Conde del asalto

El bar de toda la vida de Barcelona donde se pinchan temazos, por Miqui Otero

Hay quien viene a este bareto por un póster del año 80: el de Héctor Lavoe. En Soto’s se juega al dominó y se pinchan los mejores temazos

poster

poster

Miqui Otero

Miqui Otero

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Hay quien va a un bar por sus bravas ('top 10' de revista) o por su carta de vinos (sabores afrutados en barrica de roble) o por su decoración (ideal para el autorretrato de IG) o porque la camarera les gusta un poquito, pero yo fui a ese bar por un póster.

No lo vi hasta pasado un buen rato, aunque el amigo que me llevó sabía que me gustaría. Antes descorchamos la tarde de viernes (niños liberados del cole piando de fondo) tomando el primer sorbo dorado en un barril al lado de la puerta. De hecho, supe que este bar me gustaba porque una de las dos únicas mesas de la placita estaba ocupada por un grupo de tipos de entre 60 y 70 años jugando al dominó. En una ciudad de terrazas bloqueadas para las cenas de guiris o incluso de dobles y triples turnos (más calma en un McAuto que ahí), es de justicia poética ver cómo un bar sacrifica el 50% de su aforo exterior porque, simplemente, respeta a un grupo de amigos veteranos que echan la partida (consumiendo solo una Coca-Cola o una caña durante un buen rato). 

Quizás porque fuera hay dos mesas y dentro (lo reza un cartel) un aforo de 26 personas, solo entregue el nombre de este bar al final. De momento diré que después de la primera copa fui al baño para, de paso, ver el póster. Ahí estaba, don Héctor Lavoe, El Cantante, el genio de la salsa.

El bodegón era inmejorable, tanto que daban ganas de encargar un lienzo: fotón enmarcado de medio metro de su cara (el retrato de la portada del 'De ti depende', donde posa sonriente con gafas ahumadas color miel y mentón en puño, en cuyo meñique brilla ese anillo con su nombre). Justo encima, el cartel de Salida. Debajo, una caja de cascos de cerveza. A la izquierda, cuatro fuets colgados de una barra de aluminio, en estricto orden de pequeño a grande, como la portada de los Hermanos Dalton de Siniestro total puesta del revés, o como las barras de una marimba. Todo sobre una pared, con tubos a la vista, de color naranja fuego (si el cielo te manda naranjas, aprende a hacer naranjada).

«Qué póster más increíble», le decimos al dueño mis dos amigos y yo. «Lo tengo desde el año 80», dice Fernando, que así se llama. Cuenta que conocía al mánager del Cantante y que un día, en otro punto del mundo, Lavoe lo vio y gritó: «Ese es el de Barcelona». El dueño del bar no solo lo vio aquí, en el Palau d’Esports, sino también en Nueva York o Perú. Su padre conocía a Moncho, el gran cantante de boleros, y ahí empezó todo. Pero el caso es que un póster puede ser una puerta y, hablando del póster, hemos abierto la de este bar.

Tragos y canciones

Ya estamos dentro, en una mesita de mármol. Entre el momento en que digo «no hay bares así en Barcelona» y el que sentencio «es el mejor bar del mundo» se suceden varios tragos y aún más canciones. Fernando es casi un pinchadiscos de nuestra conversación: no es que ilustre musicalmente lo que decimos, sino que dirige nuestra cháchara con los temazos que pone, de los New York Dolls a Echo & the Bunnymen. Una charla cada vez más llevada por la euforia del estribillo, entrando y saliendo de los temas, pidiendo cañas populares con lenguaje salsero: «Échale semilla a la maraca pa que suene», sintiéndonos casi ingrávidos, «agárrame que voy sin jockey». Olvidando hablar de lo grave y hablando con pasión de lo superficial.

El bar, lo diré, se llama Soto’s (plaza de Narcís Oller, 7). Pero sobre todo no molestes a los jugadores de dominó ni mentes a Héctor, ni al dueño de su póster, en vano. Eso es así. Y si no sabes no subas.

Suscríbete para seguir leyendo