Análisis

Nuevo curso, viejas esperanzas

Dos profesores de la escuela Sant Felip Neri.

Dos profesores de la escuela Sant Felip Neri.

GREGORIO LURI
PEDAGOGO

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El sistema escolar catalán está adornado con grandes principios. Pero, para nuestra desgracia, los principios solo se concretan en las consecuencias que resultan de su aplicación y, en educación, las consecuencias, obviamente, son los alumnos. La calidad de un centro no la mide la excelencia de sus principios, sino la de sus resultados. Y esto es lo que duele, porque los resultados de las diferentes evaluaciones nos indican que vivimos acomodados en la mediocridad. Los resultados de la Evaluación General de Diagnóstico (2010) nos sitúan exactamente en los niveles de PISA del 2006. Solamente el 5% de nuestros alumnos alcanzan la excelencia (en Navarra, el 13%). Superamos, eso sí, a Extremadura, Andalucía, Canarias, Baleares y Valencia. En cuanto al fracaso, el 15% de nuestros alumnos obtienen un resultado tan pobre que están incapacitados para seguir estudiando (en Navarra, el 9%). El hecho de que el abandono escolar sea el doble de este porcentaje da idea de nuestra desorientación. Nos siguen por la cola Baleares, Galicia, Valencia, Extremadura, Canarias y Andalucía.

Nuestro fracaso no solamente es escandalosamente alto; además, se puede detectar muy pronto. En las pruebas de cuarto de primaria ya intuimos quién fracasará al final de la ESO. Si tenemos en cuenta que para prever el rendimiento escolar de un alumno el índice más fiable es el del número de libros que tiene en casa, nos podemos preguntar para qué les sirve la escuela a los niños culturalmente más pobres. La promoción social no está funcionando hoy en Catalunya. ¿Es que hemos renunciado a que la escuela sea un factor activo de fomento de la cohesión social? La pobreza, sin duda, es un freno importante en la instrucción de un niño, pero los niños no fracasan por ser pobres sino porque no hay nadie que compense sus déficits con la atención y el tiempo necesario. Según mis cálculos, la franja de población que no posee ningún título o solamente posee el más elemental está aumentando.

Nuestro sistema educativo tiene la forma de un reloj de arena con la cintura muy estrecha. Genera al mismo tiempo excesivo fracaso y excesivas titulaciones universitarias, mientras que la Formación Profesional es muy poco estimulante para los alumnos con calificaciones bajas y nada estimulante para los que obtienen calificaciones altas. El 91% de los que acaban la ESO sin repetir curso optan por el bachillerato.

No podemos mejorar esta situación sin introducir una rigurosa cultura de la autoevaluación, tanto de los docentes como de los centros de enseñanza. Cada centro debería saber con precisión a qué resultados ha de aspirar de manera razonable de acuerdo con su contexto sociocultural. En torno al 35% de nuestros alumnos están matriculados en centros que se pueden catalogar como buenos (buenos, no excelentes), y el 8% en centros que se pueden calificar de malos. El estímulo de las buenas prácticas y la intervención directa de la Administración en la gestión de los centros deficientes debería verse como algo evidente por parte de todos.