Guerra civil en un país árabe

Penurias y escasez en la Siria 'liberada'

La ayuda internacional sigue ausente en la zona controlada por los rebeldes

Destrucción en la localidad de Deir al Zor.

Destrucción en la localidad de Deir al Zor.

MARC MARGINEDAS

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Transcurridos dos años del inicio del levantamiento contra el régimen del presidente sirio, Bashar el Asad, ya se puede hablar de líneas de frente y zonas enteras del país en manos de uno u otro bando en liza. Los movimientos a través del territorio controlado por los revolucionarios, en especial por el norte del país, se han hecho mucho más fáciles que un año atrás, cuando los rebeldes solo controlaban barrios o ciudades y unas pocas e inseguras rutas secundarias.

En la retaguardia, lejos de los combates de Khan Al Asel o de la ciudad vieja de Alepo, existe una relativa seguridad. El único peligro procede de los bombardeos de helicópteros o aviones. Sin embargo, las agencias humanitarias dependientes de la ONU y las principales oenegés internacionales siguen todavía ausentes del norte de Siria, y los civiles que aquí residen responden con una irónica sonrisa o una mueca de desprecio en cada ocasión que se les pregunta por ellas.

Durante los largos 24 meses de conflicto civil, las necesidades ya son enormes, los problemas van acumulándose y haciendo más difícil la resistencia de los civiles. Todas las gasolineras del norte del país han sido bombardeadas, y el único combustible que está disponible, refinado artesanalmente, se vende en bidones en los márgenes de las carreteras.

Las operaciones para repostar cualquier vehículo, que se prolongan durante un mínimo de media hora, se hacen de manera manual, y requieren de un filtro que impida que elementos extraños o impurezas bloqueen el carburador del vehículo. El precio de un litro de esta preciada sustancia, asegura Luay Al Qaad, «se ha multiplicado por 10» respecto del existente antes de estallar la guerra, lo que dificulta enormemente los traslados y hace que las carreteras norteñas registren una bajísima densidad de tráfico y muestren un aspecto fantasmal que en casi ningún caso se debe a los combates que se libran en la zona.

En el barrio de Ashaar, situado en el este de Alepo, ninguna oenegé o agencia de las Naciones Unidas está distribuyendo comida o medicamentos, y el abastecimiento de la población civil está a cargo de magnates como Abu Musab, un hombre de negocios afincado en Rumanía y vinculado a la oposición que importa desde el extranjero alimentos de primera necesidad para después distribuirlos entre la población civil según sus necesidades, una vez se ha comprobado el libro de familia de cada uno de los beneficiados.

Umm Nuri, de 33 años, con el rostro cubierto por un velo es una de las decenas de mujeres que esta mañana de marzo se ha acercado al depósito de alimentos a recoger su saco de cinco kilos de arroz, una ración que deberá alimentar a su familia durante al menos 20 días. «No es suficiente, pero es la única ayuda que recibo; mi marido no puede trabajar por la guerra y tengo a mi cargo a cinco hijas», se lamenta.

Algunos medicamentos de primera necesidad, en especial antibióticos infantiles, son dispensados por una precaria farmacia de estantes semivacíos. Todos sus productos, de acuerdo con sus etiquetas, han sido fabricados en Siria -es decir, nada procede de la ayuda extranjera- y faltan tratamientos para enfermedades tan comunes como el asma.

«Este es un problema muy grande, mucha gente aquí sufre de asma, y lo único que podemos dar a estos pacientes, que se pueden morir por asfixia, son hidrocortisonas», indica Abdala Mohamed al frente del establecimiento.

ESCUELAS SIN LETRINAS / La única escuela con las puertas abiertas en el barrio debe funcionar sin letrinas, convertidas en un malsano habitáculo de atmósfera irrespirable invadida por las moscas, lo que constituye un gravísimo problema cuando se tiene al cargo durante varias horas a tres centenares de niños de edades comprendidas entre los 6 y los 12 años.

Las Naciones Unidas son una maquinaria pesada, que normalmente suele responder con lentitud a las necesidades que puedan surgir de un conflicto armado. La ONU prefiere tratar con gobiernos constituidos y no con oposiciones armadas. Se preocupa, en ocasiones en exceso, por la seguridad de su personal, sobre el que impone unos rígidos protocolos de actuación. No obstante, la presión que se está ejerciendo desde los medios de comunicación en este segundo aniversario de la revolución siria ha empezado a abrir las primeras puertas.

Samer Roishde, comandante del Ejército Sirio Libre (ESL) en la localidad de Sarmada, ubicada junto a la frontera con Turquía, ha mantenido en los últimos días contactos con funcionarios de las Naciones Unidas en Suiza, quienes antes de empezar a actuar han exigido garantías respecto a la observación por parte de la oposición de las convenciones de Ginebra sobre el respeto a la neutralidad del personal humanitario desplazado a la zona.

«Nos han prometido que enviarán pronto una misión de observación y para conversar con nosotros», explica Roishde. Mientras los civiles del norte de Siria esperan, apenas un puñado de ambulancias y unos pocos convoyes se atreven a cruzar la frontera turco-siria y adentrarse en el país en guerra.