La primera noche en la calle de una mujer sintecho

Yolanda Games en la plaza de Ángel Pestaña de Barcelona.

Yolanda Games en la plaza de Ángel Pestaña de Barcelona. / periodico

Teresa Pérez

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La primera noche que Yolanda Galmes durmió en la calle supo cómo de intenso puede llegar a ser el miedo. Había llegado de Málaga a Barcelona para buscar trabajo y no conocía a nadie. Se alojaba en casa de un amigo, pero cuando se le acabó el dinero se rompió la amistad. Una tarde, sobre las siete, la echó de su casa. Yolanda se encontró en la calle sola y el desánimo que sintió lo ahogó esa noche en alcohol. "Nunca me hubiera imaginado que iba a acabar así. Estaba desorientada. No sabía dónde iba a dormir. Miraba los portales y me preguntaba en cuál podía estar más segura", explica.

Alguien le proporcionó unos cartones y le recomendó que se cobijara a la entrada de un párquing. "Me tumbé y cuando ya no oí ruidos, cerré los ojos. Me tapé la cabeza para pasar desapercibida y… a confiar que no me sucediera nada", explica. Le despertó el ruido de una moto y el frío, "el mes de marzo del año pasado hizo mucho", recuerda. "No sabía que para dormir en la calle necesitaba una manta", aclara llena de inocencia. Luego oyó el ladrido de un perro y, a continuación, el sonido continuado del tráfico.

Mudarse de sitio

En el mes y medio que Yolanda vivió en la calle buscaba sitios seguros para pasar la noche. "Me daba miedo que alguien me identificara siempre en el mismo lugar", explica. Y añade: "En la calle no te protege nadie", insiste. Durmiendo al raso se pasa miedo y mucho "a que te violen, a que roben, a que se detenga un coche cerca de ti. Todo te hace estar de guardia", desgrana. Por eso, las mujeres buscan espacios protegidos para pasar desapercibidas, para ser invisibles, para ocultarse de las miradas. A Yolanda también la protegía su pelo corto "me tapaba mucho para que no supieran si era chico o chica", explica. El destino hizo que uno de los sitios mejor acondicionados fuera la puerta de los servicios sociales de Nou Barris. Una esquina protegida del frío y con poca luz para no ver ni ser vista.

También ha dormido bajo el techo de algún albergue, pero la protección que la seguridad que le aportaba tener un cobijo se la regatean algunos inquilinos. Un hombre, porque el alojamiento era mixto, se arrogó la potestad de que Yolanda era parte de sus propiedades y pretendía que consolara a otros hombres en sórdidas aventuras nocturnas.  

Monedas para el desayuno

Yolanda, a sus 40 años, ha padecido en la calle situaciones extremas, de luces y sombras. Recuerda cómo alguien le dejaba al lado de los cartones unas monedas para el desayuno, cómo una monja le llevaba una bolsa con fruta y también cómo grupos de chavales que pasaban cantado tras una juerga, amortiguaban las voces al verla dormida. Sin embargo, guarda otras imágenes menos placenteras como cuando algún grupo de jóvenes pasó por su lado dando puntapiés al grito de "¡levántate vaga!"

A veces la suerte, menos de lo que sería aconsejable, también se detiene en las personas en riesgo de exclusión social. Eso es lo que le sucedió a Yolanda. Todas las madrugadas, cuando con la amanecida Clara Naya pasaba con la moto para ir a trabajar su mirada se detenía en el bulto que formaba el cuerpo de Yolanda estirado en el suelo. Naya le comentaba a su compañera Beatriz Dengra cómo le impactaba la situación: "Hoy la he visto, ayer no. Y así muchas jornadas", explica. Un día Yolanda dejó de estar sola porque Clara y Beatriz la envolvieron con su red solidaria, la de la asociación Lola, no estàs sola, que ellas han creado. El día de la entrevista, a Yolanda la vida le mostró una primera sonrisa: encontró trabajo de ayudante de cocina y se ha mudado a una habitación.