Aún no es tarde para Europa

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save-the-children-aquarius / Save the Children

JENNIFER ZUPPIROLI. SAVE THE CHILDREN

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En la cumbre del Consejo Europeo de esta semana en la que participarán los líderes de los Estados miembros, la migración será una vez más la máxima prioridad en la agenda. En esa reunión se espera que los Jefes de Estado europeos adopten nuevos mecanismos para que se compartan las responsabilidades en materia de acogida y protección de los solicitantes de asilo y de gestión de los flujos migratorios.

Seguirán vivas las imágenes del buque Aquarius, en el que viajaban cientos de personas, entre ellos 123 niños no acompañados y 7 mujeres embarazadas y al que le fue prohibido atracar en Italia y en Malta, los puertos seguros más cercanos. Después de ocho días de puertos cerrados, mal tiempo y desesperación, estas personas finalmente pudieron ser acogidas en España.

El Aquarius es el símbolo perfecto de cómo los Estados miembros de la Unión Europea aún no han conseguido adoptar un sistema común y consensuado para la gestión de los flujos migratorios con destino a Europa y para la protección de las personas refugiadas que viajan en ellos. Al contrario, hasta el momento los Estados que componen la Unión han preferido desmantelar lentamente los esquemas de protección de derechos humanos que durante décadas habían convertido la UE en un ejemplo regional a seguir, basado en los principios de corresponsabilidad, cooperación mutua y solidaridad.

Lo que está fallando de cara al Consejo Europeo de los próximos días es el mismo proyecto común que lo fundó, aunque la percepción de la opinión pública atribuya todas las responsabilidades a las mismas instituciones comunitarias y la realidad sea muy distinta. Y es que el tema migratorio está siendo instrumentalizado por los partidos antieuropeístas que actualmente están al gobierno en diversos Estados miembros, y que han usado el populismo y la xenofobia como su principal arma electoral.

El enemigo común, en el imaginario de estos partidos, es “el otro”: un ser mitológico bicéfalo, con una cabeza de “Europa” y la otra de “refugiado”. Lo que no dicen, es que, a lo largo de todo el proceso de negociaciones desarrolladas en torno a la reforma del sistema de Dublín, el mecanismo europeo que tiene la clave para repartir de manera equitativa los pocos millares de refugiados que llegan a Europa cada año, ellos no han participado. Al contrario, las han boicoteado. No dicen, cuando cierran los puertos argumentando que Europa les ha dejado solos, que estaban en contra del sistema de reubicación de los refugiados que llegaban a Italia y Grecia antes del acuerdo con Turquía. No dicen, cuando piden que Malta también abra los puertos a los barcos llenos de migrantes y refugiados, de niños niñas y familias, que Malta es el segundo país europeo con más refugiados acogidos por número de habitantes.

Según muchos de los Estados miembros, los perfectos aliados con los que compartir responsabilidades y compromisos no son sus homólogos europeos, sino países que a menudo se caracterizan por débiles –o nulos- sistemas democráticos, con altas desigualdades y persistentes tensiones sociales. Países que ahora llenamos de dinero para que gestionen –mal y a bajo coste- lo que no queremos gestionar en Europa, y cuyos ciudadanos dentro de unos años podríamos encontrarnos entre los flujos humanos con destino a Europa que huyen de regímenes, violencias y opresión. No estamos financiando la solución a la crisis humana a la que asistimos día tras día a través del Mediterráneo, del mar Egeo y de nuestro estrecho de Gibraltar, sino alimentando esos factores que desde siempre determinan la huida forzada de millones de personas en todo el globo.

Europa es rehén de los intereses cortoplacistas y electorales de la mayoría de los gobiernos que la componen. Necesitamos más Europa en la gestión de las migraciones. Europa necesita más Europa. Y necesita un sistema basado en la repartición equitativa de esos compromisos que todos los países a partir de la Segunda Guerra Mundial hemos asumido frente a las personas que necesitan protección internacional o humanitaria, frente a los menores de edad y frente a las víctimas de la trata de seres humanos. Un sistema que reconozca como comunes las fronteras exteriores europeas que condicionan a países como España, Italia y Grecia por la más intensa presión migratoria vivida; que facilite el mantenimiento de los lazos familiares y personales existentes entre personas que han llegado en países distintos de la UE porque es consciente de su papel fundamental para el proceso de integración de las personas migrantes y refugiadas en la sociedad de acogida; que asuma las evidencias y entienda que, si se gestionara entre los 27 países miembros y a través de embajadas, reasentamiento y corredores humanitarios el total de personas que ahora se ven obligados a llegar hasta nuestras fronteras, no hablaríamos de “carga” o “avalanchas”; que deje de obviar las carencias demográficas y las características de nuestros mercados laborales y creen esquemas de entrada y visado para la búsqueda de empleo, para el trabajo estacional del que muchos países dependemos, o para los sectores que desde hace décadas ya no encuentran mano de obra autóctona; que vuelva a concebir la cooperación para el desarrollo como una lucha contra la pobreza y destine los fondos para reforzar las instituciones que marcan una diferencia real en las vidas de los ciudadanos de los países receptores y que nada tienen que ver con el control de fronteras.

En Save the Children trabajamos en muchos de los países europeos de entrada, paso y destino de la mayoría de las personas migrantes y refugiadas. A través de nuestro trabajo con los niños niñas y adolescentes que viajan acompañados por sus familias o solos, somos testigos del efecto que tiene en sus vidas la falta de corresponsabilidad y de solidaridad entre todos los Estados miembros. Las personas migrantes y refugiadas son actualmente desviadas de un país a otro, exponiendo a los más pequeños y los más vulnerables a situaciones de desprotección y de riesgo. Escuchamos testimonios de niños que son golpeados o empujados por guardias fronterizos rumanos, húngaros, búlgaros o croatas mientras intentan solicitar asilo en la UE. Vimos como en los Alpes morían familias enteras y mujeres embarazadas en la frontera ítalo-francesa. Y en España asistimos a la desaparición de centenares de niños y niñas en el desesperado intento de reagruparse con sus familiares o parientes lejanos en Alemania o Francia.  

Necesitamos más Europa para una gestión responsable y sostenible de las migraciones. Si no remamos todos juntos, el barco se hunde.