LAS DOS CARAS DE LA JORNADA EN EL PARLAMENT

Taurinos y antitaurinos dicen que la lucha sigue

MAURICIO BERNAL
BARCELONA

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En medio de las imágenes a las que ya está todo el mundo acostumbrado, antitaurinos disfrazados de toros, antitaurinos disfrazados de sangre, taurinos arracimados en torno a un capote y demostrando que lo suyo es cuestión de arte, en medio también de tanta corbata y de tanto despliegue grandilocuente –que fue, en resumen, lo que se vio ayer, dentro y fuera del Parlament– en medio de todo eso estaba Leonardo Anselmi, el portavoz de la Plataforma Prou, celebrando con un peluche. Un toro. De dónde salió el muñeco no se sabe, pero apareció de un momento a otro, ya celebrada la votación, en los pasillos donde Anselmi se abrazaba a todos y se dejaba abrazar por todos, llorando. La imagen es esa: Anselmi, el hombre, el rostro de la victoria, sollozando con un felpudo.

LOS DOS EXTREMOS / Es esa porque las demás son aburridas, o son las de siempre: a la salida un grupo de taurinos, por ejemplo, insultando a los políticos. A Anselmi su toro no lo abandonó ni cuando entró en la sala de prensa a hacer declaraciones, y dado que el peluche acabó adornando el atril es posible que se haga famoso en el extranjero. Allí, frente a la abundante prensa, cuatro integrantes de la plataforma leyeron en cuatro idiomas distintos (catalán, castellano, inglés y francés –síntoma del alcance de este asunto–) el comunicado de la satisfacción, o de la victoria, como quiera verse, y allí dijeron que el de Catalunya debe ser ejemplo para otros parlamentos democráticos; explicaron que el que se acababa de dar es solo un paso en el camino hacia la abolición universal, y dijeron que apoyarán cualquier iniciativa en cualquier otra comunidad autónoma en contra de los toros. El mensaje era claro. Y así lo consignaron. La lucha apenas empieza.

Anselmi: antes del felpudo, de la euforia en los pasillos y de la rueda de prensa estaba sentado en la tribuna de invitados del Parlament. Allí empezaron los abrazos. Y las lágrimas, porque no solo Anselmi, otros tampoco pudieron evitarlo. En la misma tribuna, pero en el otro extremo, estaban los taurinos, entre ellos Serafín Marín, que no solo es taurino sino torero, y de una especie al parecer en vías de extinción: el torero catalán. Y no estaba muy contento. Como es costumbre, la satisfacción de unos era la decepción de otros, y en ningún lugar quedó más retratado que en la tribuna de invitados del hemiciclo. Júbilo por un lado, y abrazos, y sonrisas, y lágrimas, y por el otro tristeza y frustración. Que estuviera más o menos anunciado no restaba nada a la desilusión. «En un futuro me iré –declaró Marín–. Quiero que mis hijos crezcan en un país libre y sin radicalismos».

ENTRE AMIGOS / Dado que los pasillos del Parlament se convirtieron después de la votación en territorio antitaurino, Serafín y sus amigos abandonaron relativamente con prisa el edificio. Y afuera encontraron dos calores: el del verano y el de los defensores de la lidia (los que luego iban a insultar a los políticos). Con el torero catalán estaba Luis Corrales, portavoz de la Plataforma en Defensa de la Fiesta, que anunció que no da la batalla por perdida: planteará un recurso ante el Tribunal Constitucional. «Hay cuatro entidades que pueden hacerlo, de modo que aún tenemos que ver cómo lo planteamos, pero lo que sin duda tenemos claro es que la lucha continúa». Fue de las frases más escuchadas. En un bando y en el otro. Esta lucha continúa.

Entre los taurinos que montaban guardia frente al Parlament –y que de rato en rato intercambiaron insultos con los antitaurinos, apostados al frente– estaba otro integrante de la especie en extinción: Alejandro de Benito. El torero catalán estaba triste. Y lo dijo. «Acaban de prohibir algo que forma parte de mi cultura y de mi vida».