Fallece a lso 105 años

Muere Maricuela, la última miliciana que plantó cara a Franco en los frentes asturianos

Maricuela recordaba el 14 de abril de 1931, cuando ella tenía solo 12 años

Aprendió a leer en la cárcel y pasó 57 años en el exilio en Francia

Ángeles Flórez Peón 'Maricuela', histórica militante socialista fallecida este jueves en Gijón, durante su asistencia a un mitin de Pedro Sánchez en 2019.

Ángeles Flórez Peón 'Maricuela', histórica militante socialista fallecida este jueves en Gijón, durante su asistencia a un mitin de Pedro Sánchez en 2019. / EUROPA PRESS

Sandra F. Lombardía

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Una bandera de tres colores y gente que sonreía. El primer recuerdo de María Ángeles Flórez, "Maricuela", de la República se creó el mismo 14 de abril de 1931, cuando ella tenía 12 años y miraba desde la puerta de su casa, agarrada a la mano de su madre, el ir y venir de hombres alegres celebrando en Sotrondio la proclamación de la II República. Le preguntó a su madre, que también sonreía, qué significaba aquello. Y, según recordaba la propia Maricuela hace una década en las páginas de La Nueva España, del grupo Prensa Ibérica, ella le respondió: "¡Ay! Mira: eso es la libertad, el poder tener libertad". Pero aquella niña –pobre, obrera– no entendía qué significaba ser libre. Contaba: "Personalmente, no noté novedades. Seguí trabajando porque tenía que hacerlo para comer". Lo que significaba ser libre, Maricuela, lo entendió cuando dejó serlo. Lo entendió cuando perdió a su hermano Antonio en la Revolución de 1934 y a su novio Quintín en la Guerra Civil, y también cuando un consejo de guerra la condenó a una reclusión perpetua, y también cuando se tuvo que exiliar en Francia y cuando en una visita a España la detuvieron, acusándola de terrorismo. Junto a Maricuela, ayer, se murió también una definición muy concreta de la palabra "libertad".

Hija de José Flórez, madrileño, y de Restituta Peón, de Bimenes, Maricuela nació el 17 de noviembre de 1918 en San Martín del Rey Aurelio en una casa pobre. Fue la cuarta de cinco hermanos y ella los sobrevivió a todos. Junto a la de Antonio, le dolió especialmente la muerte de la hermana pequeña, Argentina, fallecida en un accidente de tren en el 87. "No ha habido más que muerte en mi familia", recordaba en este diario la miliciana, que también reconocía: "No tengo buenos recuerdos de mi niñez". No mentía: empezó a servir en casas de señoritos con 12 años y no pudo ir a la escuela. Siendo aún pequeña, sus padres se separaron y en el hogar materno, donde aún quedaban los tres hijos más pequeños, hasta el mero subsistir empezó a hacerse cuesta arriba. Tuvo que volver Antonio, que había visto que en el extranjero le ofrecían los mismos trabajos precarios y decidió que, para pasarlo mal, mejor hacerlo en casa. Regresó, le quitó el traje de sirvienta a Maricuela y la apuntó a clases de costura.

Antonio había vuelto de Bélgica sin dinero, pero con el carnet de comunista en la cartera. Y aunque otra hermana, Aurora, era muy católica –a juicio de Maricuela, por la influencia de los dueños de una casa donde servía–, los padres eran socialistas, así que la miliciana se afilió ya en 1936 a las Juventudes Socialistas Unificadas (JSU). En casa, para entonces, ya había escuchado nombrar a Pablo Iglesias y manoseado el papel con tinta roja del diario "Avance". Y en casa, para entonces, Antonio ya era un recuerdo y una leyenda, uno de los "mártires de Carbayín", asesinado, junto a otros 23 jóvenes, en la Revolución de Asturias. Antonio murió con 29 años. Maricuela tenía 16.

Con la JSU la joven miliciana volvió a ver sonrisas. Con aquel grupo de socialistas y comunistas festejó la salida de los presos del 34 tras la elecciones de febrero de 1936. Aquellos meses de tregua hasta la guerra fueron para Maricuela los mejores de su vida, porque vio qué era aquello de la libertad y porque vio cómo uno de los presos liberados, Quintín Serrano, se enamoraba perdidamente de ella. Incluso le propuso matrimonio, pero la joven le pidió esperar hasta después de la guerra. Y cuando él –y por el aviso de Belarmino Tomás de que Asturias iba a caer–, estaba ya en un barco de El Musel dispuesto a huir, le dijo a sus compañeros: "Voy a buscar a Ángeles". Y fue a buscarla –la miliciana era por entonces enfermera en El Cerillero–, pero para entonces todos los barcos ya habían partido. Quintín Serrano dijo que se iba a esconder, y Maricuela a punto estuvo de no volver a verle. "Me dijeron que estaba subiendo a mi casa cuando lo detuvieron. Después, me detuvieron a mí también", recordaba años después ella. A Quintín lo fusilaron en 1939. Le dejó a Maricuela un anillo, una pulsera y una carta que la joven alcanzó a leer dos años después, cuando la liberaron. Por suerte, había aprendido a leer en la cárcel. Le decía: "Ángeles, tú aún eres muy joven y puedes rehacer tu vida. Te deseo que seas feliz".

"Salí en libertad del penal de Santurrarán. Tuve suerte con las leyes de Franco de revisión de condena. La mía quedó en nueve años y primero salieron los que estaban condenados a seis, que eran pocos hombres, pero había muchas mujeres. Después, los de menos de doce años, y ahí me tocó a mí", dijo Maricuela en 2013. Con su nueva libertad, aunque en un país muy distinto, no tardó en conocer a Graciano Rozada Vallina, "Chano", capitán republicano. Se escribieron durante dos años, se casaron en 1946. Tuvieron dos hijos, María Ángeles y José Antonio. Y tuvieron que huir. Maricuela se exilió en Francia y, en una visita a España en 1960, la detuvieron. La acusaban de terrorismo.

Supo que tenía que marcharse de nuevo. Contaba: "Volví a Francia otra vez. Sólo había venido a ver a la familia y además me di cuenta de que aquí, en 1960, la gente no se atrevía a hablar. Parecía que tenían miedo a que las paredes oyeran y hablaban muy suave". La vida en Francia, que se alargó durante 57 años, Maricuela la recordaba "normal y tranquila". Rozada Vallina falleció en 2003 y a la miliciana le apeteció poco después regresar a Gijón. La asturiana se paseó por una España que no reconocía: la recordaba tan pobre que ahora todos le parecían ricos. La ley de Memoria Histórica de Zapatero la ayudó a completar su propia historia: "Quería saber bien de qué me acusaban y por qué decían que yo era tan peligrosa". Descubrió que dos "chavalucos" contaron historias falsas sobre ella pero, también, "que alguien de derechas" intervino para que no le dieran el "paseo". "Lo que era verdad es que pertenecía a las Juventudes Socialistas y que fui al frente voluntaria", señalaba ella. El resto, nada.

Estas últimas décadas en Gijón fueron, aunque con su marido siempre en la cabeza, los más felices de su vida. Por las mañanas, hasta que pudo, se dedicaba a escribir. Iba, hasta que pudo, todos los días a la Casa del Pueblo. Le gustaba más salir a pasear que ver la televisión. Participaba en todas las charlas y en todos los actos del partido, que en estos últimos años le rindió varios homenajes. Por eso, en casi todas sus fotos recientes, Maricuela posa ante la cámara con ramos de flores en los brazos. En una de ellas, cuando celebraba sus 100 años, la miliciana sostiene en alto y con el puño cerrado dos rosas rojas. Está sonriendo.

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