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Buscando el cuerpo de Cipriano Martos, el antifranquista que murió tras beber ácido sulfúrico

Comienza en Reus la exhumación de un militante antifranquista que falleció en 1973 tras un interrogatorio de la Guardia Civil cuajado de torturas

Mientras que oficialmente fue un suicidio, sus familiares sostienen que fue obligado a ingerir un cóctel molotov

Inicio exhumación de Cipriano Martos

Inicio exhumación de Cipriano Martos / EFE/ Roger Mateos

Daniel G. Sastre

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La fosa número 11, en el sexto piso de la fila 67, lado norte, del cementerio de Reus lleva unos días ajetreados. Empleados de la empresa Atics, especializada en este tipo de trabajos, buscan allí desde el lunes el cuerpo de Cipriano Martos. Si lo encuentran, será la primera vez que alguien lo ve desde que fue detenido el 25 de agosto de 1973, al margen de los guardias civiles que lo torturaron hasta el 27 de agosto, cuando ingresó en el Hospital de Sant Joan de Reus tras haber bebido ácido sulfúrico, y de algún otro arrestado. Allí murió, después de 21 días de agonía. Lo enterraron el 20 de septiembre, sin testigos.

Cipriano Martos, nacido en Huétor Tajar (Granada) en 1942, formó parte de la oleada migratoria hacia Catalunya y recaló primero en el Vallès, donde trabajó en fábricas de Sabadell y Terrassa, y después en Reus. Huía de la miseria de su tierra natal, donde trabajó de jornalero. También, como muchos otros, se politizó en el ambiente efervescente de los últimos años del franquismo, y, en la sopa de siglas de los grupúsculos revolucionarios de la época, eligió para hacerlo el PCE (ml), una escisión radical del Partido Comunista. La militancia en ese grupo marxista-leninista, que fue germen del FRAP, le llevó a familiarizarse con la fabricación de cócteles explosivos elaborados con ácido sulfúrico y gasolina, la mezcla que hallaron en su estómago y que le provocó la muerte.

¿Cómo había llegado hasta allí? La versión oficial es que los guardias civiles que lo interrogaron –y que lo torturaron de manera espantosa, de eso hay testigos– se dejaron olvidado un cóctel molotov en la mesa de la sala y que, en un descuido, Martos se lo bebió, quizás para no delatar a sus compañeros de militancia antifranquista. "¿Y si a Cipriano, en lugar de bebérselo, le hubiese dado por arrojarlo contra sus enemigos? ¿Acaso algún agente habría osado dejar a la vista de un comunista radical varios frascos con un líquido capaz de desfigurarles la cara?", se pregunta Roger Mateos, el periodista que publicó en 2018 'Caso Cipriano Martos' (Anagrama).

Cipriano Martos, en 1971

Cipriano Martos, en 1971 / FAMILIA MARTOS JIMENEZ

El libro y su autor se han convertido en los principales responsables de que la muerte de Martos no haya caído en el olvido, como afirma el director general de Memòria Democràtica de la Generalitat, Alfons Aragoneses. La exhumación de Reus, que está previsto que se prolongue por espacio de entre dos meses y medio y tres meses, busca sobre todo "resarcir a la familia y reparar la memoria de Cipriano Martos".

Una posibilidad remota

La exhumación de un personaje hasta hace unos años desconocido ("no entra en los relatos hegemónicos de la Transición", dice Aragoneses) ha sido también posible porque su familia nunca creyó que se suicidara, sino que la Guardia Civil franquista lo asesinó. "Mientras ningún testigo directo lo descarte, siempre cabrá la remota posibilidad de que esos profesionales de los interrogatorios, en un colosal e imperdonable despiste, abandonaran por un rato a Cipriano con una sustancia mortífera a su alcance, que él voluntariamente habría ingerido […] Pero mucho más plausible parece la hipótesis contraria, la que sugiere que, como colofón a más de 50 horas de vileza y barbarie […], el hombre a quien habían requisado centenares de panfletos antisistema e instrumentos de guerrilla urbana fue obligado a tragarse el veneno", reflexiona Mateos en su libro.

El esfuerzo del periodista por aclarar las circunstancias de la muerte de Martos tiene resultados algo frustrantes. El paso del tiempo y la amnesia, selectiva o sincera, de quienes aún podrían aportar algo de luz al caso –los médicos que lo atendieron, por ejemplo- provocó que muchas incógnitas sigan abiertas. Ayudar a cerrarlas es otro de los objetivos de los trabajos de Reus. Pese a que un informe técnico desaconsejó la exhumación –por su complejidad: hay más de 100 cuerpos en la fosa de beneficiencia en la que se enterró a Cipriano-, el empeño de sus familiares y de varios grupos políticos la ha hecho posible. El hermano de la víctima, Antonio Martos, estaba presente el lunes cuando se inició la intervención.

Para Antonio, llega "el momento de averiguar si es verdad que a Cipriano lo enterraron aquí en secreto", sin permitir a la familia ver el cuerpo ni asistir a la inhumación, "o si lo quemaron y arrojaron las cenizas al Ebro", como oyó decir hace años, según explicó a Efe. Además, y pese a que la muerte fue por hemorragia interna, que no deja rastro en los huesos, quizá sí podrán certificarse en el esqueleto las torturas a las que fue sometido.

Regreso a Huétor Tajar

"Lo primero que se ha hecho es sacar las capas superiores, donde no hay restos humanos de ningún tipo, solo tierra. Después ya se han encontrado algunos restos infantiles, de abortos o de niños que morían después del parto. Probablemente la semana que viene se empiecen a encontrar cuerpos adultos", explica el director general de Memòria Democràtica a este diario. Aunque se sabe "aproximadamente" en qué nivel está el cuerpo de Martos, y hay otros detalles que ayudarán a quienes lo buscan –como las huellas que dejó en él la autopsia, o como que tenía la clavícula rota–, no es ni mucho menos seguro que lo encuentren. Si lo hacen, darán los restos a la familia, que los llevará al cementerio de Huétor Tajar, donde están enterrados los padres de Cipriano y Antonio.

La Generalitat también espera que el eventual hallazgo pueda servir para que algún juez español, al amparo de la nueva Ley de Memoria Democrática, se plantee seguir los pasos de la justicia argentina e investigar aquí los crímenes del franquismo. El periodista Roger Mateos no es tan optimista. "La experiencia nos dice que la Ley de Amnistía de 1977 representa un tapón insalvable para reparar penalmente todos los casos que quedaron sin ser juzgados o ni siquiera investigados en el franquismo", dice. Mateos recuerda que, "aunque se ha intentado", lo único que se ha conseguido "y ya es mucho" es que un tribunal argentino abra causa por estos crímenes. "La macroquerella argentina ha sido un paso adelante inmenso para poner estos casos sobre la mesa, pero siempre se topará con el muro de la justicia española, que apela a esa Ley de Amnistía", subraya.

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