SERIE
Crítica de 'Solo asesinatos en el edificio': no es ningún crimen de serie
Steve Martin, Martin Short y Selena Gomez comparten protagonismo en una eficaz comedia de misterio con sorprendentes vistas al drama y la fantasía
Juan Manuel Freire
Juan Manuel FreirePeriodista
Periodista y crítico cultural.
Casi cuatro décadas después de 'Domestic life', Steve Martin ha vuelto a crearse una serie a su medida, esta vez ayudado por John Hoffman, productor de 'Grace and Frankie'. Bueno, a su medida y a la de dos intérpretes muy diferentes con los que comparte protagonismo: un viejo colaborador suyo como Martin Short y la curiosidad de ver junto a ellos Selena Gomez.
Los tres encarnan a varios dispares vecinos del mismo lujoso edificio del Upper West Side neoyorquino y amantes del 'true crime'; en concreto, de un pódcast estilo 'Serial' a cuya presentadora encarna Tina Fey. Cuando un cuarto inquilino de The Arconia muere misteriosamente, se deciden a resolver el misterio (no, no se creen lo del suicidio) y grabar su propio pódcast alrededor de la investigación.
Esta búsqueda de la verdad podría dar propósito a sus vidas: Charles (Martin) es una estrella televisiva estrellada, una especie de Colombo o Kojak de los noventa que no sobrevivió artística ni existencialmente al fin de su serie; el director teatral Oliver (Short) lleva eones sin montar nada y viviendo de salsas para mojar, y la artista Mabel (Gomez), ocupada en la renovación del apartamento de su tía, no parece tener demasiados amigos. Mientras indagan en el misterio de Tim Kono, asoman los suyos propios, que no son pocos.
Por localización y argumento, 'Solo asesinatos en el edificio' puede recordar fácilmente a 'Misterioso asesinato en Manhattan', de Woody Allen, en la que el propio Allen y Diane Keaton hacían de matrimonio neoyorquino metido a dúo de detectives amateur para resolver la muerte de una vecina. Como aquella, la serie funciona por la parte cómica y también por la misteriosa. Lo primero se debe, sobre todo, a la buena química actoral. Colaboradores desde 'Tres amigos' (Chevy Chase era el tercero), Martin y Short disfrutan de nuevo lanzándose pullas mutuamente. "¿Le caes bien a alguien?", pregunta Oliver a Charles en cierto momento. "No desde hace años", admite Charles.
Y este par de septuagenarios se entienden bien, o chocan bien, con la veinteañera Selena Gomez. La poción es, si no mágica, muy eficaz: exuberancia a cargo de Short, neurosis de ceño fruncido al estilo Martin y unas gotas de desafección milenial aportadas por Gomez. Los chistes basados en el choque generacional son previsibles pero efectivos. Cuando Charles decide hacer una consulta telefónica a Mabel, se lo piensa dos veces y pregunta a Oliver: "¿O debería enviarle un mensaje de texto?". A lo que su amigo contesta: "Las llamadas les preocupan, por algún motivo".
Por debajo de la comedia estilo Touchstone y la bien hilvanada sucesión de giros, sorpresas y 'cliffhangers' fluye, además, una sorprendente subtrama de emotividad. Short ofrece momentos dramáticos a los que no nos tiene acostumbrados y que corroboran que los payasos son los mejores actores. Hay también inesperados e inspirados accesos de fantasía, como el guiño a cierta coreografía de Yoann Bourgeois en el primer capítulo, los fragmentos de animación del segundo o, en el tercero, una ronda de sospechosos convertida en especie de audición de 'A chorus line'.
Sin acabar de abrumar, la serie es, en definitiva, más jugosa y rica de lo que podría parecer por sus avances. La directora Jamie Babbit (habitual de 'Girls') impone un patrón de elegancia visual que después sigue con primor Gillian Robespierre ('Obvious child'). Y para elegantes, los títulos de crédito diseñados por la compañía Elastic, algo así como una portada de 'The New Yorker' ilustrada por Adrian Tomine en movimiento.
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