Agua corriente

El buey de Barcelona

Sagrada Familia

Sagrada Familia / JOAN CORTADELLAS

Emma Riverola

Emma Riverola

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Y ahora: ¡La joya del piso!... La emoción embarga a la agente inmobiliaria cuando corre la cortina del balconcito de forma teatral y muestra al cliente el paisaje urbano. El hombre respira hondo, ese ataque no se lo esperaba: ahí está la Sagrada Família presidiendo la vista. No, ese no es el verbo correcto. ¿Dominando? ¿Sometiendo? ¿Acosando? Cualquiera serviría. El hombre trata de soportar el asalto con dignidad y retener las invectivas que pugnan por salir. Duda que la vendedora entendiera su alegato contra esa mole invasiva. Mire -continúa ella con emoción- el pasado mes de noviembre culminaron dos de las torres con la escultura del buey y del león. Si se fija puede verlas desde aquí. Qué maravilla, ¿verdad?  

El hombre calla y fuerza la vista. Ver, lo que se dice ver, no ve gran cosa. León y buey, dos de las cuatro figuras del tetramorfo, cada una relacionada con un evangelio. Recuerda que el buey alado se vincula al apóstol Lucas porque su relato se inicia con el sacrificio de Zacarías a Dios. Es un animal sacrificial, se le escapa en voz alta. La vendedora le mira con aprensión, vaya tipo raro le ha tocado.  

El piso es un desastre. Grande, sí, pero la cocina y el baño están hechos un asco. Tiene la gracia de ser un ático, y la desgracia de que está acondicionado pésimamente. Tocaría helarse en invierno y asarse en verano. El balconcito sería un punto a favor si no fuera por esa proximidad avasalladora de la Sagrada Família. Su mujer tenía que saberlo cuando le ha enviado a mirarlo. Supone que es una venganza por la discusión del otro día. O por la de hace una semana. O un mes… Esto va de sacrificios, parece decirle el buey. 

Todo por la maldita ‘superilla’. Como objeto de crisis de pareja es absurdo, lo sabe. Pero hace meses que andan enredados en la trifulca. Al principio fue una leve disparidad de criterios, pero la disputa se ha ido exacerbando; ella se ha acabado convirtiendo en una encendida defensora de la pacificación y él en el más arrebatado crítico. ¿Pero no ves la maravilla que supone pasear tranquilamente, respirar aire más puro y disfrutar de un poco de paz?, le inquiere ella. ¿Paz?, responde él, si se busca paz, que se prohíba la circulación en el centro, pero de verdad. No estos apaños que dan falsa sensación de seguridad y que solo trasladan el tráfico de un lado a otro. ¡Y cuidado que no se llenen de terrazas! 

Llevan cuatro meses buscando piso, pero las ‘superilles’ se han convertido en un obstáculo en la selección. Ella sueña con un piso en una de esas zonas, él las rehúye como alma que lleva el diablo. Y la dilación no sería una tragedia si ella no estuviera ya de cinco meses y el piso actual no diera para más. O el niño o ellos. 

Hasta el lunes aún tiene tiempo… la voz de la vendedora le rescata de su sueño. Y no, no se refiere al plazo para dar una respuesta sobre el piso. Se ve que la basílica sortea 9.000 entradas para visitar el templo con motivo de Santa Eulàlia. Por un momento, el hombre se imagina llegando a casa con esas entradas y no puede evitar una sonrisa. Si en algo está de acuerdo con su mujer es en la tirria que le tienen a la Sagrada Família. Él es partidario de demolerla, ella se conforma con la amputación de todo lo ajeno a Gaudí. ¿Cómo puede ser que Barcelona esté dominada por un enorme pastiche? ¿Con eso nos identificamos? El dinero, claro. El monumento más visitado por los turistas, y eso sí que nos define.  

Entonces, ¿qué le parece?... De nuevo la vendedora. ¿Qué te parece?, le interroga el buey. Que está muerto de miedo, eso le parece. Que tanta discusión por la ‘superilla’ no deja de ser una excusa. Y que en cuatro meses va a cambiar su vida y estaría bien dedicar más tiempo a asumirlo, también a ilusionarse. Menos aferrarse al pasado y más al futuro. ¿Cuál fue el sacrificio de Zacarías que relata el evangelio de Lucas? Quedarse mudo hasta que naciera su hijo. El plan le parece demasiado radical, pero aplaude la idea de más proyectos y menos discusiones. Por ahora no, responde a la vendedora. Cuando el buey aprenda a volar, veremos.  

Suscríbete para seguir leyendo