Agua corriente

La nieta y la luz

Esta semana, la escritora Emma Riverola se pone en la piel de una abuela que siente la confusión y la tristeza de su nieta

abuela

abuela / Dmitry Berkut

Emma Riverola

Emma Riverola

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Querría decirle tantas cosas, pero no acaba de encontrar las palabras. Le replican que no entiende el mundo de los chavales de hoy, y es verdad. Con el móvil se apaña lo justo, no atiende a 'youtubers' ni escucha pódcasts ni comprende muchas de las palabras de moda. La suya es una torpeza que la invade tan pronto como abre la puerta de casa. En el mundo de antes, las personas eran los principales vínculos entre la voluntad y la realización de un fin. A veces eran amables y todo era fácil. Otras, esfinges que te estampaban la puerta en las narices. Pero, al menos, eran rostros a los que amar u odiar. ¿Cómo protestar ante un cajero automático? 

No, hay muchas cosas que no entiende del mundo de hoy, pero ha vivido lo suficiente como para saber que eso no importa demasiado. La tecnología ha avanzado de forma exagerada, pero los sentimientos muy poco. Y la tristeza siempre ha sido tristeza. El dolor, también.  

Todo se reduce a saber. Cuando era niña tenía hambre de conocimiento. Los libros, a veces tan inalcanzables, eran el mapa del tesoro. Quien los poseía, quien los entendía conseguía el salvoconducto a un buen futuro. Ahora, basta con teclear unas palabras y se abre todo el mundo del conocimiento. Y, de tanta información, los pies se traban en un enredo de raíces y una nube de avispas nubla la visión. Es el camino el que se ha desvanecido. Antes, buscaban, necesitaban saber. Ahora, necesitan saber qué hacer con tanta información que les bombardea. Al fin, otro tipo de ignorancia. 

Una noche larga y oscura

Su nieta se ha internado en la noche. En una noche larga y oscura. Y ella querría gritarle que hay luz, aunque no la vea, aunque ni siquiera vislumbre un resquicio que rompa la negrura, la hay, siempre la hay. Pero la voz de la abuela es débil entre el zumbido de las avispas y los lamentos de los agoreros. ¿Por qué tantos se empeñan en velar la luz? ¿Por qué no dejan de tocar las trompetas del apocalipsis? Que callen los que gritan el fin del mundo y los falsos mesías que prometen la salvación. ¿No se dan cuenta de que su niña anda perdida? 

No entiendes el mundo de hoy, le dicen. Y ella, que ha habitado las ruinas de otros mundos pasados, sabe que es tan importante reconstruir la tierra que se pisa como dibujar un horizonte. Dormirse entre los escombros, no. Eso nunca. La intemperie es fría y en ella acechan los animales salvajes. Hay que levantar lo derruido, alejarlo del lodo y construir con buenas vistas al futuro. 

La memoria juega con ella. A veces, es capaz de pasarse una hora buscando las gafas por su casa y, en cambio, le asalta el pasado con una claridad que le sorprende. Ya sabe, cosa de viejos. Recuerda la primera y única regañina que se llevó de una profesora, el helado que le volvía loca en su adolescencia o las hechuras de su primera blusa de juventud. Quizá es por ello: ese salto en la memoria. Siente, como si fuera propio, el vacío que se le ha colado en las entrañas de su nieta, el frío de una soledad que lacera la piel, el vértigo de no ver el camino, el terror a dar un paso y caer en el abismo. 

Ella siente a su nieta. La desorientación y el nerviosismo de ahora y esa tristeza que se le fue pegando durante la pandemia. Durante mucho tiempo solo se hablaron por teléfono. Primero. porque no se podía Después, por precaución. No, la niña no, que podría contagiarte, eso decían. Y piensa que tratar a alguien como si fuera material tóxico no es la mejor manera de hacerla sentirse bien.  

Mañana vendrá a su casa, le ha pedido que la ayude a ordenar la biblioteca. Aunque cada semana pasa el plumero, tragarán polvo, seguro, y estará bien. Porque para que el conocimiento cale y se sepa utilizar, hay que tomar conciencia del tiempo. No saltar de picotazo en picotazo. Le hablará de los libros que atesora. Quiere que vea lo mucho que, en realidad, no sabe. Y que no sienta miedo por ello, sino ilusión por descubrirlo. Le precede una humanidad de pérdida y reconstrucción y, por mucho que griten los agoreros, le sucederá otra humanidad de pérdida y reconstrucción. Y su nieta tiene que estar ahí, en la luz de la reconstrucción.  

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