El acceso a la educación superior

Sueños que quitan el sueño

La tensión y la irritabilidad marcan las jornadas previas de los alumnos que se presentan a la selectividad Sufren la incertidumbre de jugarse en tres días el futuro profesional que anhelan

VÍCTOR VARGAS LLAMAS
CORNELLÀ DE LLOBREGAT

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¿Quién les iba a decir que el sueño que les ilusiona desde hace años sería ahora el motivo que les quita horas de descanso? La sacudida emocional que perturba a Àurea Font, Marina Alcalá y Erick Merchán les acompaña en los actos cotidianos de estos últimos días. No pueden quitarse de la cabeza que desde hoy y hasta el viernes se juegan su futuro profesional en un puñado de exámenes. «Llevo dos días despertándome a las siete de la mañana, dos horas antes de lo que venía haciendo las semanas previas de preparación de la selectividad», dice Eric, de 17 años, junto a Marina y Àurea, alumnos todos del instituto Joan Miró, en Cornellà de Llobregat. También Marina admite que la pasada noche solo pudo dormir «a ratos». 

Las sensaciones de estos tres amigos poco difieren de las que sufren en sus carnes los más de 31.000 alumnos catalanes que afrontan esta semana las pruebas de acceso a la universidad. La manida pregunta de qué quieren ser de mayores que escucharon durante años se volverá ahora, en un plazo de tres días, en una respuesta inapelable.

Àurea tiene muy claro que quiere ser enfermera. Tan vocacional es su deseo como clara la especialización: «Obstetricia», responde sin vacilar. Necesita un 7 en selectividad para que la combinación con el 6,82 de su expediente en el bachillerato le garantice un futuro con bata blanca y entre recién nacidos.

Un rendimiento similar es el que precisa Erick si quiere que el 5,92 de media en bachillerato le sirva para entrar a la Escola Superior de Cinema i Audiovisuals de Catalunya (ESCAC). Marina sabe que no podrá acceder a los estudios de Educación Social en un centro público porque el 8,8 de la nota de corte de la Autònoma es inasequible para su media de 5,82. Pero no puede permitirse el lujo de suspender si quiere iniciar su periplo en un centro privado y consagrar su talento profesional «a ayudar a los demás».

Daños colaterales

Anhelos tan intensos que se vuelven en contra de quienes experimentan la incertidumbre del fracaso de una forma desconocida en sus vidas hasta el momento. Los afectados, sin embargo, son  muchos más si se contabiliza a la familia y las personas del entorno que sufren los daños colaterales de esta tensión académica.

En casa de Marina ya conocen su temperamento nervioso y que se sube  «por las paredes» con cualquier examen. «A mí me da por hablar cuando me pongo tensa, y ya me noto muy nerviosa desde hace días», comenta divertida. Eric explica la terapia de choque que le sugieren en su hogar para sobrellevar la presión: «Mi madre me dice que me ponga una peli, me lo nota enseguida. Aunque la verdad es que cualquiera se da cuenta, porque si no me sale un problema de mates, me molesta todo: que hable mi hermana, un mosquito que pase...».

A veces los intentos por descargar la tensión se vuelven en su contra. «Coges el móvil para pedir apuntes o desconectar y te llega un aluvión de mensajes de amigos que están más agobiados que tú», dice Erick. Entonces él y Marina buscan refugio en sus mascotas, sacando a pasear a sus perros, necesitados de complicidad sin preguntas, un paréntesis en una presión a la que no están acostumbrados.

Con las pilas cargadas, Marina y Àurea confiesan que necesitan de la quietud de la biblioteca para evitar la dispersión en sus hogares. Erick también precisa de un entorno silencioso, pero admite un hándicap para estar del todo a gusto. «Necesito memorizar en voz alta y para eso, mejor en casa», dice, entre risas de ellas. Sin embargo, es asiduo de la Biblioteca Marta Mata, donde coincide con Àurea y Marina, pese a no estar planificado.

Escenario desconocido

Los tres cruzan los dedos para que el nivel de las pruebas sea asequible. «En algunas asignaturas, cada vez te exigen más. En Química, por ejemplo, cada año te tienes que enrollar más», asegura  Àurea. «Antes de Bolonia [el proceso de convergencia educativa de la UE] no era así», asegura Erick. Mientras, hacen lo poco que está a su alcance: estudiar y tratar de emular las condiciones que se encontrarán en un entorno del todo desconocido, en unas aulas que no son suyas, con profesores que no han visto en su vida. Un escenario que les incomoda. Por eso, aprovechan los últimos días para ponerse a prueba con las únicas armas a su disposición: preguntas de otras ediciones.

Marina machaca con Historia del Arte, agobiada por «la gran cantidad de materia» que hay que asimilar. Àurea aprieta con Biología, la que más teme. Erick lleva «fatal» el dibujo axonométrico. «Si no visualizo la figura, no hay manera», resopla. Los tres coinciden en que la prueba de listening de Inglés les preocupa «especialmente». «No es que sea la más hueso, pero es que no tiene nada que ver hacer el ejercicio en casa, tranquilo, con la tensión de un espacio como el que nos encontraremos», añade él.

Esperan comenzar las vacaciones tras finiquitar con éxito la temida selectividad, la prueba en la que se lo juegan todo «a una carta», dice Àurea, que clama contra esa «injusticia». Pero tampoco les parece mejor solución que cada universidad tenga sus propias pruebas. «¿Y si suspendes? ¿Y si dudas entre más de un centro? ¿Cuántas pruebas tendrás que hacer?», expone Marina. Incógnitas que se acabarán de despejar en el curso 2017-18, según los planes del ministro Wert. Dudas que dejarán de preocupar a Marina, Àurea y Erick a partir del viernes por la tarde.