Orgullo de: Terrassa (6)

La Mola: el símbolo de Terrassa y el Vallès a cuya cima la comida sube transportada en mulas

El restaurante, ubicado a 1.104 metros de altitud de la gran montaña, signo identitario egarense, abastece su comida a través del transporte de los animales

Año a año, el punto más alto de la comarca catalana es motivo de ascensiones que celebran la cultura popular, desde misas hasta fiestas pasando por bailes

Las mulas transportan la comida al restaurante de La Mola.

Las mulas transportan la comida al restaurante de La Mola. / Anna Mas

Adrià Esteban

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Trabuc, Lluna, Romera, Nina, Morena, Orus, Barrufa y Merlí son las encargadas de abastecer de alimentos y bebida el restaurante de La Mola, gran montaña situada en el punto más alto de la comarca del Vallès Occidental, a 1.104 metros de altitud. No son unos empleados cualquiera: tienen cuatro patas y no cotizan en la Seguridad social. “Son inteligentes como un caballo y tranquilas como un burro”, dice David Vallhonrat, mulero del restaurante. 

La tradición de transportar en mulas los víveres del restaurante se remonta a la década de los sesenta. Desde entonces, estos animales han sido parte imprescindible de la cadena de trabajo para que los platos lleguen a la mesa de los comensales.

A pesar de que perpetuar esta metodología de transporte en pleno siglo XXI puede parecer una práctica ancestral, no se trata de un capricho. No hay acceso rodado hasta el restaurante y la única vía terrestre es el mismo sendero por el que transitan los excursionistas.

“El camino es estrecho, pero lo que lo convierte en realmente difícil es que hay zonas que son pedregales. Hay rocas de medio metro por las que tienes que trepar y en coche eso resultaría imposible”, cuenta Vallhonrat, que descarta la opción del helicóptero tal y como les ha propuesto la Diputación de Barcelona porque “no es una alternativa viable económicamente”.

David Vallhonrat, mulero de La Mola, acompaña a una mula en el transporte de comida.

David Vallhonrat, mulero de La Mola, acompaña a una mula en el transporte de comida. / Anna Mas

El día a día de la jornada laboral

La jornada laboral de los equinos es de martes a viernes y comienza a las 10:00 h en lo alto de la cima. En su primer viaje transportan residuos y otros utensilios que descienden en poco más de una hora hasta Can Pobla. Una vez allí, depositan la mercancía en un almacén del restaurante que les sirve de campo base de operaciones. Allí es también donde el proveedor les hace entrega de la comida y bebida que las mulas deberán soportar sobre sus lomos hasta regresar al restaurante. En total, el género puede llegar a pesar hasta 100 kg, carga que ha recibido críticas de entidades animalistas a pesar de que sus cuidadores defienden que las mulas están preparadas para estas tareas.

Por raro que parezca, Vallhonrat expone que el trayecto de vuelta, es decir, el ascendente, suele ser más rápido que el de ida. “Cuando bajamos, vamos más lentos porque no quieren marchar de casa”, afirma. Por el camino, muchos son los excursionistas que se topan y variopintas las reacciones que se desencadenan.

“Hay gente que sabe que existía pero que no lo había visto nunca; hay gente que cree que es un espectáculo y les chilla; y luego están los que ven venir la mula y se quedan en medio sin darse cuenta de que el animal no se apartará”, relata Vallhonrat, que conoce al detalle a sus “compañeras de trabajo”. “Se tienen que aprender a conocer a cada una de ellas. Incluso hasta como te tienes que acercar a ellas. Para mí cada una es diferente: hay la bromista, la que tiene mala leche… todas tienen su carácter y hay que adaptarse”, argumenta. 

David Vallhonrat, mulero de La Mola, acompaña a una mula en el transporte de comida.

David Vallhonrat, mulero de La Mola, acompaña a una mula en el transporte de comida. / Anna Mas

Una cima con vida propia

Más allá de la singularidad de las mulas que lo convierte en un lugar especial, el restaurante de La Mola, y por ende, el monasterio románico de Sant Llorenç del Munt, es un motivo de orgullo local. Cierto es que pertenece al término municipal de Matadepera, pero los lazos estrechos con Terrassa son los que convierten a la montaña en un paraje de marcada identidad egarense. “La acción, la iniciativa y el protagonismo siempre ha sido de Terrassa”, asegura Xavi Gimferrer, gerente de la empresa que gestiona la concesión administrativa del restaurante.

Cada 24 de diciembre, el Centro Excursionista de Terrassa organiza la ‘Missa del Gall’, una ineludible cita que llena de gente La Mola para dar la bienvenida a la Navidad. Igualmente, para Sant Bernat, patrón de los excursionistas, también se realiza una misa multitudinaria a la que acude gente de Terrassa y de todo el Vallès Occidental.

De hecho, la ascensión a La Mola siempre ha sido la excusa para hacer una celebración popular. Ya a finales de los años ochenta, los miembros del Jazz Cava organizaban cada año un concierto en el restaurante que atrajo a muchos egarenses a la montaña. “No hicimos publicidad de los conciertos, sino que se comenzó a hablar de boca a boca y eso se convirtió en un acontecimiento tan masivo que lo tuvimos que suspender de lo lleno que estaba el camino por la noche”, rememora Gimferrer.

Por su parte, el Centro Excursionista de Sabadell tiene su particular celebración en septiembre cuando organiza sardanas, mientas que la gente de Matadepera se agrupa el 10 de agosto para festejar el dia de Sant Llorenç.

La popularización de la montaña

En 1987, el entorno de La Mola se convirtió en parque natural, lo que a su vez popularizó más la montaña. “Antes subían los excursionistas de toda la vida. En los últimos 20 años ha crecido mucho la frecuentación. Yo recuerdo que mi padre ya me decía que con la construcción del túnel de Vallvidrera se iba a notar un incremento de las visitas de toda la gente que viene de Barcelona”, explica Gimferrer.

Consiguientemente, la mayor afluencia de excursionistas ha traído más clientes al restaurante, motivo por el cual ahora, a diferencia de años atrás, abren todos los días de la semana. Sin embargo, con el estallido de la pandemia se vieron obligados a cerrar durante el confinamiento.

Ese periodo fue como agitar una lata de cerveza por abrir: “Cuando la gente pudo volver a salir de casa, entonces fue como si quisiera recuperar el tiempo perdido. Gente de Terrassa y Sabadell, como no podían ir a ninguna otra parte, empezaron a venir en masa.

Y ya, con el desconfinamiento comarcal que podía venir gente del Barcelona, tuvimos hasta dos defunciones de gente que no estaba preparada para la montaña”, narra Gimferrer, que recuerda aquellos fines de semana como “accidentados”. “No solo había gente que no había subido nunca a la Mola, sino que no había pisado nunca la montaña. Había gente que vino con tacones y otros que subían con cochecitos de niños”, recuerda.

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