GENTE CORRIENTE

Isabel de P. Trabal: "Nunca me importó mancharme las manos de grasa"

MARÍA JESÚS IBÁÑEZ / Barcelona

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--Ingeniero. ¿Y no ingeniera?

--No, no. Yo soy ingeniero, con o. Eso es lo que pone en mi título universitario y así es como ha figurado siempre en todos documentos que he tenido que tramitar, en las cartas que he recibido...

Isabel de Portugal Trabal i Tallada (Barcelona, 1924) no da opción a la discusión. Se nota que es una mujer acostumbrada al mando, de carácter fuerte. Tiene 88 años y conserva la mente brillante, la agilidad intelectual de su juventud. Gracias a ella se tituló, en 1949, como número de uno de su promoción en España.

--¿Por qué quiso ser ingeniero?

--Lo decidí cuando solo tenía 9 años, un día que mi padre, que tenía una fábrica en el barrio de Sants, en Barcelona, cayó enfermo. Entonces le dije que yo sería ingeniero para ayudarle.

--Si hoy es una carrera con una presencia de mujeres muy baja, en aquella época debía ser toda una rareza.

¿Las chicas de esa época, las que tenían cierta facilidad para las ciencias, estudiaban farmacia. Yo, como le he dicho, lo tuve muy claro desde bien pequeña y lo mío fue siempre la ingeniería. La industrial, porque entonces no existía ninguna otra especialidad. Pero nunca me sentí un bicho raro, ni diferente. Ya el primer día de clase me gané el respeto de mis compañeros.

--¿Cómo? ¿Qué les dijo?

¿A ellos no les dije nada. Fue al primer profesor que entró en el aula, en la primera clase del primer curso en la Escola d¿Industrials de Barcelona, la de la calle Urgell. Piense usted que estábamos en 1943 y cuando me preguntó si no prefería sentarme aparte, en primera fila o en algún lugar algo alejado del resto de compañeros, yo le respondí que no. «Soy una de tantos», le dije. Hubo un murmullo de aceptación por parte del resto de la clase.

--¿Y fue realmente una más?

--La única deferencia que acepté fue la oferta que me hicieron para que utilizara el baño de los profesores, que tenía llave. De esta manera, evitaba tener que compartir el servicio con mis compañeros hombres. Pero eso fue lo único.

--Hablamos de la posguerra más inmediata. ¿Se le hizo difícil seguir estudiando?

--En esa época todo era muy duro. Mi familia hizo un esfuerzo importante para que yo pudiera estudiar y eso que no había casi libros, porque muchos se perdieron durante la guerra... Fue duro, sí, pero ya podían caer bombas, que yo iba cada día a clase. Y puedo decir con orgullo que no perdí ni un solo curso. Empecé en el instituto con 10 años, en octubre de 1934, en pleno levantamiento obrero, y terminé en la facultad con 25. O sea, los 15 años que entonces costaba formarse como ingeniero.

Isabel Trabal se enfada si se le insiste sobre cómo se sentía una mujer entre tantos hombres. Nunca se sintió discriminada, reitera. No está para reivindicaciones feministas, ni para discursos sobre igualdad.

--La igualdad se demuestra trabajando. A mí, nunca me importó llevar las manos sucias de grasa. Estuve al frente de la fábrica de papel, cartón y celulosa de mi padre hasta 1981, codo con codo con mi hermano Pere, que era ingeniero técnico. Cuando vendimos la empresa, me dediqué en exclusiva a la Caixa d¿Enginyers, de la que había sido cofundadora.

--¿También sabía de finanzas?

--Empezamos como una cooperativa de crédito, en 1967. Los promotores fuimos cuatro ingenieros y mi cometido eran las cuestiones administrativas, el papeleo. Luego, cuando me retiré de la empresa, me nombraron presidente. Ahora ocupo la presidencia de honor.

--Tantos años de trabajo se vieron recompensados con reconocimientos como la Medalla Macià ¿Hasta qué edad estuvo en activo?

--Hasta los 80 años. Me jubilé, por decirlo de alguna manera, a los 80.

--Pero sigue muy atenta a la actualidad, conectada a internet...

--Sí, me interesa, pero tampoco es algo que me vuelva loca. Prefiero releer libros, por ejemplo.

--Disculpe una última cuestión antes de irnos... ¿cómo prefiere que escriba su nombre? ¿Isabel, a secas, o Isabel de Portugal, todo entero?

--Soy Isabel de Portugal, todo completo. Mi padre escogió este nombre porque, según siempre me dijo, santa Isabel es una de las pocas santas nacidas en Barcelona y él, pese a ser del Anoia, era un enamorado de esta ciudad.