ahora, con el país comprometido en la situación más compleja desde el final de la guerra fría. Como se dijo de la victoria de Franklin D.        Roosevelt en 1932, la de Obama es la del cambio inaplazable por necesario.

Un político transversal

Pero en el caso de Obama, el cambio tiene una profundidad y significación inigualables. Lo tiene no solo por tratarse de un integrante de la comunidad negra, sino porque en el cortísimo periodo de cuatro años en el Senado ha construido una personalidad política sin contar para ello con los extraordinarios medios de que dispusieron otros aspirante al Despacho Oval. Antes al contrario, a despecho de todo pronóstico, ha sido capaz de presentarse ante la opinión pública como un candidato transversal, aceptable y aceptado por diferentes segmentos sociales, con independencia de la pigmentación de la piel, dentro de un partido, el Demócrata, considerado tradicionalmente el de las minorías pero en absoluto a salvo de prejuicios raciales.

Al celebrar la victoria, el pensamiento de Obama puede remontarse 145 años atrás, cuando el presidente Lincoln, al recordar a los soldados que perdieron la vida en la batalla de Gettysburg, dejó dicho para la historia: «Resolvamos aquí firmemente que estos muertos no habrán muerto en vano ». Y los electores que le han llevado hasta la Casa Blanca pueden sentirse justamente liberados, siquiera por un día, de la cortedad de miras del «hombre prosaico» que «se aferra a la oscura y ponzoñosa superstición de que el mundo se acaba en la colina más cercana», en frase pronunciada por Robert Kennedy en 1966 en la Sudáfrica del apartheid.

Bueno es que Obama se instale el próximo 20 de enero en la Casa Blanca con esta mezcla genuinamente original de sentido de la historia y emotividad a flor de piel. Porque cuando cese la fanfarria y desaparezca el confeti, deberá afrontar el formidable desafío de restaurar el prestigio de la nación, la dignidad de la política y la relación con los aliados. Este es el cambio que no solo los norteamericanos, sino el mundo, esperan del nuevo presidente, que deberá afrontar a un tiempo la crisis económica global, la retirada de Irak, las turbulencias afganas, las reclamaciones de las potencias emergentes que exigen justamente un lugar bajo el sol, la protección inaplazable del medioambiente y, como compendio de todo ello, la vuelta al multilateralismo.

Para los europeos, en general, y los españoles, en particular, el cambio debe restaurar la condición de aliados a quienes Bush ha querido tener como simples compañeros de viaje. Del nuevo inquilino de la Casa Blanca espera justificadamente el Gobierno de Rodríguez Zapatero la consideración y el trato respetuoso que le ha negado la Administración republicana desde que retiró los soldados de Irak. Obama ha insistido durante la campaña en tomar esta razonable dirección.

En la tradición norteamericana, la esperanza acompaña siempre la elección del nuevo presidente. En el caso de Obama, las singularidades de su victoria hacen de la esperanza el elemento principal de su llegada al poder. Se trata de un capital inapreciable que debe servir para corregir las lacras de los ocho años consumidos por Bush en dejar a Estados Unidos in aliento.