Entender más

Andreu Escrivà, ambientólogo: “La sostenibilidad es hoy una estrategia de marketing, un puro engaño”

El experto en medioambiente ha denunciado en un ensayo la "perversión" que las marcas han hecho de un concepto que ha quedado desacreditado para guiar la transición ecológica, aunque la población, se lamenta, sigue pensando que comprar productos sostenibles sirve para salvar el planeta

Escrivà

Escrivà / Miguel Angel Montesinos

Juan Fernández

Juan Fernández

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

El ambientólogo Andreu Escrivà (Valencia, 39 años) está acostumbrado a recibir críticas por divulgar sobre el cambio climático y a que los negacionistas le llamen “calientólogo” y otras voces más radicales del ecologismo le tachen de “vivir del cuento climático”. Sin embargo, tras su último libro, ‘Contra la sostenibilidad’ (Arpa en castellano, y Sembra Llibres en catalán a partir del 13 de febrero), sus ‘haters’ han guardado un extraño silencio. “Después de tanto 'greenwashing' y 'ecopostureo' como vemos a diario, en el ambiente flotaba un rechazo hacia esa palabra que nadie se había atrevido a señalar”, sospecha.

-La he puesto en Google y me han ofrecido desde asfalto hasta ropa sostenible, pasando por armarios, lofts y aerolíneas con esa cualidad. ¿Todo eso es sostenible?

-Evidentemente no, pero le ponen esa etiqueta porque creen que así pueden venderlo mejor. En su origen, el concepto era interesante, pero la palabra está quemada y ya no significa nada. Ha dejado de ser una brújula válida para guiar la transición ecológica que debemos afrontar. Hoy, la sostenibilidad es una simple estrategia de marketing, un puro engaño.

-En su segunda acepción, el Diccionario de la RAE define 'sostenible' como “aquello que puede mantenerse durante largo tiempo sin agotar los recursos o causar grave daño al medio ambiente”. ¿La RAE miente?

-La RAE refleja la idea que se ha extendido sobre esta palabra, que viene a ser algo así como: “aquello que causa menos daño al planeta del que podría causarle”. Hombre, eso es como si me dedico a insultar a la gente por la calle y me dan un premio porque al menos no les voy partiendo la cara. No se trata de eso, se trata de salvar el planeta, y ninguno de esos productos ni usos lo consiguen. Anuncian hoteles sostenibles porque lavan las toallas con detergente biodegradable, pero se instalan en espacios protegidos, y ciertos bancos se publicitan como sostenibles porque reciclan el plástico de las tarjetas mientras financian a la industria petrolera.

-¿Esa palabra ayuda a calmar las conciencias?

-Sí, pero no porque la gente sea tonta y quiera engañarse, sino porque nos han convencido de que esa promesa es real. ¿Una chaqueta de algodón ecológico es sostenible si solo la usas una vez y luego la tiras a la basura? Claro que no, pero se vende con esa etiqueta, y quien la compra se siente mejor porque cree que así ayuda a mejorar el medioambiente. Esa palabra ha sido pervertida por empresas que están ganando mucho dinero a costa de la buena voluntad de la gente. Mientras, eludimos el verdadero debate: que nuestro sistema de vida y el capitalismo en general son inherentemente insostenibles.

La sostenibilidad ha sido pervertida por empresas que están ganando mucho dinero a costa de la buena voluntad de la gente

-Eso es más difícil de cambiar.

-Lo sé, pero no es imposible, y no tenemos alternativa. Por supuesto, muchas de las acciones y mercancías que se promocionan como sostenibles son positivas porque reducen su impacto medioambiental, pero eso no es suficiente para hacer frente al reto climático. Debemos ir a la raíz del problema e impugnar el sistema que hemos creado sobre ese montón de energía barata que nos dejaron millones de bichos y plantas podridos en el subsuelo y que cada día nos muestra con más evidencia los límites del planeta. Se trata de esto, no de sentirnos felices porque en el súper hemos elegido un 'brick' reciclable.

-En su libro carga contra el concepto de la economía circular. ¿Tan malo es?

-Es otra mentira que nos han colado. De entrada, la aspiración de que todos los materiales que usemos tengan un nuevo uso es físicamente imposible. Más que circular, habría que hablar de economía en espiral, porque siempre vamos a necesitar nuevos imputs de materias y energía. De hecho, el 90% de lo que consumimos es de primer uso, no proviene del reciclaje. Pero lo más peligroso de ese concepto es que nos hace creer que podemos seguir consumiendo a este ritmo. El 'ceo' de la industria norteamericana del plástico de los años 90 fue sincero cuando afirmó: “Si convencemos a la gente de que el reciclaje funciona, se despreocupara del plástico”. Hoy, infinidad de empresas se han puesto la etiqueta verde porque usan cartón reciclado mientras ocultan que contaminan el doble para manipularlo.

-También se muestra crítico con el coche eléctrico. ¿Es otro engaño?

-No, sin duda es un avance sobre el coche de combustión en cuanto a la calidad del aire, pero no supone ningún cambio para la movilidad. Al final, seguimos apostando por el coche privado, que no es un modelo sostenible, y aquí sí digo a conciencia lo de sostenible. Hagamos un ejercicio: imaginemos que todos los coches que vemos en la calle son eléctricos. ¿En qué han cambiado nuestras vidas? El espacio público sigue dedicado al coche, cuando el centro debería ser el peatón. Temo que el coche eléctrico sea un tapón para poner en marcha el cambio de movilidad que necesitamos. Hace falta más transporte público de calidad, no más coches eléctricos. Sin embargo, a día de hoy los Cercanías de Valencia o Catalunya son un insulto a la ciudadanía. Si quiero ir de Valencia a Castellón, tardo menos y me sale más barato en coche que en tren. Esto no lo deberíamos permitir.

Hace falta más transporte público de calidad, no más coches eléctricos, pero los Cercanías de Valencia y Catalunya son hoy un insulto a la ciudadanía

-España quiere apostar fuerte por las renovables, pero usted expresa dudas.

-El futuro es renovable sí o sí. Es más, debería ser ya nuestro presente. Pero la transición ecológica que necesitamos va más allá de la energía e incluye la biodiversidad, los espacios naturales, las costas, la deforestación… Si solo hablamos de energía, nos quedaremos cortos. Con este boom de las renovables, nadie está proponiendo medidas para frenar la demanda de energía, ni discutimos sobre cuánta luz superflua consumimos, ni por qué está tan mal repartida y unos pueden derrochar litros de fuel en jets privados e iluminación innecesaria y otros no tienen ni para calentarse.

-Luego está el debate de dónde se deben instalar las fuentes de renovables. En el medio rural rechazan los macroparques eólicos y solares. ¿Qué hacemos?

-Lo que el campo reclama, y con razón, es que la ciudad también debe ser productora de energías renovables y no solo consumidora. Hay muchos tejados de naves industriales, edificios públicos, cementerios y zonas para sombrear que podrían cubrirse de placas solares. No será suficiente y habrá que ponerlas también en el territorio, pero el campo no quiere sentir que es el enchufe de la ciudad. No es admisible que un fondo de inversión de Luxemburgo llegue a un pueblo y lo forre de placas sin tener en cuenta las circunstancias de ese lugar y sin que allí retorne ningún beneficio. Lo que más daña a la lucha contra la emergencia climática es que la gente perciba que la transición no es justa y el esfuerzo no es compartido, porque es el terreno abonado para que calen los discursos de ultraderecha que cuestionan el cambio climático. Temo que vayamos a ese escenario.

-Al final, ese ciudadano que recicla los envases, compra productos ecológicos y ahorra para tener un coche eléctrico va a pensar que está haciendo el tonto.

-Sé que hablar de todo esto es incómodo, pero no quisiera desincentivar las acciones individuales. Al contrario: animo a la gente a reducir su huella ambiental y consumir menos energía, menos agua, menos plásticos y reciclar. Todo eso es necesario. Pero las acciones individuales no pueden distraernos de las colectivas. Necesitamos ciudadanía crítica que exija transformaciones profundas. El debate no es si uso cápsulas de café reciclables o no, sino por qué permitimos que el café venga en esos envases. Si nos cobran la bolsa en la caja del súper para reducir el uso de plástico, ¿cómo es posible que todo lo que compramos venga en envases plastificados? Reciclemos, por supuesto, pero elevemos la mirada y pensemos sobre el modelo de vida que tenemos.

-Habla de reducir el consumo, pero dicen que eso frena la economía.

-La palabra decrecimiento define muy bien lo que debemos hacer, pero genera rechazo en una parte de la sociedad que piensa que es sinónimo de recesión y ruina, y no es así. Es un error vincular el crecimiento al bienestar y el decrecimiento a la crisis, porque no tienen que ver. Reducir el uso de energía y materiales es inapelable porque el planeta no es infinito y no podemos seguir consumiéndolos como hasta ahora. Pero esto no significa vivir peor. ¿Realmente nos hacen felices estos niveles de derroche? Reducir el consumo de materiales y energía va emparejado a crecer en tiempo dedicado al ocio, la salud, los cuidados y la cultura. Todo depende del modelo de vida que queramos.

Con el boom de las renovables, nadie está proponiendo medidas para frenar la demanda de energía, ni discutimos sobre cuánta luz superflua consumimos, ni por qué está tan mal repartida

-¿Qué le parecen los activistas que se pegan a las paredes de museos e instituciones para alertar de la emergencia climática?

-No puedo evitar que me genere un cierto rechazo visual, sobre todo los que actúan en museos, pero hacen que hablemos de esto. Buscan llamar la atención y lo han conseguido. Lo importante es no quedarnos en esa foto y continuar con el debate.

-¿Qué opinión tiene de Greta Thunberg?

-Reconozco que al principio me incomodó. Puso mucho acento en la brecha generacional y parecía que el medioambiente solo les preocupaba a los más jóvenes. En algún momento hizo y dijo cosas que quizá no fueron las más adecuadas, aunque ya quisiera yo verme a su edad en esos foros. Luego he seguido su evolución y creo que está haciendo grandes aportaciones a la lucha climática, sobre todo en los últimos años. No solo por arengar a las masas, sino por aglutinar este movimiento. Que haya impulsado un proyecto tan interesante como ‘El libro del clima’ merece todo mi respeto.

-¿Las cumbres climáticas sirven para algo o habría que eliminarlas?

-Desgraciadamente, a día de hoy son la mejor herramienta que tenemos para luchar contra la emergencia climática. No están consiguiendo su objetivo, pero han servido para mejorar los compromisos medioambientales de los países. Tienen un grave problema de legitimidad. No pueden convertirse en escaparates de figuras que acuden en jets privados a contar sus películas. En la última, había ofertas para volar a El Cairo y volver en el día. Y la próxima la presidirá el 'ceo' de una petrolera. Todo esto es impúdico. Hay que reformular las cumbres y hacer que sus acuerdos sean vinculantes. Pero no tenemos alternativa. O esto lo arreglamos entre todos, o no tiene solución.

Suscríbete para seguir leyendo