Opiniones enfrentadas
Elogio del antirromanticismo
Los vales no son reflejo del tedio, sino muestra de sensatez
Josep Maria Fonalleras
Escritor
JOSEP MARIA FONALLERAS
Que levante la mano quien no haya pasado por unos grandes almacenes al día siguiente de recibir un regalo navideño para cambiar ese jersey horrible o ese otro jersey, muy mono, sí, pero de dos tallas menos de la que toca. Que levante la mano quien, después de haber abierto con emoción ese paquete dorado con estrellitas plateadas, nunca ha visto con horror cómo se repetía la corbata del año pasado. Y que la levante quien nunca ha corrido la tarde del 24 de diciembre o del 5 de enero para encontrar una joyería o una mercería de guardia donde adquirir unos pendientes o una bufanda de urgencia.
Nadie levanta la mano. El universo de los regalos posibles se hunde en cuanto dejamos de jugar con los clicks de Playmobil. Hasta ese momento, todo fluye. La gran disyuntiva filosófica es escoger entre el click pirata o el click bombero. Cuando se cierra la puerta de la habitación mágica de los catálogos de colorines, sobreviene el colapso. Y, ahora, ¿qué coño le regalo? De acuerdo: hay cositas informáticas. Pero son finitas. Y luego aparece el fantasma de la pareja o del cuñado. Un planeta de muertos vivientes mutantes que se te echan encima, agresivos, con hambre de ser obsequiados. ¿Por qué derrochar tanta energía en un terreno baldío, en una tierra yerma que no va a dar ningún fruto? ¿Por qué destrozarse la conciencia a base de calcular qué demonios le gustará a Puchi o a Fernandín?
El vale evita paranoias y depresiones. El vale es, después del Prozac, el invento de la humanidad que ha procurado más felicidad en las mentes que tienden al fracaso. De acuerdo: no es demasiado romántico. No va a ganar el campeonato mundial de sensibilidad. Pero existe y debe utilizarse. Es, además, una especie de guerra de guerrillas contra la impostura navideña, contra el elogio de lo inútil. ¿Por qué un regalo ha de ser pensado para satisfacer lo imposible y no para desembarazarse, cuanto antes mejor, de la obligación de regalar?
Vales para viajar en avión en líneas de bajo coste, vales para comprar en una tienda de jerseys que sean a medida, vales para cenar, para comprar libros, para ir al teatro, vales que sirven de pagarés, vales para lo que sea. Que decidan ellos.
Los vales no son reflejo del tedio, sino elogio de la sensatez. No regalen pensando en lo mucho que les va a gustar (a los otros), sino en lo poco que van a tener que esforzarse (ustedes). Y, si se sienten muy apurados, si aun les invade la desazón por esa tontería romántica de la personalización y el detalle («¡qué detalle, amor!»), envuelvan los vales en papel satinado con estrellitas plateadas sobre fondo dorado. O, mejor, incluyan en el vale un vale para la papelería de la esquina, por si Puchi o Fernandín se empeñan en abrir el puñetero paquete de los demonios.
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