obituario animal

Pyros, el oso que lo dio todo por su especie

Adiós a un plantígrado que será eterno, por lo pacífico de su reinado y por su voracidad fecundadora, a la altura de Augusto el Fuerte

Pyros, retratado furtivamente en los bosques del Vall d'Aran.

Pyros, retratado furtivamente en los bosques del Vall d'Aran. / periodico

Carles Cols

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Salvo que como un Tom Hanks en ‘Náufrago’ dé a todos una sorpresa y reaparezca con un paquete de FedEX bajo su pata delantera, parece más que probable que Pyros ha pasado a mejor vida, aunque en su caso esa es una afirmación discutible, porque este impresionante oso pardo (Ursus arctos) elegido en 1996 para remontar la raquítica población de esta especie en los Pirineos se ha dado la gran vidorra. Durante más de 20 años ha lucido su tipazo de 250 kilos, señal de que alimento jamás le ha faltado, ha explorado los parajes más hermosos de la alta montaña hispanofrancesa y, sobre todo, se ha apareado con un apetito sexual a la altura de Augusto el Fuerte, rey de Polonia a caballo de los siglos XVII y XVIII, que tuvo hasta 354 hijos bastardos, tantos que perdió la cuenta y acabó seduciendo un día a su propia hija. Como Pyros varias veces. Ha muerto un oso legendario. Su sangre corre por las venas de 33 hijos directos y como mínimo 55 descendientes. Adiós.

Pyros ha tenido 33 oseznos, una cifra inasumible si, glups, no se hubiera acostado incluso con sus hijas

Ya se ha dicho por las redes sociales, tras constatarse que este es el segundo deshielo en el que Pyros no asoma el hocico, que habrá que dedicarle una estatua o algún monolito a tan prolífico animal. Parece difícil que el homenaje sea una calle con su nombre en algún pueblo del Aran, porque la reintroducción del oso siempre ha sido vista en ese valle con recelo, sobre todo desde que en el 2016 llegó el ejemplar llamado a ser el sucesor de Pyros, Goiat, otro oso esloveno importado para combatir la perniciosa consanguinidad que deja el primero, pero que, sin embargo, ha mostrado más interés por el costillar de las ovejas y caballos que pastan por la zona que por las hembras de su especie.

Ni Favila

Las relaciones entre la población ibérica y los osos es bien extraña. Desde la edad media no hay constancia de que ninguna persona haya muerto por el ataque de un oso, e incluso el caso del rey Favila, hijo de Pelayo, supuestamente despedazado por un plantígrado, puede que no sea más que una ‘fake new’ del siglo VIII para ocultar un regicidio a manos de algún rival. Lo fácil era agrandar la figura de aquel rey incompetente y correr la voz de que se había enfrentado a un oso. Conocida esta especie, no cuela. Lo dicho, una relación extraña. Al oso se le teme sin más razón que su tamaño (es el mamífero más grande del Pirineo) y por lo que podría hacer con un humano si quisiera, pero el caso es que nunca lo hace. Dotados de un olfato y un oido extraordinarios, los osos pardos esquivan los encuentros indeseados. Su sentido de la vista, eso sí, deja mucho que desear, así que el encuentro accidental puede darse en determinadas circunstancias. Entonces, según Guillermo Palomero, de la Fundación Oso Pardo, un pozo de sabiduría en este campo, lo normal sería que el ejemplar realizara un único gesto amenazante para de inmediato huir a la carrera. No es un animal con instinto cazador.

De él destacan los expertos su saber estar, siempre lejos de los humanos, pero atento a la hora de dejar rastros de su paso para su posterior estudio

A Pyros le define Palomero como un tipo ejemplar en todos los sentidos. Ha cumplido con su cometido mucho más allá de lo esperado. Cuando se abordó la reintroducción de esta especie en el Pirineo central, a la vista de que Camille, el último ejemplar 100% autóctono, no daba más de sí, el optimismo entre los expertos era moderado. ¿Se produciría el feliz encuentro entre Pyros y alguna de las pocas hembras censadas? Caray si sucedió. Solo en cinco años, entre 1997 y el 2012, nacieron en el Pirineo central 15 oseznos, pero lo que destaca Palomero de Pyros es hasta qué punto aquel macho entendió las reglas del juego. Supo cuál era su lugar. Se mantuvo siempre a la distancia oportuna de los núcleos habitados y evitó siempre darle un susto de muerte a los excursionistas veraniegos, pero cara al trabajo de los especialistas encargados de su seguimiento era muy atento, siempre presto a dejar huellas de su paso por un lugar, como pelo, pisadas, excrementos y, de vez en cuando, un furtivo retrato en las cámaras de infrarrojos escondidas en los bosques.

A Pyros, la comunidad científica le agradece que él solito ha logrado lo que en los valles trentinos de Italia, donde se lleva a cabo un programa similar de reintroducción, han logrado por separado varios machos, o sea, consolidar una población estable de esta especie. De abril a mediados de verano, es decir, en la época de celo, Pyros ha estado siempre por lo que tenía que estar. Si acaso, el único pero que se le ha puesto es que parece que ha intimidado al resto de macho con capacidad de fecundar, lo cual es sorprendente, porque el oso pardo es, ante todo, una especie promiscua, nada territorial, o como dirían los adolescentes de hoy, muy dada a las relaciones abiertas. Eso se verá a partir de ahora. Ha muerto Pyros. Comienza una nueva era.