los efectos de la crisis

Daniel Innerarity: "Tenemos que poner en marcha una autoridad más cooperativa"

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Gemma Tramullas

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Sus reflexiones teóricas sobre la sociedad epidémica y sus análisis sobre la complejidad vertidas en el libro 'Una teoría de la democracia compleja. Gobernar en el siglo XXI' le han convertido en uno de los pensadores más solicitados. Catedrático de Filosofía de la Universidad del País Vasco, Daniel Innerarity (Bilbao, 1959) comparte su visión de la sociedad poscovid.

¿Usted también tiene la sensación de estar en medio de un experimento social?

Un experimento social involuntario, sí, porque aquí no hay ninguna intención detrás, por mucho que diga Trump. Aunque hay unas instituciones que tienen que adelantarse y prever riesgos que no funcionan muy bien y eso sí es nuestra responsabilidad.

Estamos aturdidos, cuesta distinguir entre lo real y lo irreal.

Como decía mi colega Santiago Alba, a lo mejor esto es lo que es real. Tenemos que preguntarnos qué es más real, si esto que estamos viviendo (aunque sea excepcional) o esa modorra en la que vivíamos, rodeados de riesgos que no éramos capaces de anticipar.

Los modelos matemáticos de predicción que se usan en la crisis actual nacieron precisamente para dar respuesta a la incertidumbre.

Estos modelos ofrecen alguna certidumbre y sería una frivolidad no contar con ellos, pero tienen una gran inexactitud social. Puede estar ocurriendo que nuestras sociedades estén midiendo muy bien algo que no saben que es. La matematización de la realidad social es un instrumento indispensable pero tanto más util cuanto más consciente sea de sus limitaciones.

¿El éxito del uso de los datos en esta crisis puede abrir la puerta a un mayor control social en pro del bien común al estilo chino?

No me parece que el modelo chino sea exportable. Cuesta pensar que sociedades democráticas como las nuestras nos vamos a doblegar ante una autoridad centralizada y le vamos a suministrar toda nuestra información. Aquí estamos batallando para que los datos y la inteligencia artificial no se lleven por delante la democracia.

Pero el miedo es una herramienta muy persuasiva.

Esta pandemia se va a llevar a mucha gente por delante, tendrá unas consecuencias duras en la economía y la vida de las sociedades, pero va a tener un carácter coyuntural. Por tanto, el tipo de cesión de soberanía que los individuos estamos dispuestos a hacer hacia los Estados es una delegación temporal. No veo yo en el horizonte un sacrificio de nuestras libertades en el altar de la seguridad.

Otros pensadores advierten del riesgo de un mayor autoritarismo.

En el corto plazo va a haber un repunte de la autoridad el Estado. Ahora mismo estamos en medio de un neokeynesianismo de garrafón, incluso con una simbolización militar de la autoridad y una terminología bélico. Pero en el largo plazo el estado-nación pensado en esa forma tan vertical no existe.

¿Por qué está tan convencido?

Ahora mismo hay un montón de gente observando el sistema político desde una cierta horizontalidad, de igual a igual. Somos bastante reacios a obedecer si no se nos convence y tenemos muchas fuentes de información. Además, la autoridad es plural porque es local, regional, nacional, europea, transnacional… Tenemos que poner en marcha una autoridad más fragmendata, más cooperativa, colaboradora y, en última instancia, más democrática.

Esta estructura también genera muchos mensajes contradictorios. La alcaldesa de Ámsterdam dice que encerrar a los niños en apartamentos pequeños es peor que dejarlos salir al parque.

¿Hasta qué punto una medida  puede ser científicamente aconsejable y políticamente difícil de legitimar? La complejidad de todo esto es que todos tienen parte de razón. La gran prestación de la política es ser capaz de tener una visión de conjunto y armonizar intereses difícilmente compatibles en un contexto de gran incertidumbre y muchísimo riesgo. Estas decisiones tienen un carácter de apuesta y esta es la gravedad de este experimento voluntario.

¿Esta cacofonía será una característica de la sociedad 'poscovid'?

Es inevitable. Va a haber una pluridad de voces y de intereses, porque cada sistema vela por un factor menospreciando un tanto los demás. Además, estamos en sociedades con muchas niveles de gobierno y en el plano científico tampoco hay una voz.  Mi consejo sería minimizar esa disonancia generando cooperación.

El núcleo de este experimento social es el confinamiento en casa.

Todos los predicadores van a salir diciendo: “¡Hemos descubierto la familia!”. Pero no estamos programados psicológicamente para vivir en un espacio de tanta cercanía y me atrevería a decir de tanto afecto. Tampoco es lo mismo confinarse si tienes una estructura familiar estable o si eres una mujer amenazada, si tienes una habitación con vistas al Pirineo, como es mi caso, o si vives confinado.

La desigualdad al desnudo.

Se está poniendo de manifiesto el valor de las instituciones de la distancia. Para muchos niños y niñas la escuela es el lugar donde hay una comida segura, los mismos pupitres, la misma conectividad a internet y gente diferente. La escuela presencial iguala más que la enseñanza online, donde se reproducen con más facilidad las desigualdades. Mi conclusión es que viva lo que no es la familia, vivan las instituciones y la sociedad del conflicto, viva la indiferencia social como un modo de oxigenarte y de vivir.

Se ve bastante optimista.

No sé si es por vicio o por virtud. Suelo decir que para ser pesimista hay que estar mucho más seguro que para ser optimista. Detrás de un pesimista siempre hay una persona muy convencida de algo, concretamente de que esto es un desastre y que de esta no salimos. Detrás de un optimista muchas veces hay un ignorante, pero muchas veces también, o por lo menos por en mi caso, un escéptico que no se cree que esto no tiene remedio.