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El drama de los geriátricos rebrota en Tremp

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Elisenda Colell

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"Solo quiero saber qué ha pasado, no lo entiendo", dice Miquel Albert, poco después de enterrar a su padre, Antonio, en el cementerio de Tremp (Pallars Jussà). Antonio es una de las 18 víctimas del brote de coronavirus registrado en la residencia Sant Hospital y que, por el momento, no está bajo control pese a que la Generalitat la intervino hace una semana

"La residencia ocultó el brote y se ha llegado tarde", exponen fuentes que siguen el rastro de lo ocurrido. Un lamento que también reproducen las familias y los trabajadores del centro gestionada por una fundación parroquial. El foco de Tremp agita el miedo dentro y fuera de las residencias catalanas. En la segunda oleada del coronavirus, la Generalitat ha intervenido 13 geriátricos, desde Falset a La Bisbal del Penedès. La autoridad sanitaria quiere evitar que se repita el desastre humano de la primera fase de la pandemia.

Contagio exponencial

Todo indica, expone la alcaldessa Maria Pilar Cases, que el brote se inició con un cuidador que contrajo el virus a mediados de noviembre. "Empezó a notar síntomas y nos hicieron un primer cribado", cuenta una trabajadora. Fue el 19 de noviembre cuando se detectaron siete trabajadores y 45 ancianos infectados. Dos semanas después, son 32 los trabajadores contagiados, 18 las personas fallecidas y 113 los abuelos positivos. De estos últimos, 19 están ingresados en el hospital de la localidad. Un hospital que, de hecho, teme colapsarse y que no dispone de ucis. Seis personas libre del virus han sido trasladadas a un geriátrico en la Pobla de Segur (Pallars Jussà), dos más en Guisona (La Segarra) y otras dos siguen en el de Tremp. Desde el centro, los trabajadores piden más manos. "Solo queremos que termine este infierno".  

Incomunicados

En el cementerio, Miquel Albert sostiene la mirada con los ojos empañados. Junto a sus primos y su madre, acaba de despedir a su padre Antonio, fallecido el día anterior en el geriátrico. "A mediados de noviembre me dijeron que era positivo pero que no tenía síntomas, que todo iba bien", cuenta. Hace tan solo cuatro días su padre dio los primeros síntomas, y el virus lo fulminó. Apenas se pudieron despedirse. "Enfermaron la directora del centro, las trabajadoras sociales... no había forma de saber nada, hasta que murió", cuenta el hijo. 

"Yo no quiero buscar culpables, solo entender lo que ha pasado", agrega en la puerta del cementerio, donde marcha de nuevo otro coche fúnebre rumbo al geriátrico. "Es un ir y venir constante, no dan abasto", cuenta otra vecina. Frente a la residencia, a las dos de la tarde, otra familia se lleva las pertenencias de un familiar. En este caso es Joaquim, un hombre de 89 años que expiró la tarde del lunes. "Nos llamaron a medianoche y su cuerpo aún sigue allí", expone Pau, el yierno de la víctima.

Durante todo el día, salen familiares del centro envueltos en lágrimas: Otros tratan de calmar la angustia. Es el caso de una vecina de la capital del Pallars Jussà cuya abuela (86 años) vive en el geriátrico. "Estamos muy asustados, pinta muy mal. El domingo nos llamaron para que mi padre fuera a verla. Y hoy han vuelto a insistir", explica. "Estas semanas han sido horribles". Idéntica explicación ofrecen N. y T.. Sus familiares (madre y suegra) dieron negativo en el primer cribado, pero hoy ya cuentan como infectadas. "Aquí hay algo que no se ha hecho bien, la Generalitat ha llegado tarde", aseguran. 

Intervención tardía

A pesar de los primeros cribados, que ya mostraban un 30% de abuelos infectados y un 10% de la plantilla afectada, Salut no intervino el centro hasta el fin de semana del 26 de noviembre. Entonces, casi la mitad de plantilla ya estaba aislada. "Los abuelos estaban aislados, pero los trabajadores teníamos que ir de planta en planta. Y más cuando empezaron a caer compañeros. No podíamos atender a todo el mundo, no podíamos responder a las llamadas de los familiares... veíamos responsables de Salut corretear por el centro pero lo que nos faltaban eran manos en las habitaciones", asume una trabajadora al hablar de la semana más fatídica.

Una vez que intervino la Generalitat, se incrementó la plantilla, pero no lo suficiente. Sanitarios del CAP y del hospital se han trasladado a trabajar allí. Faltan cuidadores. "Hacemos turnos de 12 horas, y sí, vienen voluntarios pero a los dos días se van. Necesitamos una plantilla estable", insiste una cuidadora. Es el caso de Lucía, una joven de Guissona que durante tres días vino a echar "una mano". Este martes pasado se iba. Algunas familias sí vislumbran un cambio con la intervención. "Parece que ya se ha recuperado el control, ahora nos llaman y hemos empezado a hacer videollamadas. La angustia no nos la quitamos de dentro", agregan. 

El drama del geriátrico envuelve todos los rincones de Tremp como la niebla de diciembre. "Todos conocemos a alguien que está en la residencia, o que tiene familiares", comenta Rubén desde la barra del bar La Canonja. "Las monjas lo han querido ocultar y esto se ha hecho muy gordo", supone el camarero. Otros lo miran con resignación. "Durante la primera ola tocó en La PoblaÀger... ahora nos tocaba a nosotros". "Parece que hayamos vuelto a marzo", sentencia, Josep, el conserje del polideportivo mientras observa como decenas de vecinos participan en el cribado de antígenos en las pistas de fútbol municipales. Una pregunta le retumba en la cabeza. "¿Esta mortaldad era evitable?".

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