Maneras de veranear
Anita Erkbeg nunca se ha ido
Los turistas visitan este año la Fontana de Trevi al atardecer, después de la canícula, cuando los mármoles de travertino se enfrían y devuelven una luz casi rosada, romántica. Es el lugar donde los adolescentes de la capital van a ligar turistas, aunque en esta edición los guiris se deleitan más con los ratones que, por sorpresa, salen a decenas, siempre al atardecer, de las sinuosidades de la pétrea escena y saltan de una estatua a otra, tal vez aprovechando unas obras de restauración en curso.Unos gritan, quizá por miedo, otros graban la escena y los romanos, indiferentes o desmemoriados, se las toman con el alcalde, un cirujano especialista en trasplante de corazón.
Los neoyorquinos, acostumbrados a los cada vez más modernos cambios del skyline de su ciudad, claman al cielo por «la Roma que se desploma», como ha escrito The New York Times. «Los romanos tienen la sensación de que su antigua ciudad se está hundiendo más de lo acostumbrado», afirman, citando los tópicos de la basura callejera, la hierba seca en los jardines e incluso las putas en las periferias que, si fuera por eso, alguna paripatética aparca ya en las inmediaciones del céntrico Panteón. Tranquilícense, pues, los colegas, porque Roma lleva siglos desplomándose, aunque por aquello de las supersticiones -el fin del mundo llegará cuando su capa dorada desaparezca-, retiraron la estatua original de Marco Aurelio de la intemperie del Capitolio y pusieron una copia.
Demasiado fácil citar que Via Condotti, con las mejores firmas de la moda nacional, fue construida con las tasas de las prostitutas, que gracias a ellas se terminó la basílica de San Pedro, que las mejores entre las 14 categorías en que fueron divididas, o sea las más bellas de la ciudad, se llamaban mujeres curiales, que ya es un decir, y que el papa Sixto IV legalizó los burdeles e ingresó más dinero con ellos que con la venta de las indulgencias.
La decadencia romana ha vuelto de actualidad porque, finalmente, nada más ser elegido después de tres alcaldes seguidos, progresistas y conservadores, el síndico-cirujano observó que «algo no funcionaba» y por seis veces, seis, se fue a la fiscalía, que ha puesto patas arriba la toma de todos los servicios públicos de la ciudad por parte de las mafias.
«El alcalde es honrado, pero no sabe gobernar», se oye en los bares, que es lo que escriben los diarios y afirman muchos políticos, aunque hasta la llegada del cirujano ningún informador, político, magistrado o policía se había percatado del «nuevo hundimiento» de Roma. Tal vez habría que renovar las placas de mármol que el «monseñor presidente de las calles» mandó colocar en todas las esquinas de la ciudad, prohibiendo dejar basuras. Era el siglo XVIII.
Probablemente hoy Anita Ekberg se habría bañado igualmente en el charco que recoge el agua del acueducto Vírgen, esperando al seductor Marcello Mastronianni, en la mítica escena de La Dolce Vita.Y quizá William Wyler habría escenificado el mismo encuentro de Gregory Peck y Audrey Hepburn en Vacaciones en Roma, con aquellos corresponsales extranjeros que desde Roma relataban Italia a sus lectores.
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