Contra la despoblación

Los estudiantes tienen hambre de pueblo: el 'Erasmus rural' desborda en su estreno

Las becas para hacer prácticas en pequeñas localidades de toda España reciben cinco solicitudes por cada plaza

“Hay una sensibilidad creciente hacia el mundo rural”, señala el Gobierno, que se prepara para duplicar los proyectos el año que viene

María Dolores Torres, estudiante de Farmacia becada con una Campus Rural

María Dolores Torres, estudiante de Farmacia becada con una Campus Rural para realizar prácticas en Villalgordo del Júcar (Albacete). /

Juan Ruiz Sierra

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La plaza mayor de Villalgordo del Júcar, un pueblo de poco más de 1.000 habitantes al norte de Albacete, destaca a la una y media de la tarde por su absoluta falta de sombra. Hay bancos de madera reluciente, un puñado de árboles muy jóvenes, casas blancas y marrones de dos alturas, la sede del ayuntamiento y la iglesia de Santa María Magdalena, del siglo XVII, en cuyas escaleras laterales, de espaldas a la plaza, está sentada María Dolores Torres. “Yo no tenía pueblo”, dice. 

Ahora ya lo tiene. Al menos durante estos meses. Entre el 15 de junio y el 15 de septiembre, Torres, de 22 años, realiza prácticas en la única farmacia de este pequeño municipio. Nacida en Albacete, jamás había oído hablar de Villalgordo del Júcar. Ni siquiera sabía dónde estaba. Pero Torres, que acaba de terminar cuarto de Farmacia, quería hacer algo en verano, y siempre había sentido “cierta envidia” de sus amigos cuando comenzaba un nuevo curso y llegaban hablando de “lo bien que se lo habían pasado en su pueblo”. Así que cuando se le abrió esta posibilidad pensó: “¿Por qué no?”. 

María Dolores Torres, estudiante de Farmacia becada con una Campus Rural

María Dolores Torres, estudiante de Farmacia becada con una Campus Rural para realizar prácticas en Villalgordo del Júcar (Albacete). /

Hay ahora mismo 380 estudiantes como ella, repartidos por España gracias a unas becas llamadas Campus Rural que son tan de sentido común, sobre todo en una España azotada por la despoblación, que parece mentira que no existieran hasta ahora. Diseñadas por el Ministerio de Transición Ecológica (MITECO) en colaboración con el de Universidades, pretenden “reconectar a los jóvenes con el territorio” a través de prácticas académicas en localidades de menos de 5.000 habitantes. Los becados reciben 1.000 euros brutos al mes y tienen que vivir en el pueblo.

En el MITECO no tenían claro qué iba a pasar. Al fin y al cabo, no había precedentes de algo así a nivel de todo el Estado. Pero la respuesta ha desbordado las expectativas. Cinco solicitudes por cada beca, un fenómeno que muestra un cambio en la mirada, mucho menos negativa, de los jóvenes hacia el campo. El próximo año, explica Francesc Boya, secretario general para el Reto Demográfico, se ofertarán más del doble de plazas: unas 1.000. “Sabíamos que esto podía funcionar, pero nos ha sorprendido la acogida, la demanda de estas becas y la cantidad de ayuntamientos que han ofrecido proyectos”, explica. 

“Lo que se busca es acercar a los jóvenes al mundo rural, que aporten su conocimiento y generen autoestima en esos entornos –continúa Boya-. La realidad que se ha vivido en muchísimos pueblos es la de jóvenes que se han marchado y no han vuelto. Ahora que hay estudiantes a punto de terminar la carrera que acuden allí a trabajar, la reacción suele ser: ‘Por fin interesamos a alguien’. Y quién sabe. Igual alguno de estos alumnos descubre en el medio rural un espacio en el que desarrollar su proyecto de vida”. 

Algo “muy bonito”

Torres no lo tiene claro. “Todavía es muy pronto para decidir qué voy a hacer. Soy joven. Falta mucho”, explica. Durante los tres meses de verano, de momento, ha alquilado un piso en el pueblo, se ha sacado el abono de la piscina municipal y los vecinos, cuenta riendo, dicen que le van a “buscar novio”. Los fines de semana sus amigos urbanitas se acercan hasta Villalgordo del Júcar, en lugar de ser ella la que vuelve a la ciudad. “Aquí todo el mundo se conoce y se saluda. Es algo muy bonito. Se me está haciendo muy corto”, señala tras el mostrador de la farmacia, donde el ajetreo a última hora de la mañana es constante, sobre todo de gente mayor. Uno de cada cuatro habitantes en los municipios de menos de 5.000 habitantes tiene más de 65 años.

Algunos han vuelto al pueblo en verano; otros residen aquí todo el año. Se conocen, se saludan. Una conversación escogida al azar: 

“¿Cómo vas, Emiliano? ¿Todo el verano aquí?”, pregunta una vecina. 

“Todo el ‘veranico’ aquí. Se está mejor, más fresco”, contesta Emiliano. 

“Por lo menos por las noches”

“¿Y cuántos nietos tienes?”

“Yo tres”

“Yo ya nueve. No me dejan. No paro”

“Bueno, hasta luego”

Cuenta Mateo Córdoba, el farmacéutico titular del establecimiento donde Torres realiza las prácticas, que escenas de este tipo apenas ocurren fuera de estos meses. “Los inviernos son aquí muy duros. No ves a nadie por la calle”, dice. Antes no era así. Córdoba repasa los negocios que han ido cerrando en los últimos tiempos en su pueblo, que durante el siglo pasado llegó a tener el doble de habitantes: sucursales de banco, talleres mecánicos, tiendas de ropa, bares, restaurantes. Pero la farmacia, con una clientela cada vez más envejecida, permanece.

Nacido en Villalgordo del Júcar hace 39 años, hijo y nieto de farmacéuticos, Córdoba tomó el testigo de su padre en este establecimiento seis años atrás, después de haber trabajado como investigador clínico en Madrid, Zaragoza y Londres. “Él se iba a jubilar y me dijo: ‘¿Qué hacemos con esto?’ Decidí volver con mi mujer”, explica. 

Su historia es rara. Los datos del Instituto Nacional de Estadística (INE) muestran que los movimientos de jóvenes de las ciudades a los pueblos han venido durante la última década sobre todo de población de origen inmigrante. Hubo un pequeño cambio durante la pandemia, cuando el teletrabajo permitió trasladarse al campo, pero aquello duró muy poco. La inmensa mayoría ha regresado a la urbe.

“La idea de una beca para realizar prácticas académicas en el ámbito rural me pareció buenísima cuando la vi –señala Córdoba-. El alumno vive en el pueblo y aporta. Los vecinos están encantados. No hablan de otra cosa, porque hace mucho que dejó de ser frecuente ver caras nuevas por aquí”. 

A casi 500 kilómetros de esta farmacia manchega, en Arroyomolinos de León, un pueblo de las montañas de Huelva, su alcaldesa, María Jesús Bravo, dibuja un panorama similar. Allí hay una estudiante que imparte talleres de igualdad gracias a una de estas becas. “Esta iniciativa también sirve para demostrar que en el mundo rural hay cabida para muchas profesiones, para desmontar el mito de que si tienes estudios te tienes que ir a la ciudad a trabajar”, argumenta. 

No todo es catastrofismo

Durante los últimos 70 años, 23 provincias del interior de España han perdido la mitad de su peso demográfico, económico y laboral, según un reciente informe de la Fundación de las Cajas de Ahorro (FUNCAS). En el 70% de todo el territorio solo reside en la actualidad el 10% de la población (4,6 millones), mientras Madrid y las zonas del litoral concentran el 90% restante (42 millones). En el siglo XXI el proceso de despoblación se ha acelerado, sobre todo en la última década. Tres de cada cuatro municipios españoles y nueve comunidades autónomas (Extremadura, Galicia, Castilla y León, Asturias, Aragón, Cantabria, Castilla-la Mancha, Comunidad Valenciana y La Rioja) han bajado en número de habitantes. 

Pero hay expertos que se revuelven contra esta visión teñida solo de catastrofismo. Fernando Collantes es profesor de Historia Socioeconómica en la Universidad de Oviedo y coautor del libro ‘¿Lugares que no importan? La despoblación de la España rural desde 1900 hasta el presente’. No niega los problemas en el mundo rural, al contrario, pero subraya que la verdadera despoblación ya ha quedado atrás. Tuvo lugar en los años 60 del pasado siglo. La España rural en su conjunto, continúa Collantes, tiene hoy más habitantes que hace 25 años. Aun así, si se colocara “un muro” alrededor de los pueblos para impedir salir de allí, muchos de ellos seguirían perdiendo habitantes año tras año, debido a la combinación de baja natalidad y población envejecida. 

Envejecida, pero heterogénea. Porque otro de los lugares comunes que combate este académico es el retrato, por parte de medios de comunicación y dirigentes políticos, de que el medio rural está formado básicamente por agricultores y ganaderos. En realidad, explica Collantes, se trata de personas “cada vez más similares” a las que viven en las ciudades. Y sin embargo, todo el énfasis continúa poniéndose en la agricultura y la ganadería. 

Campus Rural va en otra dirección. Los becados son futuros arquitectos, farmacéuticos, ingenieros, especialistas en márketing, antropólogos o trabajadores sociales. “Es una iniciativa positiva –sostiene Collantes-. Las políticas contra la despoblación no solo son cuestión de dinero. Las más efectivas tienen que ver con crear redes, ya sean educativas, familiares, sociales o empresariales. Pero aquí la cuestión es: ¿Y qué ocurre después, cuando se acaba la beca? Tendremos que estudiarlo”. En cualquier caso, el experto cree que la respuesta que ha tenido el proyecto pone de manifiesto un cambio generacional, porque los jóvenes “han recuperado cierto orgullo del mundo rural”. 

Boya, el secretario general para el Reto Demográfico, se muestra aquí de acuerdo. “Hay una sensibilidad creciente sobre los desafíos del mundo rural –concluye-. En el momento en que hemos puesto a disposición una vía para canalizarlo, ha cristalizado. Muchas veces hay un discurso muy pesimista alrededor del medio rural, pero esto demuestra que al contrario. Hay una nueva sensibilidad, nuevas ganas”.

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