Jueves, 11 de abril del 2013 Maika Etxarri (Pamplona)

Acostumbrados como estamos a una vida llena de ruidos y estrés, nos resulta casi imposible imaginar que vivimos en el mundo del silencio. Desafortunadamente existen muchas personas que están inmersas en este mundo sin sonidos y sin música. Las personas sordas pasan totalmente desapercibidas excepto cuando gesticulan con sus manos para comunicarse con otra persona. El lenguaje de señas es un lenguaje bello y expresivo, y el medio fácil y rápido de llegar a sus mentes. Los que no lo entienden no pueden comprender las posibilidades que proporcionan a los sordos, el poderoso influjo que ejerce en la felicidad social y moral de las personas privadas de audición, ni su capacidad asombrosa para transmitir el pensamiento a inteligencias que sin él se hallarían en una oscuridad perpetua. Tampoco pueden apreciar la importancia que tienen para los sordos. Muchos son discriminados y humillados por este mundo de oyentes crueles. Por eso es importante que la sociedad se conciencie y comprenda las barreras que sufren estas personas cada día. Los oyentes no ayudamos, pero los avances tecnológicos descubiertos en los últimos años (internet, la telefonía móvil a través de los mensajes escritos...) son usados con astucia. Los oyentes estamos estresados por los ruidos de las ciudades, lo que repercute en nuestra salud, ya que vivimos acelerados. Sin embargo, el mundo de una persona sordomuda es el del silencio. Son personas mucho más tranquilas, expresivas, se miran a los ojos. En sus conversaciones a través de los signos se tocan a menudo entre ellos (valor que ha desaparecido en los oyentes). Desde aquí reivindico el aprendizaje del lenguaje de los signos como cualquier otro idioma en colegios, institutos, universidades. Y, por supuesto, la existencia de intérpretes para sordomudos en hospitales, centros culturales y educativos, medios de comunicación... Se les debe facilitar la integración.

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