VUELO CON UN PILOTO DE LA FESTA AL CEL

Volteretas de vértigo

Nicolás Ivanoff, uno de los mejores pilotos acrobáticos del mundo, vuela hoy en la exhibición aérea de Mataró EL PERIÓDICO se subió al aeroplano con el aviador en el ensayo previo

El acróbata 8 Nicolás Ivanoff, ayer en el aeroclub de Sabadell, ante su avión de Hamilton.

El acróbata 8 Nicolás Ivanoff, ayer en el aeroclub de Sabadell, ante su avión de Hamilton.

CRISTINA SAVALL / BARCELONA

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Volar en una avioneta es una de las actividades que más impresionan en la vida. A nadie deja indiferente la pérdida de gravedad, la potencia y la rapidez y, a la vez, la fragilidad de una avioneta. Y más si se sube a un aeroplano, como el Extra 330 LX, de color fuego, de ala baja y con dos asientos alineados hacia la hélice, diseñado para lograr un rendiemiento extraordinario en acrobacias, esas vertiginosas piruetas que dejan su estela dibujada en el cielo. Especialmente, los giros boca abajo en los que se pierde la línea del horizonte y el plus de riesgo dispara el corazón y la adrenalina.

El piloto es Nicolás Ivanoff (Ajaccio, 1967), piloto acroóbático francés de origen ruso que acaba de ganar la Red Bull Air Race de Dallas. Hoy participa por tercera vez en la Festa al Cel, que este año sobrevuela Mataró, tras la cancelación el año pasado en Barcelona al denegar el permiso la Agencia Estatal de Seguridad Aérea.

Ivanoff, conocido en el mundo aeronáutico como Quick Corsican (el Corso Rápido, ya que nació en la isla de Córcega) supera las 7.000 horas de vuelo, y se acerca a las 6.000 acrobáticas, la Fórmula 1 de la aviación.

«Quería ser piloto de la élite de los coches. Mis padres tenían miedo. Decían que no era una profesión real», recuerda Ivanoff. Así se hizo aviador, primero de vuelos privados y después comerciales. «Tres veces mis instructores me propusieron hacer acrobacias, y decía que no. Temía encontrarme mal. Hasta que a los 22 años lo probé. Me impresionó tanto que no paraba de decirme por qué no lo había hecho antes. Es como pasar de conducir un coche normal a un Ferrari», compara.

Su destreza en guiñadas, cuando hace girar el avión sobre su eje vertical, una y otra vez, como un torbellino, le ha dado fama mundial. «Son sensaciones visuales y físicas muy extremas. Vuelas sobre tu espalda, no hay nada que iguale esa impresión. En esa posición la Tierra se ve más bonita», asegura el piloto. A lo que añade que en las subidas y bajadas a ritmo de montaña rusa, el peso del cuerpo aumenta cuatro o cinco veces. «Te sientes como aspirado por el asiento. Es una fuerza invisible muy intensa», detalla Ivanoff, a quien no le gustan las fronteras. «No sé dónde están los límites, depende del día. Pero no soy un suicida. Me cuido y jamás he tenido un accidente. Tengo experiencia y no me fío de la suerte. Soy consciente de los riesgos. Cada dos o tres años pierdo a un amigo».

A través del espejo

Su agenda de competiciones le obliga a cruzar varias veces el Atlántico. Antes de emprender el vuelo, conversamos sobre su día a día. «Disfruto de la vida volando. No tengo hijos, mi familia son mis padres y mi hermana. Como mínimo vuelo dos fines de semana al mes en competición», señala.

En las pocas ocasiones que sube a un pasajero a su avioneta advierte que es mejor estar en tierra deseando estar allí arriba, que estar en el cielo queriendo bajar. Acto seguido muestra una bolsa de papel sujeta al asiento por si no se puede evitar vomitar. Y en plan irónico dice: «Si he de morir mejor no estar solo». Reto aceptado.

La primera sorpresa es que el asiento del piloto es el de detrás, por lo que tu mirada percibe el cielo, el mar y la tierra sin obstáculos visuales. Eso transmite cierta angustia antes del despegue. No hay red, no tienes la seguridad psicológica de ver al piloto delante. Solo ves sus ojos a través de un espejo.

Lo primero es sujetar el paracaídas que se acomoda como una mochila a la espalda. Después abrochar el cinturón de seguridad muy apretado en la cadera y al final ponerte los cascos con un mircrófono inalámbrico a través del que él te da instrucciones en inglés o te va preguntando cómo te encuentras. «A algunos les da un ataque». No es extraño, la impresión es de otro mundo. No puede embarcarse quien tenga vértigo o se maree con facilidad.

Pero si no se sufren estos efectos, nada es comparable a esa sensación de caer en picado mientras contemplas la línea de la Tierra, que desde esa altura se ve redonda. El tiempo se ralentiza. Miedo en ese momento no se siente. Es peor después cuando el aeroplano vuelve a situarse en posición horizontal. Entonces eres consciente de la experiencia que has vivido y recuerdas la leyenda de los pilotos acróbatas: «Los aviadores no mueren. Solo vuelan más alto».