La biodiversidad cambiante

Medusas contra tortugas, la gran guerra mediterránea

La costa catalana se revela con el cambio climático como un óptimo tálamo para dos especies enfrentadas en la cadena trófica, con los bañistas como espectadores

Programa para la recuperación de la tortuga boba en el Mediterráneo

Programa para la recuperación de la tortuga boba en el Mediterráneo / JORDI COTRINA

Carles Cols

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Puede que desde el periodo Cámbrico, que ya son años, unos 500 millones como poco, las medusas no fueran tan felices por estas latitudes mediterráneas. El pasado jueves, en nueve de los 10 mástiles de las playas de Barcelona ondeaba la bandera amarilla por su presencia. Eran ejemplares de la ‘Pelagia noctulica’, una medusa bioluminiscente, detalle sin duda fascinante, pero que queda eclipsado por su altísimo poder urticante. Como cada verano, el quid es siempre el mismo: ¿hay más medusas? El Institut de Ciències del Mar (ICM), tras 20 años de echar cuentas y analizar datos de las 15 especies que se mecen en las olas en esta zona, apunta una interesantísima teoría. Las condiciones ambientales (temperatura del agua, abundancia de nutrientes, ausencia de depredadores…) han convertido el Mediterráneo, más que en una sopa, en una suerte de arcadia para la fauna gelatinosa, tanto que ha terminado por acelerar el ritmo vital de las medusas hasta hacerlas, sugiere la profesora Macarena Marambio, incluso más fecundas.

Un ejemplar de 'Pelagia noctiluca' tremendamente irritante incluso después de muerta, yace en la plaza de la Barcelona, en 2018.

Un ejemplar de 'Pelagia noctiluca' tremendamente irritante incluso después de muerta, yace en la plaza de la Barcelona, en 2018. / RICARD CUGAT

En algún lugar cerca de las playas del Garraf (cosas así investiga el ICM) se supone que hay, por ejemplo, una consolidada ‘nursery’ de medusas. Bien merece una explicación. El ciclo vital de este animal poco tiene que envidiar de la sorprendente metamorfosis de las mariposas. Los ‘medusos’ fertilizan los huevos de las hembras de la especie (en caso de que su reproducción sea sexual, pues las hay asexuadas) en el agua, pero las larvas pasarán su infancia de forma sedentaria, aferradas a un lecho marino idóneo. Es la llamada fase bentónica. Dónde está ese lugar no se sabe y, según Marambio, casi que es mejor que así sea, pues aún habría quien propondría, con la vista puesta en el sector turístico de playa, entrar ahí como Sigourney Weaver en el nido de la madre de todos los aliens y arrasar con todo. Las medusas, es cierto, son molestas, pero están aquí, lo dicho, desde el Cámbrico.

Antes de volver a ellas y hacer, de la mano de de Marambio, algunas inquietantes predicciones, toca antes otro viaje en el tiempo, en este caso al Triásico, periodo anterior al, gracias a Spielberg, conocidísimo Jurásico. Fue entonces cuando aparecieron en la Tierra los antecesores de las primeras tortugas, la otra gran sorpresa de los últimos veranos, pues esta especie, que desarrolló hace 200 millones de años un sorprendente y aún inescrutable sistema reproductivo, que lleva de serie, por decirlo de algún modo, un sofisticado ‘software’ de planificación familiar, ha elegido de forma insistente desde 2011 la costa mediterránea española para nidificar.

Una tortuga boba, en la manos expertas de un miembro de la Fundación CRAM.

Una tortuga boba, en la manos expertas de un miembro de la Fundación CRAM. / Anna Mas Talens

Este verano, el número de puestas de huevos descubiertas por los bañistas, por camareros de chiringuitos o por quien sea (a todos ellos hay que dar las gracias por su sensibilidad medioambiental) han sido seis, cinco de ellas en Catalunya. En 2020 fueron 11. Las razones por las que la tortuga boba (‘Caretta caretta’, según su nombre científico) se adentra ahora de noche en las playas catalanas para desovar están aún en fase de un estudio más paciente, pues esta es una especie de grandes migraciones y podría elegir miles de paraísos aparentemente mejores en cualquier otra parte, pero Elena Abella, miembro del Centre Tecnològic BETA de la Universitat de Vic-Universitat Central de Catalunya, pone sobre la mesa esa cifra mágica desde la perspectiva de las tortugas, los 29,5 grados de la arena. A esa temperatura, la mitad de las crías serán machos y la otra mitad hembras. Por encima de esos grados, la camada será desproporcionadamente mayor de hembras. Las tortugas tienen en su mano planificar su demografía. Es más, recuerda Abella otro dato sorprendente a la hora de admirar esos nidos descubierto en las playas. Las hembras ponedoras acumulan a lo largo de su vida esperma de diferentes machos con los que copulan y, llegado el momento, fecundan los huevos a su antojo. Los huevos de un mismo nido pueden ser de distintos padres.

De momento, el impacto de estas nuevas nidificaciones sobre el volumen total de tortugas que habitan la zona es escaso. Cada una de las puestas es de decenas de crías porque, la verdad, solo una minúscula parte será capaz de sobrevivir a la eclosión de la cáscara. El primer nado puede perfectamente ser el último nado. Las crías son apetitosos ‘snacks’ para peces y aves, de ahí que el CRAM, con Abella al frente del equipo, se haya esforzado estos últimos años a la hora de seleccionar de los nidos algunas decenas de ejemplares para que crezcan un primer año en cautividad.

2020, liberación tortugas bobas nacidas en la en la playa de Castelldefels en octubre de 2019.

2020, liberación tortugas bobas nacidas en la en la playa de Castelldefels en octubre de 2019. / Quique García

Este año, por ejemplo, han sido liberadas medio centenar de tortugas nacidas el año pasado, la próxima semana se soltarán una docena más y quedarán pendientes para otro día el ‘hasta la vista’ de otras siete. Varias de ellas llevarán en su caparazón un geolocalizador que permitirá conocer sus hábitos y rutas migratorias y, tal vez algún día, certificar que llegada la madurez sexual, las hembras, como se sospecha, regresan a la playa en que nacieron para poner sus primero huevos, pero eso, con el lento metabolismo de las tortugas, será dentro de un cuarto de siglo.

La cuestión es que el cambio climático y otras razones complementarias (como una sobreabundancia de plancton producida por los vertidos humanos de nitratos y fosfatos) están convirtiendo esta porción del Mediterráneo noroccidental en un gran tálamo reproductivo de dos especies muy relacionadas entre sí, porque las tortugas, aunque no le hacen ascos a apenas nada, son extraordinarias devoradoras de medusas. Sostiene Abella que no es porque las consideren un manjar, sino porque las tortugas, a la hora de comer, son unas oportunistas y la captura de medusas no requiere, desde luego, apenas esfuerzo.

Tres medusas nadan al compás de las olas junto al Pont del Petroli de Badalona.

Tres medusas nadan al compás de las olas junto al Pont del Petroli de Badalona. / Albert Bertran

Pero puestos a subrayar lo excepcional de la década, nada mejor que ir al detalle y hablar del día en que Mascletà, una tortuga récordwoman en maternidad, que anidó tres veces en un mismo año en Catalunya y a la que hasta le han dedicado un fenomenal libro de fotos, conoció por primera vez a la ‘Mnemiopsis leidyi’, una especie que simboliza como pocas la capacidad de las medusas de adaptarse a los entornos más inesperados.

Las medusas, se maravilla Marambio, pueden con todo, con las aguas poco o muy salinas, con la falta de oxígeno, con el frío y el calor…, y esta, la ‘Mnemiopsis leydyi’, originaria de la América atlántica, fue capaz de viajar de polizón en 1982 en los depósitos de agua de lastre de un buque que tenía como destino el Mar Negro. Fue una invasión de consecuencias letales, por ejemplo para la anchoa de aquel mar.

El caso es que esa especie de medusa ha terminado por llegar a las inmediaciones del delta del Ebro, ese gran imán de especies invasoras, y por eso se supone que Mascletà pasa largas temporadas en las bahía de los Alfacs, dándose merecidos festines tras su prolífica maternidad.

Una medusa 'Rhizostoma luteum', enorme especie descubierta en 1827 e inmediatamente desaparecida, reencontrada hace 10 años en las costas andaluzas y, quién sabe, tal vez próximamente habitual en la costa catalana.

Una medusa 'Rhizostoma luteum', enorme especie descubierta en 1827 e inmediatamente desaparecida, reencontrada hace 10 años en las costas andaluzas y, quién sabe, tal vez próximamente habitual en la costa catalana. / Ignacio Franco / Efe

El resumen final, por aunar lo que apuntan desde el ICM y desde la Fundación CRAM, es que a velocidad de vértigo algo parece estar cambiando en las aguas litorales. Las nueve banderas amarillas del pasado jueves por presencia de medusas puede que, a corto plazo, sea cada vez más habitual. No solo eso. Lo común ahora es que los bañistas tengan un desagradable encuentro con una ‘Pelagia noctiluca’ o, también, con un ejemplar algo mayor, la ‘Rhizostoma pulmo’, pero a modo de advertencia no está de más reseñar que lo ocurrió este año en la costa mediterránea andaluza. La prensa local se lo ha pasado en grande con cada avistamiento de ejemplares de la ‘Rhizostoma luteum’, también conocida, en un nombre que muy bien la define, como la medusa gigante. Este es un animal que fue descrito por primera vez en aguas del Estrecho de Gibraltar en 1827. Después, como un fantasma, simplemente desapareció, hasta que hace 10 años, con su campana de más de un metro de diámetro, regresó. Desde entonces su número no ha hecho más que crecer. Sería absurdo descartar su futura presencia en aguas catalanas. Que se vayan preparando las tortugas.

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