La gestión de la inmigración

Salt no sabe dónde mirar

Jóvenes en la calle 8 Un grupo de chicos frente a un edificio de Salt.

Jóvenes en la calle 8 Un grupo de chicos frente a un edificio de Salt.

TONI SUST
SALT

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Salt (Gironès) es un pueblo pequeño, estrecho y alargado que a menudo vive en el telediario. El motivo es el récord que no quisiera ostentar: pasa por ser el municipio con más extranjeros de Catalunya, lo que sumado a la crisis y al derrumbe de la construcción, lleva a un cóctel explosivo. El ayuntamiento vive presionado por solucionar los problemas, combatir la mala imagen y lidiar con compañías indeseables: Salt es un caramelo para gente como el líder de Plataforma per Catalunya, Josep Anglada. Es también un pueblo dividido en tres zonas. Una, la del barrio viejo, donde vive gente autóctona y las casas, muchas de piedra, son bonitas. Otra, la del centro, con una mayoría aplastante de foráneos. La tercera, la de nueva creación, a la que se han ido vecinos del centro. Todo en 6,5 kilómetros cuadrados que albergan a 30.000 almas; una densidad alta.

La vivienda, la clave

«En 1999 había un 6% de extranjeros. En el 2007 se alcanzó el 43%», relata la exalcaldesa Iolanda Pineda, del PSC, derrotada en las municipales de mayo por Jaume Torramadé (CiU), que ya había sido regidor. Pineda y Torramadé, es visible, no se llevan bien. Pero sus versiones no difieren.«El de Salt es un problema de pobreza»,afirma la socialista.«El drama es la concentración de pobreza»,dice el nacionalista.

En Salt los recién llegados se instalaron en el centro. En su día, lo hicieron los inmigrantes del resto de España. Pasaron décadas y esos vecinos, ya asentados, empezaron a vender sus pisos para irse y buscar un hogar mejor. El proceso fue rápido, los precios, razonables. Los compradores, extranjeros. La mayoría trabajaban en la construcción.

Los compradores perdieron el trabajo y dejaron de pagar las hipotecas. Fueron (y van) agotando subsidios y viendo como se les cortaban (y se les cortan) los servicios. Muchos han sido deshauciados y no pocos han vuelto, patada en la puerta, al piso. No tienen nada que perder. El consistorio calcula que los bancos poseen 800 pisos en el centro recuperados por impago. El alcalde flirtea con que sean ocupados por autóctonos. En Salt se habla de«los atrapados»,los ancianos que no pudieron dejar el centro y que viven en comunidades en las que el resto son extranjeros.«Cualquier cosa que se haga en Salt debe servir para reequilibrar la población. Las soluciones tienen que ser a largo plazo»,proclama el alcalde.

El hoy es un problema, el mañana puede ser peor. Pere Margarit, voluntario de Cáritas y técnico de ocupación del ayuntamiento, recibe a unas 20 personas al día, el 80% de ellas foráneos, que buscan trabajo. Por formación, es casi inviable que lo logren. Margarit es rotundo sobre el futuro si la crisis sigue y los subsidios se acaban:«Es un peligro. Esto explotará». «Me preocupan mucho los próximos años de Salt», dice el alcalde.«Hay que invertir en educación y urbanismo», afirma Pineda.

«Cuando nos necesitásteis abristeis la puerta, ¿y ahora la abrís para que nos vayamos?».Lo pregunta airada Jihad, de 16 años. Salt, por cierto, tiene índices de delincuencia similares a localidades con su población, pero la sensación de inseguridad es mucho más alta. Rafael, 37 años y dos hijos, representa la cuarta generación de su familia en Salt. Su visión es clara y dura:«Soy totalmente antirracista, pero el problema son los que vienen a delinquir. Me resisto a que me echen del pueblo».

Jihad sale con su madre del centro de reparto de alimentos que Cáritas tiene abierto en Salt desde hace medio año. Son cinco de familia y nadie tiene trabajo estable. Hace dos meses que, como tantos otros, cada 15 días acuden al centro de Cáritas, que entrega lotes de comida a personas previamente inscritas y avaladas por el asistente social. Es uno de los parches que se colocan en una herida cada vez mayor. Assane Mane, de la asociación Senecat, acusa a la administración:«Solo esperan que cuando se queden sin ayudas los inmigrantes se vayan. Veo mal el futuro».

A un pueblo más tranquilo

Los abuelosatrapadosno son los únicos que se irían si pudieran. Edmond Ngagué, de 39 años, trabaja en el Aeropuerto de Girona. La hipoteca le impide mudarse a un«pueblo más tranquilo».No quiere que su hijo, de tres años, acabe pasándose el día en la calle. A unos metros, varios jóvenes, de origen senegalés y gambiano, difieren. Shatta quiere irse a Bélgica. Alpha quiere irse a Portugal, con su abuelo. Mamadou se quiere quedar.

El futuro de Salt exige un giro. Margarit mezcla acidez y realismo cuando alude a cuál puede ser la solución que requiere la localidad:«Hay que buscar sitios en la situación de Salt que hayan logrado salir adelante. Todavía no hemos encontrado un ejemplo».