Jueves, 25 de abril del 2013 Marta Vinardell (Barcelona)

Leí las cartas tituladas Vivir en el mundo del silencio, de Maika Etxarri (publicada el 12 de abril), y No existe el mundo del silencio, de Fluvià Artells y Marta Capdevila (21 de abril). Dos visiones opuestas y desde diferentes perspectivas. La de Maika es una visión más positiva, aunque debe saber que las personas sordas también hablan con diferentes niveles de fluidez oral, además de ser usuarios de la lengua de signos (sí, una de las lenguas más bonitas que existen), y con el apoyo de las prótesis auditivas, como los audífonos y / o implantes cocleares pueden llegar a oír con una audición tonal óptima. Pero no todas las personas sordas pueden oír tan bien como los médicos, profesionales y padres o incluso los mismos sordos quisieran. Los que somos miembros activos de la comunidad sorda vivimos nuestra sordera con naturalidad y no es primordial si oímos o no; para nosotros es mucho más importante acceder a la comunicación y aprendizajes con todos los recursos y todas las medidas inclusivas necesarias. En cambio, la visión de Fluvià y Marta denota un cierto prejuicio hacia la lengua de signos cuando afirma: «Tampoco hemos aprendido nunca, la gran mayoría (al menos el 90%), la lengua de signos». Sois de los pocos sordos de mente oralista que tienen una visión negativa y discriminatoria hacia la lengua de signos. Me atrevo a decir que, del 90% que comentáis, un altísimo porcentaje termina pasando a ser no oralista, y tienen un contacto social también a través de la lengua de signos, aunque con una fluidez menor... pero hay contacto y aceptación, como una lengua más. Yo no he aprendido nunca el ruso ni el mandarín, pero sí la lengua de signos como otra lengua. No se debe discriminar ninguna lengua ni ninguna modalidad comunicativa. Debemos sumar, no restar. Y no tener manías.

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