TÚ Y YO SOMOS TRES
Ni en el váter están a salvo
'GH VIP' ha puesto cámaras hasta en el retrete
Ferran Monegal
Crítico de televisión
Ferran Monegal
Ferran Monegal
Ha causado furor la estampa que se ha visto esta semana en la ratomaquia GH VIP (Tele 5) cuando la concursante Alba Carrillo, absolutamente desconsolada, se ha encerrado en el váter. Resulta que en este íntimo lugar también hay cámaras. Y allí vimos todos a Alba, gimiendo y sollozando compungida, junto al agujero del retrete con la tapa levantada. Un poco más y nos la enseñan también evacuando. O sea que se pasa este programa por el forro el artículo 18 de la Constitución que consagra el derecho a la intimidad personal. ¡Ah! Es como si nos dieran una patada y nos hicieran retroceder 2.000 años, cuando en los barrios más pobres de la Roma imperial, en las zonas más míseras y residuales aledañas al Vicus Tuscus y al Velabro, la plebe defecaba en batería, en cuclillas sobre letrinas al aire libre, o sobre zanjas, a la vista de todo el que pasaba.
Hombre, a medida que nos hemos ido civilizando el váter es uno de los pocos lugares que ha quedado consagrado como reducto de absoluta intimidad. Erasmo de Rotterdam decía que si alguna vez te encuentras a un conocido evacuando en la calle las reglas de urbanidad desaconsejan saludarlo. Estamos de cuerdo, el lugar es el váter. Cuando uno se encierra en el retrete, ya sea para orinar, defecar, llorar o para buscar un instante de meditación, un momento ingrávido de recogimiento y de paz, está protegido por la ley cósmica de la privacidad, mundialmente respetada.
El socarrón y divertido cineasta Mel Brooks enseña en su película La loca historia del mundo que por los jardines de Versalles siempre había circulando un criado con un orinal por si al monarca le entraba un apretón urgente e inesperado. Y entonces el criado le ponía la bacinilla con absoluta discreción por debajo del ropaje. Nadie veía nada. Solo era un soberano que entrecerraba los ojos, se aislaba mentalmente, y se aliviaba.
Eso que le ha pasado a Alba Carrillo. Sorprendida por el ojo del gran hermano violando su intimidad en el váter, no debería extrañarnos. La raro sería que en la jaula de Guadalix hubiese algún lugar sin cámaras. Este lance demuestra que la base de toda ratomaquia es la ausencia de privacidad. Y la pretensión de la cadena –y lleva 20 años consiguiéndolo con éxito total– es la de transformarnos a todos en fisgones y hasta en coprófagos visuales si se dan las circunstancias. Así nos va.
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