LA CLAVE
Aquí hay algo que no cuadra
El virus nos ha dado un regalito: demostrar lo más bien poco que nos importan los niños y su educación
Bernat Gasulla
Subdirector
Bernat Gasulla
Aquí hay algo que no cuadra. Y no son solo, que también, las estadísticas sobre defunciones y nuevos contagios por el covid-19. Ni las camaleónicas condiciones para trasladarse entre regiones sanitarias, provincias o comunidades autónomas. Ni las rocambolescas alianzas de Pedro Sánchez para lograr apoyos cada vez más impensables. Una de las cosas que no cuadran, y no lo hacen prácticamente desde el inicio del estado de alarma, es el trato dispensado a un tramo de la población sin derecho a voto pero, con las leyes y los tratados internacionales en la mano, aún con más derechos que los adultos: los niños.
En esta desescalada cuesta abajo y sin frenos que España ha iniciado ha llamado la atención de muchos una imagen que encierra graves contradicciones o, cuando menos, paradojas. Zonas de juego infantil acordonadas por una especie de CSI del coronavirus mientras los adultos se amontonan en terrazas o chiringuitos de playa. Estas imágenes encierran la esencia de uno de los legados de esta pandemia en España: qué poco nos importan los menores.
“No hacen caso ni siguen las normas”, argumentan quienes defienden este trato diferencial a los más pequeños. ¿Acaso son más obedientes los adultos que no solo incumplen las recomendaciones sino que además presumen de ello? ¿Acaso son mejores ciudadanos ciertos políticos que celebran sus ‘teleplenos’ desde la tumbona y en biquini o los que montan fiestazas rave en la azotea de su casa? Por poner dos ejemplos.
Hay que recuperarse, y cuanto antes. De acuerdo. Que vengan los turistas ya, que abran comercios, bares y restaurantes. Que circule el dinero. Todo eso está bien. Pero que alguien tenga presente a los padres que tienen que volver al tajo sin contar con un apoyo educativo o escolar. O a los que teletrabajan con un mocoso subido a la espalda. Hemos cerrado un curso en falso y el que viene amenaza con dejar KO a padres, educadores y niños.
Este ha sido uno de los regalitos del virus: demostrar lo (más bien poco) que nos importa la educación.
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