Tensión tras la investidura
La protesta en Ferraz deviene en botellón ultra

Jóvenes ultras desmontan la barrera policial durante el escrache a la sede socialista de la calle Ferraz de Madrid el 17 de noviembre / David Castro


Juan José Fernández
Juan José FernándezReportero
Redactor Jefe.
Profesor en el Master de Periodismo Avanzado – Reporterismo de la Facultat de Comunicació i Relacions Internacionals Blanquerna (Universitat Ramon Llull).
Diplomado por el CESEDEN en Altos Estudios de la Defensa Nacional.
Fue jefe de Información y Reportajes y jefe de Redacción de la revista Interviú durante 19 años.
La 15ª noche de protesta en la calle Ferraz, en el día en que Pedro Sánchez han jurado su cargo ante el Rey, ha cumplido con buena parte del canon de las otras ya cinco jornadas violentas que hasta el momento se han venido viviendo en esta campaña contra la ley de amnistía, contra el PSOE y contra el presidente del Gobierno. Pero en esta ocasión no por un final con carga policial, porrazos -que han sido testimoniales-, detenidos y heridos, sino por la ira de los manifestantes como eje de la algarada.
A las once de la noche de este viernes, los antidisturbios de la Central de las UIP de la Policía Nacional se dispusieron a disolver a la multitud, cerca de 3.000 personas encabezadas por unos dos centenares de los ultras más radicales. Empezaron a presionar los agentes después de que esa vanguardia violenta se hubiera empleado a fondo en el lanzamiento de objetos y grandes petardos contra el cordón policial y la prensa. Un trabajador de La Sexta resultó alcanzado, si bien sin consecuencias.
En esta ocasión, pese a la ira desbordada de los manifestantes, los policías se han ahorrado la carga y las carreras. Hubo un momento en que el escrache se vio rodeado por todas partes de antidisturbios con escudos y porras desenfundadas. Dentro, en medio de la concentración, eraba el diputado de Vox Javier Ortega-Smith increpando a la policía por ir cerrando el círculo. El despliegue de antidisturbios abrió una salida hacia la calle Pintor Rosales y algunos de los más airados, temiendo quizá las detenciones -son 63 y ya merman al colectivo-, empezó a abandonar el cerco.
La gente empezó a seguirlos hacia fuera mientras la violencia persistía entre un centenar de individuos en la calle Ferraz. Cuando los embozados de ese núcleo duro se volvieron y se vieron solos, de repente se aplacó la rabia con que, solo media hora antes, habían conseguido desmontar y superar la muralla policial de vallas metálicas, arrancando y arrojando las bridas, petardos, pedazos de metal, bengalas fumígenas y todo tipo de envases de bebidas alcohólicas. La policía los pastoreó entonces hacia la calle Marqués de Urquijo. Los antidisturbios no les habían concedido la carga ni en el momento ni por el lado que esperaban.
El botellón
Una gran cantidad de latas de cerveza y botellas de refresco y licores quedó en el suelo tras el paso de esta concentración; tanta, que se ha tenido que desplegar en la calle Ferraz una brigada de limpieza del ayuntameinto madrileño con un camión recogiendo los envases. El escenario era como el de un postbotellón.
Y en cierto modo eso ha sido el escrache contra la sede federal socialista de este viernes. Pese a la consigna "no es una fiesta, es una protesta" que se transmite por megáfono en los escraches, este pasó de los gritos más airados, de los insultos, las amenazas y el canto repetido del Cara al Sol brazo en alto a una especie de danza tribal de jóvenes en chándal con la música de unos potentes altavoces. Su banda sonora se ha compuesto por, entre otras, temas de rock denso como Blas de Lezo, de Skinstorm, o Revuelta, de la banda D250. Coreada, esta canción se ha integrado como otro himno falangista más.

Primera parte del escrache en la calle Ferraz de Madrid el 17 de noviembre. Aún no han llegado los jóvenes más radicales. / David Castro
La presión desbordó una vez más a los congregados por las calles de Argúelles, el barrio madrileño que la ultraderecha y la extrema derecha tratan de convertir en un pequeño Maidan nocturno contra la amnistía. Es un escenario en el que cada noche se representa la misma coreografía: primero la inauguración del escrache por personas mayores y jóvenes integristas católicos y voxistas encaramados a la escalinata de la Iglesia del Inmaculado Corazón, que viene siento tarima de rezos y soflamas estos días.
Después desemboca en Ferraz la ruta que han seguido los extremistas por unos bares cercanos, estos ya con muchas menos más banderas. Como mucho algunas de España con el escudo recortado en señal de desprecio a la monarquía y varias esteladas a las que prender fuego ante las cámaras de la odiada televisión convencional.
Para finalizar, la alevosía contra la policía y los periodistas. "Nosotros no montamos ningún follón, solo nos manifestamos", comentaba a este diario un participante en el sitio de la calle Ferraz minutos antes de que la policía instalara su muralla. Cincuentón, con bandera de España bien doblada entre las manos, se sentía obligado a excusarse: "Los líos los montan los jóvenes... Pero todos hemos sido jóvenes ¿no?".
Y esto es un retrato robot de las algradas tras 15 días de evolución: primero la burguesía jubilada o al borde de la jubilación, la que aclamó a la expresidenta madrileña Esperanza Aguirre cuando, hace ya dos semanas, se lanzó a cortar la calle; después, jóvenes chandaleros, con pañuelos y embozos tapándoles la cara... y un arsenal compuesto por las bengalas que les prohibieron llevar al Santiago Bernabéu y las latas de la cerveza que van trasegando entre chillidos de "Sánchez, muérete".
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