Un fenómeno inesperado
Crítica de 'Solo asesinatos en el edificio (temporada 2)': purpurina rosa y dolores oscuros
Sin dejar de ser un 'quién-lo-hizo' absurdo y autoirónico, la comedia de misterio ha explorado aspectos dolorosos de las relaciones entre padres e hijos
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Crítica de 'Solo asesinatos en el edificio (temporada 2)': purpurina rosa y dolores oscuros / Disney+
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Juan Manuel Freire
Periodista
Periodista y crítico cultural.
La primera temporada de 'Solo asesinatos en el edificio', éxito sorpresa del otoño de 2021, acabó de un modo que pedía a gritos continuación y, a ser posible, bien rápida. Dicho y hecho. Aunque hemos dicho "éxito sorpresa", sus responsables debían saber lo que tenían entre manos, porque una nueva temporada de una serie tan cuidada no se acaba en ocho meses y solamente eso tuvimos que esperar para (empezar a) averiguar si Mabel Mora (Selena Gomez) había matado o no a la presidenta de escalera del Arconia, la quejicosa pero irresistible Bunny (Jayne Houdyshell).
En realidad, no solo Mabel, sino también Charles-Haden Savage (el cocreador Steve Martin, en el que podría ser su último papel) y Oliver Putnam (Martin Short), sus compañeros en el pódcast 'true crime' ficcional que da título a la serie, tenían sus problemas con Bunny. Los tres están en el punto de mira. Si quieren sacar partido a la notoriedad recibida por resolver el asesinato de Tim Kono en la primera temporada, antes tendrán que limpiar su nombre. Excusa perfecta para volver a calzarse el sombrero detectivesco y, de paso, grabar otra temporada de su pódcast.
De nuevo, la infalible química entre los neuróticos 'boomers' Oliver y Charles y la más apática 'millennial' Mabel ha servido los mejores momentos cómicos. El choque generacional ha ido, por otro lado, un escalón más allá: la aparición inesperada de Lucy (Zoe Colletti), semihijastra 'zoomer' de Charles, ha propiciado alguna gran batalla dialéctica. "Es como ver 'El juego del calamar' sin subtítulos", dice el semipadrastro de Lucy mientras trata de traducir toda esa jerigonza.
Pero la serie ha vuelto a brillar también en sus destellos de metahumor. Cuando los superfans de los tres del Arconia hacían comparaciones, no siempre positivas, entre la primera y segunda temporadas de su objeto de devoción, casi parecían estar adelantándose a posibles pensamientos del público de la serie. Lo que no está claro es que muchos espectadores se fueran a quejar, como ellos, de dedicar todo un episodio a la lora de Bunny, posible conocedora de la identidad del asesino. Son esa clase de giros inesperados los que esperamos de 'Solo asesinatos'.
Media hora antológica
Como en la anterior temporada, uno de los episodios (esta vez de los primeros) resultó estar protagonizado de forma póstuma por la víctima. El explícitamente titulado 'El último día de Bunny Folger' no es un simple capricho, sino una de las mejores medias horas del año, recordatorio emotivo de que nadie es solo lo que parece; en el caso de Bunny, un pedazo de arpía. En otros capítulos, los imaginativos creadores nos han llevado a una fiesta que podía resituarse en los setenta en un abrir y cerrar de ojos o mostrado a los vecinos del Arconia marcándose una versión con distancia social de 'The sounds of silence' (Simon & Garfunkel) al borde de la parodia del momento más divisivo de 'Magnolia'.
En el episodio final se descubre, claro, quién lo hizo, y aunque las piezas encajan (o casi), mirando hacia atrás se advierten demasiadas pistas falsas, personajes secundarios algo incoherentes y cameos sin consecuencias. La parte de suspense ha resultado menos sólida que la pura comedia o la reflexión dramática sobre secretos familiares y relaciones entre padres e hijos, sobre todo relaciones que no llegan a durar, a fructificar. Así es: la misma serie con un asesino apodado 'El Purpurino' podía vestirse seriamente de luto. De nuevo, el tránsito entre géneros ha sido fluido e inteligente, dinamizado por el excelente uso de la banda sonora de Siddhartha Khosla.
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