ingreso mínimo vital

"Estás en esa delgada línea entre la realidad y que se te vaya la cabeza del todo"

Ricardo Martínez, su mujer María Amaya, y sus hijas, María y Pepi, en el parque del Besòs, ayer.

Ricardo Martínez, su mujer María Amaya, y sus hijas, María y Pepi, en el parque del Besòs, ayer. / periodico

Víctor Vargas Llamas / Elisenda Colell

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

En la cuarentena de Ricardo Martínez se acumulan, a la par, los días de confinamiento y las noches en vela. La frustración de no tener la libertad de siempre casi le parece una minucia a este joven de Sant Adrià de Besòs cuando irrumpen las dudas sobre cómo aplacar el hambre de sus pequeñas, de 1 y 3 años, y mantener a flote un hogar castigado por la embestida económica del coronavirus. "He tenido que hacer como el anuncio aquel, el de la madre que pone un poquito de leche en el vaso y rellena el resto con agua", recuerda. Y se le entrecorta la voz cuando incide en que la zozobra en el bienestar de sus hijas es "lo más triste" de todo este caos existencial que se le ha venido encima. "Esas situaciones rozan lo perturbador. En esos momentos hay una línea muy delgada entre la realidad y que se te vaya la cabeza por completo", expone. La suya es una de las historias humanas que conmueven en estos tiempos de covid.

Los malabares en la economía doméstica no fallan a su cita mensual cuando la hipoteca deja en menos de 200 euros el subsidio de desempleo que cobra desde que no le renovaran su contrato como limpiador, el pasado enero. Por entonces, tuvo la prudencia de reservar "un colchoncito" que ha atenuado un poco "la hecatombe" que se le vino encima desde mediados de marzo. "Los 2.000 euros de finiquito me han servido para una avería en la cocina y para aguantar con la primera oleada de esta crisis, pero hasta ahí; después de marzo todo ha ido en caída libre", recuerda.

Solidaridad

Desde entonces, improvisación, desconcierto y angustia. "Si no fuera por los bancos de alimentos, por las oenegés, por los 40 euros que me dan mis padres para que le compre leche a mis hijas, por algún vecino... Y por Iván Cortés, un mediador social, un chaval del barrio de La Mina que se vuelca en conseguir ayudas para sus vecinos más necesitados", explica Ricardo.

Y lamenta que esa es una de las escasas puertas a las que llamar cuando la penuria nubla la vista y araña el estómago. "He hablado con la asistenta social del ayuntamiento y la única propuesta que me hace es pedir una moratoria hipotecaria, pero no me la conceden porque yo ya estaba en el paro antes de esto. ¿Y de lo demás? ¿Del tratamiento para la dermatitis atópica aguda de mi hija, de los pañales? Ya le he llamado al menos cinco veces y nada de nada", se lamenta.

Por eso tira por su cuenta y ya está informándose del <strong>ingreso mínimo vital</strong> y de la renta garantizada de ciudadanía, pero, de momento, tampoco le llegan buenas noticias: "Hay que llevar más de 6 meses parado para la renta garantizada y aún me quedan un par de meses para eso. ¿Qué hago mientras? ¿Qué hago cuando bajen los ingresos del paro pero la hipoteca se mantenga y la comida y los pañales de mi hija sigan siendo igual de necesarios?".

Ricardo se ve con el agua al cuello, como muchos de sus vecinos de La Mina, y explica cómo la cola para recoger el sustento de emergencia da la vuelta al pabellón del barrio. Escenas punzantes, nunca vistas por sus ojos, que le sirven para que nada le haga perder la perspectiva. "El otro día recogía unos menús solidarios y una chica explicaba a los responsables de la cola que hacía dos días que no tenía nada en la nevera. Yo pensé que en la mía había 5 cartones de leche, pechugas de pollo, conservas...". Ricardo le dio sus menús y, así, un poco de esperanza, esa que tanta falta hace estos días en el barrio.  

Fátima, sin papeles ni trabajo: "A mí esta presión no me deja vivir" 

"¿Tú sabes lo que es que cada día te estén diciendo que te vayas, que no estás pagando el alquiler y que te tienes que ir de la casa?", pregunta Fátima, que sí sabe bien lo que es vivir con esta angustia. "Es que no puedo vivir así, pero no puedo meterme en ningún sitio, no tengo adonde ir", añade.

Hace dos años que vive en un municipio metropolitano, se divorció y huyó de Marruecos a España buscando una vida mejor. "Una vida libre", añade. El problema es que no tiene permiso para residir ni trabajar legalmente. Y al ser una simpapeles no podrá cobrar el <strong>ingreso mínimo vital</strong>. Como tampoco tiene acceso a la renta garantizada

Ahora vive en una habitación realquilada, que no puede pagar. Una realidad que parece no entender la mujer que le alquila la habitación. "Cada día me grita diciéndome que pague. Yo ya no sé qué decir, estoy muy mal la verdad...", suelta entre sollozos.

Estos dos años ha estado trabajando cuidando de personas mayores, limpiando casas... "Pero el trabajo se acabó, en cuanto llegó el confinamiento me dijeron que me tenía que ir a casa, que me echaban", explica. Y desde entonces no tiene ni un ingreso. "Comer, como, porque voy cada día a recoger comida", cuenta. El resto de su vida pende de un hilo. 

Mame Mor, mantero: "Claro, ahora no tengo nada de dinero"

Mame Mor lleva dos años y ocho meses viviendo en España. Huyó del Senegal y atravesó África hasta lanzarse en patera desde la costa marroquí buscando una vida con más oportunidades. Llegó a Europa, y se dio cuenta de que sus estudios de lampistería en África eran papel mojado.

"Me hice mantero, vendo chándales en la Barceloneta, y así voy tirando", explica. Admite que no es lo que había soñado, pero "algo es algo". Con la venta ambulante ilegal se pagaba el alquiler de una habitación en un piso de Terrassa, que comparte con una familia pakistaní, con dos niños. 

Pero el confinamiento por el coronavirus ha puesto las cosas mucho más difíciles. "Claro, ahora no tengo nada de dinero", explica. Aunque dice que lo que más le dolio era ver a los niños de sus compañeros de piso encerrados en casa. "Pobrecitos, somos muchos y no podían salir de la habitación. Lo pasaron muy mal, la verdad", añade.

A pesar de toda la desgracia, Mame se siente afortunado. "En la asociación María Auxiliadora me están ayudando mucho", asevera. En el lugar en el que antes aprendía catalán y castellano, ahora recibe y reparte comida como voluntario. Debido a su situación, la entidad le ha avanzado dinero para poder pagar el alquiler de la habitación. "Es que si no me quedaba en la calle", explica.

"Nosotros le pudimos ayudar, pero es evidente que esto no lo podremos hacer cada mes, no tenemos tanto dinero", explican desde la entidad, que recuerda que deberían también existir ayudas públicas para Mane, condenado, si no, a seguir vendiendo ilegalmente productos falsificados en las calles de Barcelona cuando todo termine.