El casco antiguo de Tarragona se cae por falta de recursos
Son 82 calles, historia en estado puro y muchos problemas. La Part Alta de Tarragona, en el casco antiguo, derrocha encanto pero los vecinos conviven con andamios, puntales, redes de seguridad, grietas, puertas tapiadas y, periódicamente, con derrumbes. El último, el pasado 5 de septiembre, en el número 11 de la calle de Calderers, obligó a desalojar a 35 vecinos de fincas anexas. La casa, deshabitada y apuntalada, es propiedad de una empresa que desoyó los requerimientos municipales en marzo y julio para que la arreglara. «Ahora tendrá una sanción contundente», asegura el alcalde, Josep Fèlix Ballesteros (PSC).
El consistorio, según el alcalde, prepara desde hace tiempo un censo de fincas en mal estado que estará listo en octubre. Una vez completado, el concejal de Territori, Carles Castillo, avisa de que se pondrán en contacto «uno por uno con todos los propietarios» porque «tienen que afrontar sus responsabilidades y el tiempo del voluntarismo se ha acabado». Castillo anuncia mano dura pero también tiende la mano. «Les ayudaremos en todo lo que podamos», asegura.
Pero la reacción del ayuntamiento tras el último hundimiento no convence a todos. «Dentro de dos años todo estará igual, hasta que caiga otra casa y vuelvan a acordarse de nosotros», vaticina Joan Belmonte, expresidente vecinal harto de alertar de la degradación del barrio. La alusión a un plazo de unos dos años no es casual. Es el tiempo que ha separado el hundimiento de la pasada semana del anterior. El 5 de julio del 2012 se desplomó la Casa Foixà, un palacete renacentista catalogado. Sus ocho propietarios
-uno de ellos, exconcejal de CiU- aspiran a que sea un hotel de lujo. De momento, las piedras que se salvaron están en un almacén municipal a la espera de poder usarlas en la construcción del equipamiento hotelero. Como ha sucedido ahora, también entonces se avisó a los propietarios de que se arriesgaban a fuertes sanciones. Pero el caso de la Casa Foixà sigue encallado en las alegaciones y el solar, aún sucio, es una herida abierta en la calle de Cavallers.
Cuando una finca amenaza ruina, el ayuntamiento actúa subsidiariamente y después pasa la factura al propietario. Esa es la teoría, pero el consistorio carece de los recursos necesarios para llevarla a la práctica. «El parque inmobiliario es muy grande y tampoco podemos intervenir al 100%», admite el alcalde, que alega que «es un problema que también tienen Tortosa, Valls, Solsona, Lleida, Barcelona....»
La radiografía de la Part Alta, pese al nuevo censo que se prepara, es bastante precisa. Es beneficiaria de la ley de barrios y un cartel anuncia en una de las entradas que se invertirán 12 millones de euros en el PIPA, el Plan Integral de la Part Alta. Este se ha ejecutado en un 35% y se ha tenido que prorrogar hasta el 2017 por la falta de diligencia de la Generalitat en pagar su parte, según el consistorio.
300 edificios en mal estado
Según el Plan de Barrios, la Part Alta tiene el 10,8% de sus 2.874 edificios en mal estado, el triple que la media catalana. Además, el 7% carece de agua corriente (0,71% en el conjunto de Catalunya) y otro 7%, de evacuación de aguas negras (1,41%). Una inspección del PIPA del 2008 inventarió 911 casas y marcó 150 en rojo por su mal estado. El informe se presentó a propietarios y vecinos para advertir, otra vez, de que los dueños son responsables de sus casas. Tres de las marcadas en rojo eran la Casa Foixà y las dos adyacentes que se desplomaron.
Tras las lluvias torrenciales del noviembre pasado, se tuvo que evacuar de urgencia el número 10 de la plaza de Pallol, ocupado ilegalmente. Un nuevo informe municipal alertó de un centenar de edificios muy degradados. Doce de ellos, en ruina. Uno de ellos era el de la calle de Calderers.
Pese a la falta de recursos, el ayuntamiento sí actuó de oficio en la antigua rectoría de la catedral, Ca l'Ardiaca, un palacete gótico comprado por la constructora Artal. Esta proyecta un hotel de lujo, pero pasa el tiempo y la degradación continúa. La imagen del Pla de la Seu, uno de los puntos más fotografiados de Tarragona, está distorsionada ahora por un gigantesco corsé de hierro para prevenir desprendimientos. Incluso ha obligado a alterar el protocolo de la Fiesta Mayor, que ya ha empezado, para evitar aglomeraciones.
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